Hoy puede resultar curioso que en los juicios de Nuremberg se ahorcase a un periodista que no tomó parte en la ejecución de nadie, pero que firmó durante años el combustible que alimentó el antisemitismo en Alemania. En sus textos se pueden encontrar muchas lecciones. Primero, que escribía lo más simple posible para llegar a todos los públicos. Segundo, que cuanto más complicada fuese una noticia, más fácil era para él encontrarle una relación con los judíos. Desgraciadamente, no hablamos de un fenómeno del pasado.
MURCIA. Sentenciado a muerte por los tribunales de Nuremberg, Julius Streicher no daba crédito. Él no creía haber tomado parte en las empresas criminales del nazismo, solo se había limitado a publicar un periódico antisemita. Cuando le fueron a ahorcar, estaba tan rabioso que escupió en la cara de Joseph Malta, su verdugo. Con la soga al cuello, gritó: "Algún día, los bolcheviques os colgarán a vosotros". Tardó en morir. Nunca se supo si el hombre que le ejecutó fue un chapucero, por lo visto era alcohólico, y no supo ahorcarle bien o le dejó la soga corta a propósito para que se asfixiase lentamente en lugar de dejar que en la caída se rompiese el cuello, como se hacía, caballerosamente, con la mayoría de los reos.
Recientemente, con la decapitación de un profesor de Historia que propuso un debate sobre la libertad de expresión y las caricaturas de Mahoma, se pudo leer a usuarios de las redes sociales quejarse de que una caricatura de Mahoma debería ser un delito de odio (no haremos señalamiento de los tuits). Es un caso paradigmático de la confusión que impera en nuestra sociedad sobre estas cuestiones, que pone al mismo nivel la denigración calumniosa de un colectivo, o llamar a su exterminación, como hacía Julius Streicher desde su editorial, con la libertad de expresión que ampara que alguien pueda pensar lo que le dé la gana de las creencias metafísicas de quien sea. Son cuestiones tan obvias que demuestran que nuestro sistema educativo, medios de comunicación inclusive, está haciendo aguas.
Por eso, quizá, tal vez, merezca escribir unas líneas sobre quién era Streicher y cómo eran sus medios para ver si aprecian la diferencia los peques de la casa. Es importante su figura, fue el único periodista condenado a muerte en 1946 cuando los aliados juzgaron a los cabecillas del nazismo. Con el grueso de participantes en la infamia, como es sabido, se hizo la vista gorda. Tampoco era viable, imagino, ahorcar a un tercio de la población alemana.
Streicher, antes de llegar a Der Stürmer, tenía ya antecedentes como periodista centrado siempre en atacar a los judíos y a los católicos en medios socialistas. Lógicamente, la izquierda no tardó en ponerle la proa (como le pasó a Mussolni, aunque siga tanta gente empeñada en denunciar su origen socialista, cuando estos se limitaron a darle la patada) y el periodista encontró acomodo en 1922 en un pequeño partido que había fundado un tal Adolf Hitler.
Tampoco le fue fácil en la extrema derecha. Cuenta el estudioso de la propaganda del nazismo, Randall Bytwerk, que en estos primeros compases fue acusado por sus camaradas de "mentiroso", "cobarde", "robar fondos del partido", "maltratar a su mujer", "irse con otras" y ser, en general, ser "un indeseable". Fue como desquite que empezó a publicar Der Stürmer -traducción: El artillero-. Al principio, solo cuatro páginas grapadas.
Tras una interrupción por la detención de la camarilla nazi por el putsch de 1923, en 1925, Streicher volvió a la carga y ya mostró en su antisemitismo rasgos que son fácilmente identificables en los medios de comunicación actuales. Der Stürmer se centró en sucesos. Publicaba crímenes y escándalos siempre y cuando los hubieran cometido judíos. Sobre todo si se trataba de "fechorías sexuales". Especial atención mostró a las violaciones. Tuvo verdadera obsesión por mostrar que los judíos violaban a las mujeres alemanas.
Noticias que acompañaba de caricaturas, muchas de ellas de Phillip Ruppercht (FIPS), con hombres bajos, gordos, sin afeitar y sucios, que con ciertos simbolismos inequívocamente representaban al judío. Cuanto más compleja era una noticia, menos les costaba encontrar a un judío en ella. La suya era una forma de trabajar en bruto. Ahora, no nos engañemos, hasta el más pintado, reproduce estas técnicas de forma mucho más sofisticadas, pero con intenciones similares. Si algo debemos aprender del nazismo no es solo a posicionarnos enfrente cuando vemos sus símbolos, sino cuando vemos sus manifestaciones. Algo mucho más complejo y solo al alcance de quienes se atreven a ir contracorriente, como, vaya, los primeros antifascistas.
En 1927, vendían 14.000 copias semanales. En 1933, ya eran 20.000. Las autoridades de Weimar no eran autistas, sus ediciones fueron secuestradas en varias ocasiones por difamación. Entre 1923 y 1933 se incautaron del periódico unas cuarenta veces. Él, sin embargo, tenía claro que se dirigía a audiencias masivas y debía mantener un estilo muy fácilmente comprensible. Según él mismo había expresado en sus años antes de ser rechazado por los socialistas: "Señores, no olvidemos que queremos hablar principalmente a los trabajadores. La brevedad es el condimento. El contenido debe tener un estilo popular''.
Su línea era demostrar que ninguno de los crímenes que denunciaba con ese estilo eran casuales. Ponían de manifiesto el peligro del judaísmo en el mundo con reglas de tres un tanto singulares. Por ejemplo: "las condiciones en la Rusia soviética demuestran que los judíos favorecen la perversidad y el sadismo", escribió. Cuando le enviaban a juicio por estas palabras, los costos eran altos, pero le compensaban la publicidad. De este modo, indirectamente, logró una especie de causa general contra los judíos en la que llegaban a aparecer hasta pleitos medievales. Un totum revolutum genuinamente nacionalista mientras proclamaba que había tantos abogados y jueces judíos que acudir a los tribunales era "como ir a la sinagoga".
Cuando los suyos llegaron al poder, en 1933, su panfletillo se convirtió en un periódico de masas. De 25.000 lectores pasó a 500.000. Para Margaret Eastwood, en una investigación sobre el efecto de esta propaganda en la juventud en The International Journal of Human Rights, el impacto de toda esta basura donde tuvo realmente importancia fue en los más jóvenes. Estas páginas si para algo sirvieron no fue para cambiar los puntos de vista de los trabajadores alemanes, sino para convertir a los críos del momento a su credo criminal.
Esta académica se pregunta en sus investigaciones si no se está retratando en los medios actuales a los musulmanes de una manera semejante. En un estudio, analizó si las publicaciones de Streicher serían delito en la Gran Bretaña de hoy si se refiriesen a los musulmanes. Concluía que "cualquier persona que incite, adoctrine, eduque o inculque a un niño con creencias de odio raciales o religiosas debe ser perseguido".
Creía que los tribunales británicos debían analizar la obra de Streicher para obtener "una lección". Con las redes sociales, sabemos que este tipo de expresiones de racismo criminal son comunes, aunque muchas veces se producen de forma sofisticada y elegante desde posiciones presumiblemente contrarias a la carcundia intolerante. Esa es una de las peores formas de racismo a la que nos enfrentamos hoy. La que se produce cuando se buscan pretextos para las violaciones de derechos humanos en nombre o defensa de una identidad, cualquiera que esta sea. Esa es la más terrible caricaturización, como hizo Steicher, de un grupo nacional o cultural. Entender que es admisible o comprensible la figura del creyente que recurre al asesinato. Esa es la mayor denigración y colocación en el punto de mira de seres humanos. Un fenómeno que se complementa estupendamente con el trazo grueso tipo Streicher en Der Stürmer.