MURCIA. Las escuelas de arte y diseño británicas fueron una cantera de talento de la que se nutrió la música pop inglesa entre las décadas de los sesenta y los noventa del pasado siglo. John Lennon, Bryan Ferry, Pete Townshend, Keith Richards, Mick Jones, Eno, Syd Barrett y Roger Waters, todos llegaron a la música cuando las posibilidades de las artes visuales se les quedaron pequeñas o, simplemente, porque encontraron en el rock & roll la libertad y el ímpetu que las aulas no les infundían. Uno de esos focos fue la prestigiosa Central Saint Martins de Londres, en la cual estuvieron matriculados Jarvis Cocker, Faris Badwan, PJ Harvey o M.I.A. La lectura principal de todo esto es que la música pop no tenía por qué ser únicamente música. Podía alimentarse abiertamente de otras fuentes creativas y así fue como la moda, la fotografía, el diseño gráfico, la publicidad y la pintura se mezclaron sin buscarlo con una música que crecía a un ritmo vertiginoso.
Uno de esos estudiantes fue Dennis Leigh, que dejó el pueblo de Lancashire donde nació para estudiar en Royal College of Art de Londres. Después de muchos años dando tumbos con bandas enraizadas en las músicas afroamericanas, Leigh percibió que se avecinaba un cambio importante para la música popular. Se insiste en que el punk fue una gran revolución porque devolvió el rock a los dormitorios de los adolescentes, que era a quiénes se dirigían Little Richard, Chuck Berry y Elvis. Luego, todo se fue complicando y la pompa le gano el pulso a la espontaneidad. El punk fue como una especie de toma de la Bastilla pero sin necesidad de recurrir, afortunadamente, a ese siniestro invento que es la guillotina. Pero el punk fue mucho más que un puñado de jóvenes gritándole al mundo que estaban hartos de una sociedad que les había condenado a vivir una vida de mierda. Hay una mutación muy importante que comienza casi con el final de los Sex Pistols. Esta pasa por el descubrimiento de otras músicas más o menos ajenas al rock y denostadas por su público, como el funk y la música disco; por la asimilación de las influencias europeas, empezando por la música alemana de Kraftwerk; por el papel determinante que juegan las mujeres en este nuevo escenario; y por el advenimiento de las máquinas como herramienta de futuro.
Dennis Leigh se cambió el nombre por el de John Foxx y se dio a conocer al frente de Ultravox!, formación que entre 1976 y 1979 se postuló como uno de los puentes entre la tradición y el futuro de la música pop. Foxx me contó hace unos años durante una entrevista que, aun siendo un grupo de rock, su fundador siempre vio a Ultravox! como un proyecto artístico. Cuando sintió que aquel proyecto ya tenía vida propia, decidió dar el siguiente paso. Abandonó a Ultravox, cuyo nombre ya había perdido su signo de exclamación primigenio, sin dramatismo alguno (Foxx me dijo también que siempre pensó que aquel grupo era más importante que la suma de sus partes, pero quién sabe) y se estableció como solista. Su primer disco que se tituló Metamatic y el próximo 18 de enero cumplirá 40 años, nos ofrecía la posibilidad de aquello con lo que una de las canciones de Ultravox fantaseaba: escuchar la música que hacen las máquinas.
En enero de 1980, el videoclip no era más que un humilde laboratorio audiovisual que, previamente a la irrupción de MTV, carecía de grandes presupuestos. Imagino que, como algunos de esos antiguos estudiantes de artes visuales y diseño, Foxx intuyó en que el vídeo podría ser un buen vehículo para ampliar visualmente los contenidos de las canciones más allá de las portadas de los discos. Estaba completamente absorbido por Metamatic, pero cuando descubrí el vídeo de “Underpass” en el especial de pop electrónico que ensambló Diego Manrique en Popgrama, entré para siempre en aquella nueva dimensión de imágenes y sonidos. Foxx, con pantalón de vestir, camisa clara y corbata y blazer negros, abrazaba la estética del hombre común patentada por Kraftwerk frente a la indumentaria exuberante de la estrella del pop. Contraluces y luz de foco filtrada a través de los listones de una persiana. Músicos tocando únicamente teclados, enmarcados en estructuras de neón giratorias. La imagen de un paso subterráneo tomada desde un automóvil. “Underpass” transformaba el presente en la antesala de un futuro de ciencia ficción que, hoy por hoy no hemos ni alcanzado ni superado.
Metamatic era un disco frío y pulcro y precisamente por eso era también maravilloso. Emanaba el aséptico misterio de la ciencia ficción de arte y ensayo. En la portada del álbum el artista transfigurado en músico extendía el brazo para tocar la luz artificial que irradiaba una asimétrica ventana de inspiración expresionista. Los ritmos mecánicos estructuraban las canciones puntualmente anegadas por la emoción polifónica de los sintetizadores. Las letras diseccionaban escenas cotidianas o puramente fantásticas. Hombres borrosos, coches sin conductor, coches estrellados, La imagen de un traje vacío colgado sobre una silla, obra del fotógrafo japonés Herbie Yamaguchi, sirvió para ilustrar un single posterior de Foxx, pero define perfectamente lo que cuenta la letra de ‘He’s A Liquid, que no es otra cosa que la transición de un hombre a líquido. Metamatic fue en su momento un disco pionero. Hoy es un clásico indiscutible. Que otra cosa podía ser si no, en un mundo en el que ya tantas cosas las hacen las máquinas por nosotros.