MURCIA. Por pintar un cuadro de “gente abrazada”, Juan Genovés estuvo varios días incomunicado en los sótanos de la Puerta del Sol en 1976. No es un suceso al que el pintor y artista valenciano, nacido en 1930, le confiera especial importancia, pero sí es un acto que denota su actitud combativa frente a las injusticias. Dicho cuadro, El abrazo, se ha convertido en una de las obras más icónicas de la Transición española. En ella, varios hombres (y una mujer) dan la bienvenida, brazos abiertos, a un esperanzador futuro de reconciliación. Fue un encargo de la Junta Democrática para promover la excarcelación de los presos políticos y, más de cuarenta años después, Genovés todavía lo recuerda con profunda emoción.
“Se distribuyeron 500.000 ejemplares que se hicieron en imprentas clandestinas y se fueron moviendo de mano en mano. Solo nos pillaron en Madrid, por un chivatazo”, cuenta. Es más, algunas personas conocen su obra por las réplicas que se hicieron, y piensan que la pieza que aún conservan es “la original”: “El otro día, en La Coruña, un hombre me dijo que tenía un cuadro mío. Yo pensé que sería uno de estos carteles. Me dijo que su padre lo tenía colgado en mitad de su casa, que era su favorito, y que, al morir, él había sido el afortunado hijo en heredarlo. ‘¿Quiere venir a verlo?’, me preguntó, y le contesté que no, que no podía en ese momento”, sonríe el pintor valenciano.
El abrazo es solo una de las tantas obras que Genovés ha firmado. Cuenta en su haber con galardones internacionales y nacionales como el Premio Nacional de Artes Plásticas (1984) o la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2005), a los que recientemente se ha sumado la Medalla de San Carlos, concedida por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV). Muchos de estos reconocimientos ensalzan su firme compromiso con la sociedad, que especialmente demostró durante la dictadura franquista.
“En la lucha, participé en todo lo que pude. De la reconciliación de todos los españoles, nació El abrazo. Ahora es un símbolo, pero, por desgracia, ha estado muchos años en el sótano de un museo, con apenas publicidad”, lamenta el artista, que no por ello se deja arrastrar por el desánimo. Nunca lo ha hecho. Hablar de arte con Genovés es también hacerlo de política y sociedad. Y aprender. La calidad artística y humana tiene nombre y apellidos.
-Siempre te ha interesado la función del arte en la sociedad, y has desarrollado un trabajo muy comprometido. ¿Entiendes que la cultura, y el arte, deben provocar siempre?
-Más que provocar, la función del arte es hacer de notario: dar fe de lo que está habiendo, de lo que está sucediendo en ese momento. El arte no tiene futuro, ni pasado. La pintura no tiene tiempo. Este es el único arte en el que el tiempo lo fabrica quien lo está mirando y en un cuadro siempre es eterno.
Si acudimos a los clásicos, a Las meninas, por ejemplo; pasan los siglos, y este cuadro sigue siendo testigo de aquello que pasó en un cierto minuto, en un cierto tiempo. La pintura lo fija. Esta capacidad de captar las cosas y ponerlas en su sitio es la única garantía que tenemos de lo que es la realidad. Todo llega, todo pasa, todo se va. Y el arte siempre está de testigo.
-¿Cómo crees que se conjuga el arte con el mercado, con el innegable negocio que también supone?
- A veces, parece que nos olvidamos de que estamos en una sociedad de consumo; una sociedad capitalista que se apropia de todo para hacerlo mercancía, para hacer un producto que se pueda consumir. Parece que el propietario de la obra de arte se convierte en un sujeto importantísimo. Y no lo es. El arte es un símbolo que se puede colgar en una pared; pero no es lo principal. Lo importante es que la gente lo vea y, de ser posible, que dure para siempre.
-En el programa Imprescindibles de RTVE que protagonizas, pones el foco en el espectador y la espectadora, y señalas que, sin su presencia, no tendría sentido la pintura. El público, dices, completa la obra. ¿No opinas que estamos en un momento donde nos falta un poco de bagaje cultural para poder cumplir esa misión?
-En el fondo, y a pesar de tener tanta información, estamos cada vez más desinformados. Todo se escribe, todo se nos cuenta: tenemos cien mil canales para escuchar todo lo que pasa y parece que eso es la vida. Y no: eso no es la vida. La vida está en otro lado. La vida está pasando en cada momento. Lo otro es la apariencia de la realidad.
-Desarrollaste tu trabajo bajo el régimen franquista y te opusiste firmemente a él mediante obras de denuncia social. ¿Crees que ahora los y las artistas se arriesgan tanto como antes?
-Sí. Todo artista tiene que hacer algo que sea arriesgado en el sentido de que no tiene que construir mitos absurdos. El arte, sobre todo, sirve para pensar. Eso es lo fundamental: pensar. Si no cumple este propósito, casi sobra. Por eso, volviendo a la anterior pregunta, el espectador es el que construye el cuadro. Ese es el lugar preciso del espectador: el momento en que se pone delante de él y, de alguna manera, lo está volviendo a pintar. Puede, incluso, llegar a seguir hasta los más mínimos pasos que ha tomado y plasmado el artista.
Lo que pasa ahora es que esto se está perdiendo, porque somos cada vez más analfabetos. Cada vez creemos menos en la cultura. Parece que la cultura se ha convertido en un adorno. La cultura no es un adorno, pero así se toma por la sociedad y la política actual. Es absurdo.
La gente mira un poco un cuadro y dice: “Es maravilloso”. Pero, ¿a qué llama “maravilloso” esa persona si no ha visto nada? Es como si fueras a un concierto o al cine y, cuando empezara, dijeras que es “maravilloso” y te marchases. Un cuadro necesita su tiempo: tienes que ponerte delante y empezar a ver de qué manera te hace pensar. A veces no te interesa nada. Pero otras veces es posible estar delante de un cuadro dos horas, porque te engancha, te atrapa. Eso es lo maravilloso del arte. Hacerte pensar en cosas a las que, de otra manera, no habrías llegado nunca.
-Hay perfiles culturales que prefieren no posicionarse públicamente frente a la política o frente a temas aparentemente indiscutibles como el feminismo. ¿Se ha perdido, de alguna manera, el compromiso?
-En el fondo, todos deberíamos ocupar un lugar político. Si cumplimos con lo que es la democracia, deberíamos estar ahí. Lo que pasa es que la política cada vez se nos hace más aburrida y creemos menos en ella porque tenemos ejemplos desilusionantes. Y la política no es una cuestión de ilusión, sino de realidades.
Lo que creemos que es justo lo tenemos que exigir, porque, si no se lo exigimos a los políticos, hacen lo que quieren. Se les elige para que sean gobernantes, para que den voz a las protestas de la ciudadanía. Si esta relación no es igual, la política no es justa: no estamos en una democracia. Desconfío de los salvadores de la patria que parece que están resucitando ahora; eso de que un señor lo va a arreglar todo y lo demás es falso. Ese pensamiento único en el que el que piensa lo contrario es “malo”, esa división del mundo entre “buenos” y “malos”. Eso es absurdo. Pero está triunfando porque estamos en una sociedad bastante desnutrida de la cultura.
Mencionabas el feminismo. Yo creo que el feminismo no es un asunto de las mujeres solamente: es un asunto de todo el mundo, porque es asunto de vida.
-Has mencionado en algunas entrevistas que, pese a todo, te consideras una persona optimista. ¿Cómo has mantenido la esperanza a pesar de los desencantos políticos y sociales que hemos sufrido en los últimos años, a pesar de que la sociedad esté volviendo a luchar por ciertos derechos que parecían ya ganados?
-He vivido muchos desengaños, pero no les doy importancia. A lo que creo que hay que darle importancia es a los derechos humanos. Un documento que está ahí, que casi nadie lee, pero que hay que tener muy presente. La sociedad le aporta tan poco valor que ya lo han reducido a una sigla: “DDHH”. E insisto: es un documento facilísimo de leer, un gran poema.
Parece mentira que sea el resultado de tantas naciones juntas. Los derechos humanos son la ley suprema: debemos conservarla y creer en ella. Todo el mundo tendríamos que leerlos y saberlos. Se tendrían que aprender en la escuela de memoria. Si en el fondo caben en un cartel, en dos páginas. Todos deberíamos leerlos. Sin embargo, cada vez lo menospreciamos más.
-Tus cuadros de multitudes perdidas, ¿son también una radiografía de nuestra actual sociedad, aparentemente conectada, pero en realidad sola y desorientada?
-Los cuadros que pinto ahora, los de las multitudes, no son un montón de gente (que lo parece); sino uno a uno, figura a figura puesta, pero aisladas, cada una con sus características. De hecho, prefiero distanciarlas a unas de otras.
Esa gente está como estamos todos: corriendo de un lado a otro, para arriba y para bajo. Y nunca encontramos nuestro sitio. Vivimos en una sociedad tan mediática… Queremos arreglarlo todo; viajamos; nos movemos mucho. Nos vamos, volvemos. Siempre hay un ansia continúa de que en otro sitio hay “algo”.
-Para concluir, ¿qué consejo, no solo como maestro del arte, sino también de la vida, le darías a la sociedad?
-Es necesaria una sociedad más atenta con la cultura. Y eso es un problema de la enseñanza. La enseñanza tiene que avanzar muchísimo. Los niños necesitan otra educación, no esta rutina de saberse cosas de memoria. El profesor no te tiene que dar la solución: te tiene que abrir las puertas para que tú veas de forma clara el asunto; para que tú seas crítico. Hay que orientar a los niños de esta manera, de forma que piensen lo más libremente posible para que sean críticos con la sociedad. La enseñanza es fundamental y, desgraciadamente, lleva mucho atraso en este país.