¿Qué posición adoptaron en el pasado marxistas y anarquistas con respecto a diversidad sexual? ¿Ha permanecido siempre el movimiento LGTBIQ+ al margen del resto de luchas sociales? Estas son algunas de las preguntas que trata de responder el activista Piro Subrat en este exhaustivo ensayo publicado por la editorial Imperdible
MURCIA. Probablemente, el único punto en común entre Fidel Castro y Margaret Thatcher era la creencia de que la homosexualidad tenía que ser borrada del mapa. La asunción de que las únicas relaciones naturales posibles son aquellas que se dan entre un hombre y una mujer estuvo incrustrada durante mucho tiempo en la mentalidad de marxistas, anarquistas y sindicalistas de distinto signo. Tan cierto es eso, como el hecho de que la inmensa mayoría de las conquistas sociales y políticas obtenidas por el colectivo LGTB+ con el paso del tiempo se lograron gracias al empuje de las corrientes políticas y colectivos sociales de izquierdas. Los entresijos entre la lucha obrera, el anticapitalismo, el feminismo y la libertad sexual, nunca antes documentados con exhaustividad, han sido recogidos en el libro Invertidos y Rompepatrias: Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de género en el Estado español (1868-1982), resultado de una investigación de nueve años llevada a cabo un joven activista libertario de 30 años. El libro, un volumen de 600 páginas ilustrado profusamente con fotografías y material documental de distintas épocas, ha sido publicado por la Editorial Imperdible, aunque el autor también lo ha puesto a disposición del público en internet.
Piro Subrat (Alcalá de Henares, 1990) comenzó a trabajar en este ensayo a los 20 años, poco después de un flechazo sexual-sentimental con otro chico venezolano anarcopunk. “Sentados en las escaleras de la Plaza de Vázquez de Mella –hoy renombrada “Pedro Zerolo”–, el ambiente de Chueca nos miraba con sorpresa, fetichismo y a la vez cierto rechazo a nuestro aspecto: él, con su enorme cresta roja levantada, su chaqueta repleta de tachuelas y sus mallas desteñidas; yo, con mi ropa rota, mi pelo desaliñado y mis botas militares. Conscientes de la situación, nos reímos. No sabíamos a qué mundo pertenecíamos. Chueca nos incomodaba, pero el mundo libertario tampoco nos proporcionaba un hogar seguro -explica Piro en el epílogo del libro-. Narramos nuestro paso reciente por diversas agrupaciones políticas: ambos habíamos participado en varios grupos marxistas, y ninguno nos habíamos sentido bien con el trato de nuestros camaradas hacia nuestra sexualidad. Ya en espacios anarquistas, la situación mejoró un poco, pero tampoco demasiado. Concordábamos en que esa cara pública de la izquierda radical y del anarquismo como benévola y defensora de la población LGTB era en gran parte una fachada. Ambos cursábamos la carrera de Historia, y determinamos que aún estaba por escribirse una historia de cómo había sido la relación entre las izquierdas y la homosexualidad, una historia que nos hiciera conocer el pasado para comprender el presente”.
“En ese momento me estaba leyendo De Sodoma a Chueca, de Alberto Mira, que precisamente es valenciano. Había leído bastantes cosas de historiografía LGTB, pero ése era el primer libro que hablaba del compromiso que parecía haber habido en la Transición entre lucha obrera, anticapitalismo y movimiento gay. También, por otra parte, me llevé sorpresas mayúsculas al leer citas súper homófobas de personajes míticos de la II República o del anarquismo como Federica Montseny. Ahí es cuando empecé a investigar, y me di cuenta de que era un campo enorme por explorar”, nos explica Piro en una entrevista que mantenemos en la sede de El Punt, el Espai de Llibre Aprenentatge del barrio del Carmen.
-¿Han sido las izquierdas históricamente tan tolerantes con la homosexualidad como tendemos a pensar?
-La respuesta es complicada. Si hablamos del binomio izquierda-derecha, desde luego sí ha sido más tolerante. Porque la derecha ha estado detrás de detenciones en masa, asesinatos y persecuciones. Históricamente, el problema de la izquierda es que ha habido tolerancia, pero no respeto. Algo así como “no te voy a matar, pero no me gustas”. Y en ese contexto han llegado a protagonizar situaciones muy desagradables.
-¿Cuál fue el punto de inflexión en el que por fin se “cambia el chip”?
-El punto de inflexión fue sin duda la Transición, que se da poco después de hitos históricos como Mayo del 68 y la Revuelta de Stonewall. Durante la Transición, las generaciones más jóvenes de ciertos entornos marxistas trotskistas y anarquistas más vinculados a la contracultura empiezan a asumir la cuestión de la libertad sexual. Antes de la muerte de Franco ya surgieron grupos como el Movimiento Español de Liberación Homosexual. Ellos fueron los que interpelaron a la izquierda para que les incluyeran en su lucha, como habían hecho previamente con el ecologismo y el feminismo. En esos primeros grupos de liberación homosexual había muchas personas con doble militancia: marxistas de todas las familias, anarquistas, situacionistas, etc.
-¿Existen diferencias sustanciales en la reacción que tuvieron marxistas y anarquistas ante las reivindicaciones del colectivo gay?
-Depende de la época. En los años 20 y 30, el anarquismo es la fuerza que más se preocupa por temas de liberación sexual, aunque en general de forma muy patologizante. “Están enfermos y hay que curarlos”, venían a decir. Esa era la vertiente más progresista durante los años veinte. La alternativa a eso era: “Hay que meterlos en la cárcel y destruirlos”, como defendían médicos de prestigio de la época como Gregorio Marañón. Hay que decir que dentro de los entornos libertarios llegó a florecer un pensamiento pro-homosexual (con muchas comillas), cosa que no he encontrado en la documentación de los círculos marxistas. Esos grupos, que eran muy minoritarios, no veían ningún problema en las relaciones que dos personas de mismo sexo. Pero incluso ciertos sectores de sus propias filas se reían de ellos por defender esta postura. En cuanto a marxismo, en términos generales pasaron completamente del tema hasta que llegó el mayo francés, y sobre todo con la Transición. Aunque durante mi investigación comprobé que en el factor generacional fue decisivo: había muy poca gente de más de 45 años, por muy progresista que fuese su ideología, que estuviera a favor de la liberación homosexual. Las cosas más bestias contra y a favor del mundo homosexual las he encontrado en la prensa y en los discursos anarquistas. En el marxismo también había con toda seguridad opiniones súper homófobas (sobre todo en el sector más maoísta y estalinista), pero la diferencia es que allí existía la disciplina de partido y había que callarse ciertas cosas porque podías perder votos.
-¿Qué papel jugaron los medios de comunicación?
-En la prensa orgánica de estos partidos hay un silencio muy llamativo sobre la cuestión homosexual. En la prensa generalista sí se hablaba. Periódicos como El País o Diario 16 sí cubrían las manifestaciones. En el ABC se hablaba a veces de homosexuales, pero de forma tétrica, siempre asociado a crímenes y sucesos escabrosos. De lo que no se ha hablado suficientemente es del papel tan importante que jugaron las publicaciones contraculturales vinculadas a la izquierda como El Viejo Topo, Ozono o Ajoblanco (¡que llegó a tener 100.000 ejemplares de tirada en el verano del 77!). También fueron muy avanzadas revistas como Interviú y su competencia, Primera Plana, que estaban dirigidas por gente de entornos marxistas o al menos republicanos. De hecho, la portada de Invertidos y Rompepatrias es una imagen de la cobertura que dio Interviú a la primera manifestación homosexual en Barcelona. Hay que pensar que en aquella España que tenía poco más de 22 millones de personas, Interviú tenía una tirada de medio millón de ejemplares. Por eso estas revistas avanzadas a su tiempo tuvieron un papel muy importante en la despenalización de la homosexualidad en España.
-¿Cómo eran las relaciones entre gays y lesbianas dentro de estos primeros colectivos de liberación homosexual?
-En los primeros momentos de la Transición, las lesbianas, muchas de las cuales se definían como feministas, se meten en el Frente de Liberación Homosexual. Y lo que ocurrió fue que en la mayor parte de los casos se acabaron escindiendo debido a la misoginia y el centrismo gay que se respiraba en esos grupos. También ocurrió en Barcelona por ejemplo con los travestis, que se escindieron por sufrir ataques de plumofobia por parte de sus compañeros, lo que no deja de ser otra forma de misoginia.
-¿Estuvo el movimiento feminista siempre abierto a integrar las luchas de las mujeres lesbianas?
-La relación entre lesbianas y feministas nunca ha sido lineal. Más bien es cíclica. Tras la escisión de sus compañeros gays, muchas lesbianas se montaron colectivos propios, sobre todo en Cataluña, País Vasco y Madrid. Después, a nivel local bastantes de estos grupos se integraron en la coordinadora feminista. Y aquí me he encontrado testimonios muy variados; hay mujeres que me cuentan que se sintieron fatal, y otras recuerdan haber sido bien recibidas. Todo esto cristalizó en el feminismo lesbiano de los ochenta y de parte de los noventa, que podríamos enlazar con el feminismo de Lesbianas Sin Duda y los grupos más queer y radicales, y que llega hasta el transfeminismo de los años 2008-2010, en el que se juntan maricas, lesbianas y trans. De forma paralela a ese feminismo fue desarrollándose otro más institucional, que es el que está ahora liándola tanto con el tema de la ley trans.
-¿Está levantando la Ley Trans más ampollas de lo que se esperaba?
-Es un tema muy complicado, porque ahí entran también cuestiones como el esencialismo de género, que incomoda a mucha gente. Personalmente, yo jamás llegaré a compartir las opiniones en contra que se están escuchando, pero puedo llegar a entender por qué está pasando. En mi opinión, dentro de los colectivos no ha habido un trabajo real ni político y de normalización social de los transexuales. Ahora mismo está bastante asumido por la sociedad el hecho de ser gay, y también un poco el hecho de ser lesbiana, pero la condición trans todavía le suena como algo marciano a la mayoría de la gente. Hasta hace cinco o seis años,
la mayor parte de la sociedad pensaba que eso es algo que apenas existía. Como no se ha hecho suficiente trabajo antes, ahora la ley trans se percibe como un elefante entrando a una cacharrería. Mucha gente se siente atacada. Y no solo feministas que dicen tener miedo de que se borre a la mujer cis como sujeto político específico. La cuestión también genera miedos y problemas dentro de los colectivos LGTB+ con los maricas que son trans. Si todo eso lo mezclas con partidos e intereses políticos, lo que obtienes es este cóctel tan desagradable que tenemos ahora, con peleas en redes sociales, etcétera.
-Tu libro se centra en las relaciones históricas entre izquierda y derechos LGTB+. Pero, ¿qué pasaba con los homosexuales conservadores o católicos?
-Siempre ha habido homosexuales de derechas en el armario, incluso ministros de Franco. Pero se callaba porque no eso obviamente no te facilitaba la carrera política. Ahora sí que te la puede facilitar un poco. En la Transición surgieron colectivos homosexuales cristianos, aunque no se metían en política. En València había uno, Fraternidad Cristiana de la Amistad. Pero estos grupos se conformaron con que se despenalizara la homosexualidad en el 79, y después desaparecieron. Los colectivos homosexuales fueron captados por el PSOE, y un poco por Izquierda Unida, cuando Felipe González llegó al poder. Me fastidia decir esto, porque la derecha está aprovechando este discurso, pero lo cierto es que el activismo LGTB oficial ha seguido muchas veces los pasos que le dictaba el partido socialista. Negarlo no tiene sentido. Quizás una de las pocas excepciones es la del colectivo Lambda en València, a pesar de que recibe subvenciones y tiene contactos institucionales. Ahora mismo la situación es diferente. La diversidad sexual se ha comercializado y han surgido barrios como Chueca en Madrid, y quizás Ruzafa en València, con una presencia mayoritaria de homosexuales de clase media y buen nivel adquisitivo. Son personas que pueden hacer lo que quieren en la vida, y no han sufrido la homofobia de épocas anteriores. Ese ha sido el caldo de cultivo que ha animado a los partidos de derechas a meter en campaña la lucha homosexual y a dejar que políticos conservadores como Javier Maroto, que ya llevaba más de una década en el PP, puedan declarar abiertamente su homosexualidad. Hay que decir que, aunque fue Ciudadanos el partido que dio el salto, en realidad había una plataforma del PP no reconocida oficialmente, la Plataforma Popular Gay, que empezó a ir al Orgullo antes que ellos.
-Digamos que Ciudadanos les “comió la merienda”.
-Si el PP se hubiese puesto las pilas y hubiese escuchado a su sector más progre, en vez de al más rancio (que luego se acabó escindiendo en Vox en gran parte), sin duda el salto que hizo Ciudadanos en 2014-2015 lo hubieran hecho ellos.
-¿Qué protagonismo a nivel nacional ha tenido el movimiento LGTB+ en la Comunitat Valenciana?
-No hay duda de que el centro de las reivindicaciones siempre ha estado en Madrid, Barcelona y Bilbao. Dentro de su papel secundario, València tuvo un papel bastante importante. Durante la Transición existieron varios grupos activos, aunque cambiaban de nombre cada uno o dos años. Tenían contacto con la izquierda local valenciana, y se concentraban esencialmente en la ciudad de València, aunque hubo un grupo pequeño en Castellón. En Alicante lo que ocurrió más bien fue que grupos marxistas como el Partido Comunista se hicieron eco de las reivindicaciones homosexuales en general. Yo destacaría dos hechos históricos importantes. Un congreso convocado en Burjassot por la Fraternidad Cristiana de la Amistad, nada menos que en abril de 76, en un momento en el que todo estaba en pañales todavía. Otro momento clave, que tuvo repercusión en toda la prensa del estado español, fue la manifestación homosexual de junio de 1979. Es muy recordada porque, además de reunir a mucha gente, se produjeron ataques muy fuertes por parte de la ultraderecha, a pesar de ser una manifestación legalmente organizada. En la Avenida del Oeste se montó una mini batalla, con atacantes armados con pistolas y bates de béisbol.
-¿No te parece curioso que un país que ha sufrido una dictadura nacional-católica de más de cuarenta años se considere hoy en día un ejemplo de vanguardia en las conquistas de los derechos LGTB+?
-Me resulta muy curioso, pero creo que es una cuestión cultural. Hay algunas ciudades españolas que siempre han sido favorables a la libertad sexual, y más concretamente, a la homosexualidad. Antes del Franquismo, en Barcelona había un ambiente homosexual que no se encontraba en ningún otro lugar de Europa. La dictadura no logró aplacarlo. De hecho, durante los últimos diez años de franquismo la gente hacía lo que le daba la gana. Se montaban orgías; se mantenían relaciones abiertas; se experimentaba. Estaba criminalizado legal y socialmente, pero esto ocurría igualmente. Y València concretamente fue un despiporre de libertad sexual durante los años de la Transición. Era un paraíso para la gente de fuera.