El otro día iba por la calle de una localidad remota paseando, perseguida por una procesión de gente enfervorecida gritando “Carmen, el pueblo quiere saber otras cosas además de cómo funciona el mercado y la competencia”. Y eso me tuvo pensando un rato, acunada por las súplicas descarnadas a un volumen considerable que proferían. Como si ya estuvieran cansados del antitrust. Y concluí lo siguiente: No, no habrá descanso ni tregua, porque no hay nada al margen del mercado y la competencia. Así que voy a seguir pontificando desde mi pequeño púlpito y vamos a hablar, otra vez, con sorpresa de nadie, de mercados digitales, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que se ha presentado por la ínclita Lina Khan, la recién estrenada presidenta de la Federal Trade Commission, la reformulada demanda contra Facebook por prácticas anticompetitivas de acaparamiento o de sepultura de competidores.
Y antes de volver al tema quiero hacer dos incisos que me parecen relevantes. El primero es que se inició una campaña para la recusación de la Sra. Khan porque habría mostrado previamente una actitud crítica contra las tecnológicas. Esta posición científica, no política, se había entendido por la procesada como una amenaza contra las garantías del procedimiento. Y, aunque, terminó siendo descartado, anuncia un problema de fondo sobre las expectativas que tenemos de la Administración. Que existan trabajos e investigaciones previos en la materia no introduce un elemento de sesgo o de prejuicio, sino que pone sobre la mesa que esa persona ha trabajado y analizado la cuestión y no es ajena a los problemas que aquejan al mercado. Independientemente de que cada caso merezca un análisis propio, que, por supuesto, se tendrá que hacer respetando la presunción de inocencia.
En segundo lugar, se ha presentado el procedimiento como si ésta fuera la prueba de fuego de la responsable y, por extensión, de una Administración demócrata y moderadamente progresista en el campo antitrust. Y me parece lamentable, sesgado y maniqueo. Es una mujer que ha dedicado su carrera a estudiar el campo de la competencia y se ha manifestado pública y motivadamente contra los abusos de las tecnológicas dominantes. Y pase lo que pase, ha tenido el coraje suficiente como para iniciar un procedimiento contra una de las empresas más importantes, con poder económico, pero también político, y con una legislación y jurisprudencia que ayuda poco a la causa porque la prueba de las posiciones de poder de mercado en estos sectores es bastante dura y un campo aún por labrar. Si gana, será un éxito enorme y puede ayudar a que se ponga el foco sobre un sector que, hasta el momento, ha mantenido un perfil muy bajo en el mundo antitrust, pero que tiene un impacto considerable en la economía, allanando el camino para otros procedimientos. Si pierde, pues pierde. Resultará un poco más difícil la siguiente vez que se intente porque hay un ladrillo pavimentando la carretera hacia la impunidad, pero siempre se puede, aunque sea cuesta arriba, desandar el camino.
Saliendo de la rotonda en la que nos habíamos metido, volvamos a Facebook. ¿Qué clase de debate obsoleto nos traes? ¿¡Quién sigue usando Facebook?! Nadie, supongo. Pero es que Fb, os recuerdo, y tras una poco afortunada autorización de concentración, no es sólo esa red social de la que usted me habla. Es un conglomerado, que agrupa también WhatsApp e Instagram, entre otras. El debate que se proyecta en USA versa sobre la bondad para el mercado de la estrategia de concentraciones de compañías competidoras que ha llevado la procesada, que permiten extender su poder de mercado de forma presuntamente anticompetitiva, aderezado con un “qué se puede hacer con estos pulpos del S.XXI”.
El obstáculo central ha sido la definición del mercado relevante, esto es, el número de operadores que participan en un mercado dado y que pueden considerarse competidores. “De qué mercado exactamente hablamos” es la pregunta clave por la que se ha debido reformular la demanda. Se trata del mercado de redes sociales personales, lo que deja fuera, siempre según la FTC, perfiles profesionales (LinkedIn) o de otra clase y también de retransmisión y reproducción de videos (como Youtube o la juvenil Tiktok). En realidad, y aunque se trata de una fase previa incluso al análisis de la práctica en cuestión, el caso puede estar ganado o perdido en este paso: cuanto más restringido sea el mercado, cuanto más específico sea el bien o servicio, más probabilidades habrá de que la empresa en cuestión sea considerada dominante y monopolizadora. Ésta es la primera línea de defensa de las empresas.
Poniendo que se consigue superar este pequeño bache en el camino hacia el corazón de la judicatura, se evalúa la práctica en cuestión: la estrategia de Facebook, tras una serie de intentos fallidos de desarrollar su propio software nuevo para móviles, consiste en apropiarse o sepultar a competidores más innovadores que sí lo habían conseguido, manteniendo el dominio del mercado a través de fórmulas anticompetitivas. A los que no pudo comprar (algo que sí hizo con Instragram y Whatsapp), los soterró con una fórmula digna de las sirenas de Ulises. La trampa consistía en ofrecer con miel una plataforma para desarrolladores de software independientes a quienes, una vez comenzaban a despuntar sus invenciones, abruptamente les exigía aceptar condiciones que impedían que sus Apps emergieran como amenazas competidoras emergentes de la empresa, construyéndose una muralla preventiva en un momento extremadamente vulnerable de cambio de paradigma tecnológico de PC a móvil.
Y así es como, libre de esta presión competitiva, Fb ha podido tejer un modelo de publicidad basado en la vigilancia, que nos impone a los usuarios cargas y concesiones en materia de privacidad cada vez más onerosas y orwellianas, privándonos, además, de mejores y más novedosas funcionalidades. La solución que propone la FTC es controvertida y no sabemos aún como de efectiva: disolver el “monopolio”, escindiendo y obligando a vender sus plataformas más conocidas (Instagram y Whatsapp) de forma que se conviertan en competidores de su antaño matriz.
Es gracioso ver a Facebook como el Capitán Ludd del S.XXI, más discreto, eso sí, menos teatral. Y eso es algo que no aprecio. En cualquier caso, las tecnológicas sí “tienen razones para estar preocupadas”. No sabemos si la sanción llegará hoy o mañana, pero, desde luego, los días de silenciosa monopolización y abusos van quedando atrás con el impulso de las autoridades de competencia europeas y estadounidense haciendo frente común.