Fueron condenadas por la opinión pública. Hoy son reconocidas como víctimas. Se han necesitado dos décadas para que la opinión pública y los medios de comunicación se sensibilizasen con los abusos que padecen mujeres como Nevenka Fernández y Rocío Carrasco. Aunque todavía no lo suficiente
MURCIA. El movimiento feminista, el #Metoo, el #Cuéntalo plantaron las bases. Hace tres años las mujeres empezaron a hablar. Cientos de miles de historias anónimas de violencia machista acapararon la atención en los medios y las calles. Periodistas, terapeutas, políticos y activistas pregonaron el concepto de violencia de género. Las televisiones, mientras tanto, dieron, y dan todavía, una de cal y otra de arena.
Es innegable que tanto el caso Nevenka como el de Rociito han servido como efecto espejo para miles de mujeres que no eran conscientes de lo que significaba. Las llamadas al 016 se han multiplicado y muchas mujeres se han visto representadas en sus testimonios. Sin embargo, el tratamiento de ambos casos por televisión no está siendo uniforme.
El primero, la docuserie Nevenka en Netflix, no emitía juicios paralelos, solo mostraba el punto de vista de la víctima (porque el acusado declina hablar), dejando que la audiencia llegase a sus propias conclusiones. El segundo, el de Rocío, contar la verdad para seguir viva, pese a venir empaquetado con la etiqueta de docuserie, un tipo de formato que le daba un aura de prestigio al contenido, de “buena televisión”, venía acompañado de un programa debate con voces a favor y otras que todavía ponían en tela de juicio a su protagonista. Lo que no debía ocurrir, que se revictimizase a Rocío Carrasco, que se juzgase a una víctima de violencia de género por dar un paso adelante y hablar, vuelve a ser el caldo de cultivo de los diferentes programas de la parrilla de Telecinco.
Los primeros debates alrededor de la confesión de Rocío Carrasco fueron homogéneos. El conjunto de tertulianos manifestaban su apoyo incondicional a la víctima, mientras que periodistas como Ana Pardo de Vera y posteriormente Ana Bernal-Triviño han aprovechado la oportunidad de llegar a millones de espectadores para divulgar sobre las causas y los efectos alrededor del maltrato psicológico, físico, la violencia institucional, incluso advirtiendo que no se debe caer en la revictimización, que no se debe poner en duda su testimonio. No importa que el individuo tenga tal o cual personalidad, nivel económico, educativo o social. Rocío Carrasco ha sufrido durante dos décadas violencia machista. Punto.
Lamentablemente, a medida que han avanzado las semanas, ha sido habitual toparse con momentos televisivos en los que determinados perfiles de Telecinco (Rosa Benito, el propio Antonio David con declaraciones en la calle, Kiko Matamoros, una periodista especializada en tribunales, y un largo etc) ponen en duda las declaraciones de la hija de la tonadillera.
La cadena, pese a mostrar una actitud autocrítica desde su debate en prime time, pese a manifestar ser corresponsable por dar pábulo al maltratador durante años, una actitud muy loable por una parte, vuelve a confundir el foco una y otra vez en el resto de sus programas de la parrilla.
Por el contrario, en el caso del documental sobre Nevenka, la autocrítica sobre la tergiversación desde los medios se omite. No así en el libro de Juan José Millás Hay algo que no es como me dicen: el caso de Nevenka Fernández contra la realidad. Millás menciona un ejemplo, el del programa de Maria Teresa Campos de por entonces. Una supuesta, pero nunca confirmada, amiga de Nevenka contaba por teléfono en Telecinco que la exconcejal de Ponferrada era una mentirosa patológica que se había inventado incluso que padecía un cáncer. Las televisiones de entonces también hicieron un juicio paralelo a Nevenka, poniéndola en tela de duda desde el minuto uno. Pero este episodio no lo vemos en el documental.
¿Hemos aprendido algo durante estos veinte años? No hay duda de que sí. Los medios, en mayor o menor medida, han sabido redirigir el foco de la noticia, centrándose en quién es el causante de la violencia machista. También el vocabulario se ha matizado. Pero todavía coexiste y se da pábulo al cuestionamiento de las víctimas. Como cadena de televisión nos autoflagelamos, pero inmediatamente después volvemos a caer en lo mismo. Y con esto, a las víctimas de violencia machista les devolvemos de nuevo violencia.
Los conflictos familiares que acompañan las dos historias también se muestran de diferente manera. En el documental sobre Nevenka Fernández, conocemos a unos padres que se comportan como una piña con su hija. Pero no siempre fue así. Durante el tiempo que Nevenka estuvo en Madrid, planteándose denunciar, sus padres no estuvieron a su lado. Se puede entender que estos sube y bajas internos se descartasen del relato audiovisual, precisamente para no hacer mella en lo importante. Si el documental se hubiera detenido en estos matices que sí relata Juan José Millás en su libro, tal vez se hubiera sembrado un caldo de cultivo para otro juicio paralelo hacia la víctima, para más show, para más circo. El documental de Netflix, acertadamente, tiene claro que el foco debe estar en el acoso padecido por Nevenka, en su relación con su agresor, en cómo el acosador la fue minando poco a poco.
En el caso de Rociito, las dificultades dentro de la familia son objeto de disección, principalmente porque coparon las portadas de los medios y televisiones en su momento. Demasiada gente alrededor actuó, opinó y se aprovechó en mayor o menor medida de los avatares de la vida de Rocío Carrasco. Y ni Telecinco ni las revistas del corazón van a obviar su ADN de la noche a la mañana. Esto sigue siendo igual.
Ahora la televisión (tradicional y bajo demanda) les ayuda a resarcirse, a empoderarse, pero hasta este momento tanto Rocío Carrasco como Nevenka Fernández tuvieron que aislarse de todos y todo para protegerse. Otro episodio en el que de nuevo los acosadores salían ganando. Ellos se mantuvieron en sus entornos sociales, apoyados por amigos, familiares y medios de comunicación. Ellas tuvieron que emigrar (Nevenka) y encerrarse en casa (Rocío), para que les dejasen vivir tranquilas. Episodios que siguen siendo más habituales de lo que creemos. Porque seguimos siendo una sociedad machista. Y los medios de comunicación también lo son. No cantemos victoria porque todavía queda mucho por hacer.