“Viven los cuadros alojados en los marcos…” Ortega y Gasset, “Meditación sobre el marco”
MURCIA. Hace un tiempo una persona me trajo, para vender, un interesante cuadro firmado por un importante pintor valenciano de la segunda mitad del siglo XX. La obra me costó mucho venderla, y estoy seguro que parte de la culpa la tenía un más que discutible marco dorado que el propietario le había puesto ex profeso, previamente retirado el marco original. No se trataba de un marco especialmente llamativo, pero era sencillamente inapropiado para aquella pintura: la convertía en una obra menor, sin serlo. Las razones de ello cuesta explicarlas hasta que no se ve en directo. Muchos de quienes se interesaron por el cuadro repetían, más o menos, como una cantinela “la pena es el marco que le han puesto…”. Yo me limité a asentir y tirar balones fuera autoexculpándome de la fechoría
Hay marcos que directamente se oponen a su cuadro, y que incluso en cierta forma lo ocultan, lo emborronan, consiguiendo que confundamos visualmente moldura y pintura sobretodo en las zonas más próximas al marco. Tener gusto para enmarcar un cuadro es algo que no se aprende en las academias. Casi diría que es una cualidad que se tiene o no se tiene, aunque más allá de lo puramente estético hay que tener en cuenta ciertas reglas que conviene no saltarse.
El marco no puede formar nunca parte de la obra, es decir, jamás puede mezclarse en igualdad lo que es pintado con aquello que lo enmarca. El marco no puede pretender epatar con la pintura: ambos pertenecen a mundos distintos aunque se complementen. Claro que hay marcos con gran fuerza decorativa por sus molduras, policromías e incluso dorados, pero si la obra enmarcada tiene más fuerza, entonces no habrá problema. Dice mucho de la grandeza de un cuadro cuando una gran moldura lo que hace es resaltarlo todavía más sin eclipsarlo. Una obra pequeña, sutil, un dibujo también admite la utilización de una enmarcación antigua, llamativa. De hecho muchos dibujos y collages de las vanguardias históricas están enmarcados con molduras antiguas, preferentemente de los siglos XVII y XVIII. Existe una afinidad estética entre ambos mundos tan separados, por otro lado. En este caso el paspartú que rodea a la obra artística actúa de “transición” entre un mundo y otro. Los dibujos, los collages, la obra gráfica, la fotografía deben, por regla general (aunque no es siempre una regla a seguir a rajatabla), enmarcarse con paspartú que además en caso de que sea ancho y la obra pequeña focaliza nuestra mirada en la obra y le otorga un status “escénico” que fuera del marco desaparece. Por tanto si disponen de un pequeño dibujo que no llega al palmo y quieren darle relevancia no tengan miedo en disponer alrededor de este un paspartú que doble la anchura de la pieza.
El marco, en su momento histórico, estuvo al servicio de la pintura para su protección y lograr realzar esta última, lo que no quita que algunas de estas molduras constituyeran auténticas piezas de lujo. Existen casos en los que se ha conservado la documentación relativa al encargo y coste del marco de algunas obras importantes, en los que intervinieron varios profesionales como carpinteros, ebanistas o doradores. Resulta revelador, por ejemplo, el caso del cuadro El Expolio, pintado por El Greco entre 1577 y 1579, cuyo marco costó algo más de doscientos mil maravedíes y la pintura, sin embargo, ciento diecinueve mil. Habida cuenta que hoy lo que se pretende es, ante todo, buscar y hallar un marco antiguo que encaje con el cuadro y no encargar una replica moderna, hay cuadros que impacientes esperan el encuentro feliz con el marco con el que alcanzar la simbiosis perfecta, y al contrario, hay también marcos que pacientes espera la llegada de “su” cuadro. Conozco coleccionistas que tienen obras esperando el hallazgo de su marco durante años: si no llega el adecuado, el cuadro se queda sin enmarcar: “busco un marco dorado del siglo XVIII de tanto por tanto apúntatelo por si algún día te sale”. De hecho yo tengo algún cuadro que espera el marco “imaginado” por mí y que todavía no ha llegado.
Los marcos antiguos obviamente no se extinguen, pero su búsqueda es cada vez una tarea más ardua. Sucede, por tanto, que lenta pero paulatinamente hay menos disponibles por una cuestión de lógica matemática: hay más obras dispuestas a ser enmarcadas empleando marcos antiguos que el número de estos últimos en el mercado. Piénsese que marcos hasta, pongamos 1800 se se fabricaron una cantidad determinada (muchos de los cuales se ha perdido por diversas razones), sin embargo en muchos casos la obra moderna se enmarca también con marco antiguo. Por poner un ejemplo, en la exposición de Léger de hace unos meses celebrada en el IVAM, una parte de los cuadros estaban enmarcados con marcos antiguos.
El marco perfecto se sitúa en un difícil equilibrio con la obra de arte, y en esta feliz situación se produce la admiración del marco sin que deje de apreciarse el cuadro sino más bien al contrario: inexplicablemente la obra también se eleva. Es un efecto un tanto mágico. Además, el marco ha de actuar aislando la obra, de la pared en la que cuelga. Según Ortega, el cuadro debe ser aislado de su entorno y para ello se inventó el marco “que no es ya la pared pero tampoco es el cuadro”. Según el pensador español en sus Meditaciones sobre el marco, este actúa de trampolín que proyecta nuestra imaginación, nuestra atención a la “dimensión legendaria de la isla estética” que constituye la pintura. Ello responde a la engañosa pregunta sobre cuándo se empiezan a los marcos para “acotar” las obras pictóricas. Inicialmente la cuestión nos invita a contestar apresuradamente que fue en la Edad Media, pero la pregunta tiene truco. La respuesta es que la obsesión por deslindar, perimetrar y destacar la obra pictórica del resto del muro es algo tan ancestral que es ya en Grecia en el siglo IV a.C, y tiene su continuación en época romana, cuando el marco empieza a emplearse para perimetrar las pinturas murales y los mosaicos de las casas, aunque sea un marco “fingido” una especie de trampantojo, al ser pintado sobre el mismo muro. Cuando, tras el estudio pertinente, llegamos a la conclusión de que el marco es el original y por tanto el que se le puso a la obra cuando esta fue pintada, por su estilo podemos asegurar, con escaso margen de error, la época de la pintura ya que los marcos suelen seguir al pie de la letra la moda o los estilos de cada momento histórico.
La relación del marco con el cuadro no es fácil de explicar. Decíamos que el marco no debe mezclarse con el cuadro pero en el caso de que veamos la obra como un todo el marco siempre deberá realzar al cuadro que enmarca. No hacerlo mejor porque tenemos que disponer del criterio para no ensalzar la obra más allá de lo que es, por el hecho de que el marco la embellezca más. Debemos, pues, aislarla con el fin de ver sus defectos y virtudes. Hay que llevar cuidado porque una obra muy bien enmarcada puede conducirnos a engaño sobre su calidad. Al revés, una obra muy mal enmarcada puede parecernos peor de lo que realmente es. Les aseguro que ejemplos tanto una cosa como la otra se ven todos los días.
Terminamos con Ortega. Para el filósofo la pared y el cuadro representan dos mundos que se repelen, que son antagónicos: el de la realidad y el de la imagen como isla imaginaria que colgada permanece rodeada de realidad por todas partes. Lo que hay pintado “está allí sin estar” puesto que ello es solo una metáfora de objetos y seres, y el cuadro abre ventanas a irrealidades desde nuestra realidad tangible. El marco y su elección nos hace partícipes en la obra, en su consideración, al poner en contacto esos dos mundos en cierta forma inconexos.