MURCIA. El cine de Quentin Dupieux siempre ha generado una profunda sensación de extrañeza. Es un especialista en utilizar el humor absurdo y macabro y en componer historias de naturaleza marciana en las que los objetos adquieren vida propia, los personajes se encuentran marcados por una obsesión recalcitrante, su itinerario narrativo intenta reflejar el sinsentido de un mundo lastrado por la decadencia moral y en el que la línea entre la realidad y la ficción parecen desdibujarse en todo momento.
Sus películas también tienen otra particularidad: en su mayoría resultan profundamente irritantes. Es algo que parece buscar expresamente un creador que intenta esquivar las modas o los discursos para imponer una mirada (su mirada) ante la que el espectador no se siente especialmente cómodo.
Quentin Dupieux alcanzó la fama a finales de los noventa gracias a su faceta como productor musical en la época dorada del electro francés. Lo hizo con el sobrenombre de Mr. Oizo y su pista, Flat Beat así como el títere amarillo que movía la cabeza al ritmo de la música, se convirtieron en todo un éxito.
Su carrera cinematográfica se inauguró con Steak (2007), aunque fue su siguiente trabajo, Rubber (2010), el que le abrió definitivamente las puertas del circuito independiente. La historia de un neumático asesino con poderes telepáticos no dejó a nadie indiferente e inevitablemente contribuyó a generar filias y fobias.
La excentricidad y el espíritu bizarro han estado desde ese momento asociados a cada una de las obras de Dupieux. Ahora, con el mismo grado de incorruptibilidad, regresa con La chaqueta de piel de ciervo, que inauguró la pasada Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y en la que vuelve a demostrar su capacidad para introducirnos en un universo marciano en el que reina el elemento maniático.
El protagonista es Georges (un Jean Dujardin magnífico, radicalmente alejado de cualquier registro que haya practicado hasta el momento). No sabemos nada de él, solo que huye de una ruptura y, como símbolo de inicio de una nueva vida, adquirirá por un precio desorbitado una chaqueta de piel de ciervo que le hará recuperar la confianza en sí mismo. Su relación con la prenda se irá poco a poco intensificando y pasará de ser un simple fetiche que refuerza su masculinidad herida a adquirir un influjo psicópata sobre él. Su misión a partir de ese momento será exterminar todas las chaquetas del mundo para que solo exista la suya. Para ello, armado con una cámara de vídeo, comenzará a grabar imágenes en las que la chaqueta será la máxima protagonista, convirtiéndose en una entidad independiente con deseos de dominación extrema sin ningún tipo de raciocinio y que actúa por pura egolatría.
La chaqueta de piel de ciervo es un cuento avieso y perverso sobre la identidad y la obsesión con aparentar ser alguien que no se es. Una nueva epidermis bajo la que esconder los errores del pasado y lanzarse a una nueva vida sustentada por una espiral de mentiras, de mediocridad y de patetismo.
Quentin Dupieux se divierte de nuevo jugando con los géneros hasta vaciarlos de todo su significado. Como ocurre en todas sus películas, esta es también una comedia chiflada, un drama existencial y un psycho- thriller. Y una reflexión sobre el cine y la autoría, sobre las ínfulas en torno a la creación de imágenes y el ensimismamiento arty. Pero Dupieux pone sus cartas encima de la mesa sin engañar a nadie. Su película es una gran broma, no pretende aleccionar, ni siquiera proponer una reflexión, evidenciando que somos los espectadores los que necesitamos darle un sentido a aquello que estamos viendo. Pero ¿y si realmente no lo tuviera?
Quizás por todo eso lo más sencillo sea no tomarse en serio a Dupieux y considerar su cine gratuito y vacío, y a él, como un farsante. Y aunque seguramente lo sea, siempre hay en sus películas ramalazos de talento en estado puro, así como ideas geniales que nunca terminan de cuajar en su resolución, quizás porque no sabe hacia dónde llevarlas, quizás porque su verdadera naturaleza sea la de no tener ningún sentido.
En La chaqueta de piel de ciervo se concentran un montón de ideas sin orden ni concierto que pululan por el ambiente, que quedan suspendidas o esbozadas y que nunca terminan de adquirir unos contornos propios. Esto puede resultar frustrante y en cierto sentido resulta comprensible porque la frustración forma parte del tejido muscular de un filme repleto de hombres que no son capaces de encontrar su lugar en el mundo, mientras una mujer, Denise (Adèle Haenel) será la que consiga imponer su voluntad y su ambición por encima de lo que simboliza la chaqueta de piel de ciervo.