Empiezas quitándote la corbata y acabas vistiendo con chándal, como el tirano Maduro. Llevar corbata se estila cada vez menos. La elegancia se sacrifica a la comodidad. Se está perdiendo el gusto en el vestir, en una sociedad que ha renunciado a cuidar las formas
MURCIA. Sólo escucho la radio en el coche. Soy promiscuo como oyente: cambio de dial a cada momento porque me aburre lo que cuentan: los horrores de la pandemia, las vacunas inquietantes de los hijos de la Gran Bretaña, la política de garrafón, las lágrimas de Rociíto y el temblor de piernas de Simeone y sus muchachos. En fin, lo de siempre. Pero a veces sucede el milagro y me detengo en un programa interesante. Hace dos fines de semana me ocurrió con Por fin no es lunes, el espacio presentado por Jaime Cantizano.
El periodista gaditano hablaba con Boris Izaguirre, un hombre, que con su inteligencia, ingenio y buen humor, siempre me arranca una sonrisa, lo cual es muy de agradecer en este año tristón y homicida. En un momento de la charla, Izaguirre le confiesa a Cantizano que desea volver a ponerse corbata. Cantizano no da crédito: “¡Pero si la corbata va a desaparecer!”, le contesta, sorprendido. El venezolano insiste en que recuperará la corbata como complemento, y de paso defiende a todos los que seguimos calzando zapatos en lugar de zapatillas.
Boris es un caballero elegante, además de sumamente educado en este país de cabreros. Desentona. Es lo más parecido a tener un Oscar Wilde vivo con acento caraqueño.
Yo estoy con Boris en su defensa de la corbata por lo que tiene de prenda inútil y distinguida. Me pasa también con los sombreros. A mí todo lo que el vulgo considere superfluo me interesa. En estos detalles, en vestir o no con corbata, calzar zapatos o zapatillas, leer a Lampedusa o perder el tiempo con Sandra Barneda, vemos quién es quién. Lo que nos diferencia son los detalles y, también, los caprichos.
"Los culpables de la dejadez en el vestir han sido los periodistas deportivos de la tele. Ellos fueron los primeros en quitarse la corbata"
Boris y yo, que nunca nos hemos tratado, somos unos románticos por defender una causa perdida. Los dos sabemos que sólo las causas perdidas merecen ser defendidas. Pero la sociedad va por un lado, por el camino de la vulgaridad y la chabacanería, y nosotros por otro, por el de las buenas maneras, lo que ya no se estila, desgraciadamente.
Los culpables de esta dejadez en el vestir han sido los periodistas deportivos de la tele. Ellos fueron los primeros en quitarse la corbata para aparentar juventud e informalidad. Este espíritu lúdico, de buen rollo, dicharachero, con muchas risotadas, vacío y simplón, que da un poquito de asco, ha calado en la sociedad. La elegancia se sacrifica a la comodidad, y la comodidad conduce, fatalmente, al desaliño. Esto, llevado a sus últimas consecuencias, te asemeja al ministro de Universidades, un señor de Hellín (Albacete) que defiende el derecho a la autodeterminación en Cataluña, y que se presenta en el Senado con chaqueta y una camiseta con el lema Blacks Lives Matter. No le da vergüenza a su edad (79 años).
Puestos a reconocer errores, me arrepiento de haberme contagiado del desdén por la corbata. Me la pongo muy poco. En mi descargo he de decir que acudir a determinados centros de trabajo con ella levantará todo tipo de sospechas entre los compañeros, que visten de manera desenfadada, quizá demasiado desenfadada. Algunos te etiquetarán de “fascista” como hacen con doña Ayuso, algo que me encanta porque yo también aspiro a estar en el lado correcto de la historia.
Es hora de hacer propósito de enmienda y reencontrarse con la corbata que, al igual que los libros, es muy agradecida porque no se queja cuando la tienes olvidada. Como los buenos amigos, ofrece mucho a cambio de nada. Bastará con abrir el armario y allí estarán esperándome, colgadas de una percha, de todos los colores y anchuras. Tengo más de veinte y una pajarita. Creo que voy a elegir una de pala estrecha, de tonos azules y grises, a juego con una americana azul marino.
Al regresar a la corbata soy el hijo pródigo que hace suya la importancia de las formas, que lo son todo en la vida. He tardado cincuenta años en darme cuenta de esto. Vestir con gusto, cubrirse con elegancia, es presentar una enmienda a la totalidad a este mundo andrajoso. Wilde, Izaguirre y otros dandis están en lo cierto. Un traje de buen corte, a juego con una camisa blanca de cuello duro, es lo más parecido a un acto moral. Por eso el rey de España va hecho un pincel y tiranos como Fidel Castro y Nicolás Maduro visten con chándal y calzan zapatillas. En esto se ve que no le tienen respeto a sus pueblos.