Los gobiernos de todo el mundo han hecho planes para proteger nuestra vida. Vivir, a costa de lo que sea, es el objetivo principal de los gestores de la crisis. En nuestra salud mental nadie ha pensado demasiado. No es algo extraño. La eutanasia no es legal en la mayoría de países del mundo. La máxima imperante parece ser mantener con vida el cuerpo. Aunque tu padre haya dejado de hablar más allá de balbuceos. ¿Qué importa su cabeza? Lo importante es mantener con vida el cuerpo, aunque a ese cuerpo ya no le queden ni recuerdos ni opiniones. ¿Por qué este sinsentido? Probablemente un poso inútil del pensamiento religioso: la vida como regalo de Dios. El suicidio por tanto la mayor de las afrentas contra El Creador.
Si nos fijamos, es mucho más difícil conseguir una baja por estrés que por esguince. Cuando el esguince es un mal mucho menor que el estrés. La ruptura de una pierna puede ser un motivo para faltar al trabajo, pero la ruptura de un matrimonio, por ejemplo, no suele serlo. Aunque estés destrozado y solo desees llorar. Aunque no puedas concentrarte en nada. Si tú problema es emocional hay una solución socialmente aceptada: hincharse de pastillas para parecer normal. ¿En serio? ¿Por qué? Pues supongo que también es un poso inútil del pensamiento industrial capitalista: somos principalmente fuerza de trabajo.
Resumiendo: por absurdo que sea, damos mucha más importancia al cuerpo que a la salud mental. Y esta crisis no está siendo una excepción. Los gobiernos de todo el mundo han tomado medias para salvarnos la vida y para salvar la economía. Los estragos que estas medidas hagan en nuestra cabeza están por ver. Y, en mi opinión, no han sido debidamente estudiadas. Teléfonos gratuitos de atención psicológica no son suficiente.
La casa es una caja de resonancia. El encierro hace que todo se amplifique. Las discusiones, las dudas, los problemas, los miedos. En 2007, en una aldea remota llamada Fago un vecino mató de un disparo a otro. Cuentan los periodistas que al llegar al pueblo los vecinos no eran capaces de explicar por qué aquellos hombres, antes amigos, se llevaban tan mal. Todas las justificaciones para una animadversión que acabó en asesinato eran tan pequeñas y ridículas que ni ellos mismos, cuando empezaban a contar la historia, entendían lo que durante años les pareció normal. Los periodistas habían abierto la puerta al mundo real, ajeno a las rencillas del pueblo. Y al entrar la luz, todos los fantasmas se habían difuminado.
El aislamiento es un método tradicional de tortura que produce nervios, irascibilidad, desconfianza, paranoia, psicosis y, en casos extremos puede llevar a la destrucción de la personalidad. La Sociedad Americana de Neurología afirma en sus estudios sobre personas aisladas (en cárceles, secuestros o situaciones excepcionales) que el aislamiento tiene un rápido impacto en la estructura neuronal y lleva al deterioro psicológico y emocional (estrés, ansiedad, depresión). Los daños a menudo son permanentes y en algunas ocasiones pueden llevar a la muerte prematura o al suicidio.
El coronavirus nos ha aislado. Nuestra situación no es comparable a la de un preso o un secuestrado, pero tampoco debemos subestimar los efectos de nuestro arresto domiciliario (con régimen de tercer grado para aquellos que tienen perro). Pequeñas tensiones que podrían haberse relajado saliendo a correr al parque, tomando unas cañas o yendo de compras se van acumulando entre cuatro paredes. Hay que tener cuidado, ser conscientes y por ello pacientes. Un pequeño ruido puede convertirse en alboroto por efecto de la amplificación. No eres tú, es el coronavirus, debería ser el mantra de estos días para convivir. Porque para algunas familias puede ser fácil, sobre todo las que pasan el confinamiento en su chalé de la montaña o en su ático dúplex. Pero hay casos extremos, a menudo en pisos minúsculos. Familias con niños, con adolescentes, con enfermos, con dependientes. Personas sin apenas ingresos (ahora cero) viviendo en pisos patera. Mujeres viviendo con sus maltratadores. Personas sufriendo solas en camas de hospital. Ancianos muriéndose en residencias sin poder despedirse de sus seres queridos.
¿De verdad no se puede hacer nada? ¿Solo escaparte un rato si tienes perro, despedirte de tu madre enferma por tablet o llamar a un teléfono de atención si no puedes más? ¿A ningún gobierno del mundo se le ha ocurrido cómo minimizar los daños emocionales? Espero que al menos estén pensando en cómo actuar cuando salgamos del confinamiento. Porque las secuelas van a ser enormes. Y no solo hablo de divorcios, un tema que ocupa gran parte de los memes. Si septiembre era el mes de los divorcios, debido a las vacaciones de verano donde la pareja pasaba más tiempo junta, imaginen cómo se van a llenar los juzgados cuando esto acabe.
Hablo de traumas, grandes y pequeños, que nos persigan de por vida. Por culpa de una sociedad donde el pensamiento religioso y el capitalista nos han convencido de que el cuerpo es primero. Y ya si queda tiempo, la mente. Y si no queda tiempo, pues te tomas una pastillita que te deje idiota. O lloras en el baño abriendo el grifo para disimular el llanto, que en el comedor hay demasiada gente estos días.