MURCIA. A ciertos sectores ideológicos y poblacionales, les da la sensación de que vivimos en una realidad dominada por un pensamiento único que censura indirectamente a quien discrepa respecto a esas tesis planteadas desde las trincheras intolerantes. Malestar reflejado en los planteamientos expresados por aquellos que tienen la impresión de que hay determinados temas tabúes que no se pueden ni siquiera deslizar en corrillos o debates. En cuanto alguien osa contrariar planteamientos como la normalización del aborto, el matrimonio homosexual, o el control de la inmigración ilegal, la masa enfurecida se avalancha sobre los disidentes acallando su criterio.
"Por mucho que uno discrepe con un tercero, mientras no se pierda el respeto, cualquier opinión debe ser considerada"
Falsos liberales. Eso es lo que son. Para el que cree en la libertad cualquier análisis por rocambolesco que parezca mientras respete toda dignidad inviolable debería ser legítimo. En un mundo aparentemente democrático coexiste una censura mayor que la asociada a regímenes totalitarios del pasado. Ya dijo en una ocasión un humorista que si antiguamente el único que bloqueaba los contenidos era el Estado despótico controlado por Franco, ahora revolotean en el mundo real y digital diferentes censuradores movidos por el mando pluridireccional de lo políticamente correcto. Todo el que se salga de esa fina línea de lo aparentemente tolerante y decente debe ser perseguido, ridiculizado y cuestionado. Pedro Baños lo expone así en su obra El dominio mental: "Lo primero que el poder hace con los rebeldes, con los disidentes que desvelan lo que ocurre entre bambalinas, es estigmatizarlos. Se lo acusa de conspiranoicos, de desequilibrados mentales, de querer llamar la atención. Así, se los desprestigia y se los posterga socialmente". Condición de la que algunos están cansados.
Por eso surgen de forma reaccionaria diferentes movimientos sociales y políticos cuyo objetivo es dar voz a los desalentados e ignorados. Donald Trump, Santiago Abascal, Marie Le Pen y otra serie de líderes han aparecido en escena para representar a los que eran tachados de locos por pensar de manera diferente a lo establecido. Esa misma corriente es la que ha provocado acontecimientos como el asalto al Capitolio. Gentes violentas con la misma visión marginal que millones de personas con talantes menos violentos pero que comparten la misma indignación que aquellos sujetos que atacaron la sede de la soberanía estadounidense.
Individuos que deben ser respetados junto con sus opiniones. Recuerdo el tweet del exdirector de El Mundo, David Jiménez, en el que tras producirse el escrutinio total de las elecciones de EE UU se echaba las manos a la cabeza porque 74 millones de estadounidenses hubieran confiado en Donald Trump. Con dicho comentario parecía intentar desacreditar intelectualmente a los votantes del expresidente. ¿Eso es tolerancia? Muchas personas están cansadas de que se les señale por pensar distinto a los cánones establecidos. Me recuerda a cuando en la II República, Manuel Azaña tachaba de fascistas, -como acostumbran a hacer todos los líderes totalitarios desde Lenin hasta Maduro-, a todo el que no fuera de izquierdas. Al igual que ocurría antes, los que dicen ser transversales son los que más distan de respetar las opiniones contrarias o incluso de tener en consideración a aquellos que piensan de manera distinta. De hecho, en la entrevista de Gonzo a Pablo Iglesias en Salvados, me llamó la atención cuando el vicepresidente del Gobierno señaló que los políticos que conocía de Vox eran gente normal. ¿Acaso alguien duda de que lo sean? Caen en lo mismo en lo que pensaban algunos en el franquismo cuando visualizaban a los comunistas como una figura demoníaca.
Por mucho que uno discrepe ideológicamente con un tercero, mientras no se pierda el respeto que debe existir de manera inherente en la persona, cualquier opinión debe ser considerada. Aunque se establezcan tesis con el avance de los tiempos, debemos pensar en la ciudadanía que no apoya esas prerrogativas. Pensar diferente al poder oligárquico, económico y social no te deshabilita como ciudadano de pleno derecho. Toda sociedad que se diga democrática y tolerante no puede acallar con ningún tipo de artimaña dialéctica o logística a los disidentes. La censura hace retroceder a las democracias convirtiéndolas en oligarquías concibiendo sistemas controlados por el poder.
En palabras de Tomas Jefferson: "Cuando el pueblo teme al gobierno, hay tiranía. Cuando el gobierno teme al pueblo, hay libertad". Soberanía individual escasa en estos tiempos en los que en la colectividad se da un miedo inefable a opinar sobre determinadas cosas en las redes sociales. Ventanas digitales controladas por las compañías tecnológicas cuyo control de contenidos hace peligrar una verdadera libertad de expresión. Empezaron cancelando las cuentas falsas, y ahora algunas plataformas como Twitter se permiten la licencia de bloquear aquellos perfiles con un contenido distinto al promulgado por el pensamiento único.
¿Vivimos plenamente en democracia?