Las películas que marcan la historia universal y también la de cada uno de nosotros, suelen tener factores clave como actores icónicos, rostros muy populares, de hecho, en ocasiones sentimos cercanía y simpatía por ellos; y en muchas ocasiones bandas sonoras de gran belleza y que se convierten en himnos. Músicas que nos transportan a lugares, recuerdos, imágenes, sensaciones y que estos días han vuelto a sonar en debido a la muerte de uno de los creadores más queridos, el gran Ennio Morricone.
La música nos ayuda en muchos momentos de nuestra vida, nos acompaña en un viaje en coche donde puedes hasta disfrutar cantando, también en el tren con los auriculares y disfrutando del paisaje en silencio. El ocio nocturno encuentra en la música su mejor aliado para hacer disfrutar a la gente, pero también el trabajo, especialmente el creativo encuentra refugio e inspiración en la música y especialmente las bandas sonoras de Morricone pueden ser de gran ayuda para desarrollar con mayor intensidad y motivación nuestras tareas.
Hace unas semanas escribía esta columna escuchando al grupo Jarabe de Palo tras la muerte de su cantautor Pau Donés y esta vez lo hago con la música del genio italiano, muchas de sus sinfonías tienen algo que denominaría como espiritual. Y de hecho, las creaciones que conmueven a cualquier alma con un poco de sensibilidad, suelen tener algo especial, algo trascendental. En este caso, el autor de la música de películas como Cinema Paradiso, Los Intocables, La Misión o la que da título a esta columna, era un hombre de fe católica que explicaba como la había aprendido de su familia y sobre el arte de la música decía: “es el único que se acerca verdaderamente al Padre eterno y a la eternidad”. Morricone consideraba que la música te acercaba a Dios, y si escuchamos muchas de sus bandas sonoras podremos comprobar que así es.
Esta semana España, país de gran tradición católica junto a Italia y muchos de nuestro entorno, celebró un funeral por las más de 40.000 víctimas a causa del coronavirus en los últimos cuatro meses. El acto religioso contó con la presencia del Rey de España, Felipe VI junto a la Reina, la Princesa de Asturias y la Infanta, es decir, la jefatura del Estado estuvo presente en representación de todo el pueblo español que siente con profundo dolor no sólo la muerte de sus compatriotas sino el ninguneo a la hora de publicar la cifra exacta de muertos y la falta de humanidad y empatía con el numeroso personal sanitario infectado. Sin duda, y utilizando el símil de ese clásico del cine protagonizado por Clint Eastwood al que puso sintonía el compositor italiano que acaba de fallecer, el bueno de esta película es el Rey.
Hoy en día está más de moda que nunca el relativismo, pero llevado a extremos de sordera o ceguera, cualquier verdad basada en evidencias es puesta en solfa y como suele decirse “nada es verdad ni mentira, depende del cristal con que se mira”, y la realidad es que no siempre todo es tan relativo. De todos modos, estamos haciendo un reparto, tenemos tres papeles y este le ha tocado al vicepresidente del gobierno. La verdad sea dicha y a tenor de sus múltiples amoríos, muchas mujeres lo deben de ver realmente atractivo. La cuestión no es física sino judicial, y el caso Dina tiene muchas aristas que el señor Iglesias pretende clavar a los demás, él jamás es responsable de nada y siempre hay una mano negra, pero no es la suya.
Tres personajes tenía el mítico film de espagueti western y aquí llevamos dos desvelados. Desde que comenzara la crisis por el covid19 muchos españoles han sentido cierto rechazo, cuando no abierta antipatía, hacia la figura del presidente del gobierno. Creo sinceramente que es un mérito ganado a pulso con su actitud vital, su postura o más bien impostura, su verborrea a lo Castro, pero sin ningún gracejo cubano y su disposición de chulo del instituto porque sí, en definitiva y tras ver como ni se dignó a asistir al funeral por los españoles muertos (muchos de ellos por su nefasta gestión de esta crisis), el malo de la película es Pedro Sánchez.