MURCIA. Hay que legislar la colonización de Marte. Podría parecer que la única noticia que se sale del bucle del último año es esta. La NASA deposita un vehículo en Marte y necesitamos establecer sus velocidades máximas, sus carriles de circulación y su uso obligatorio del casco. Luego ya llegarán las parcelaciones de terreno, los impuestos por el uso del agua que encontremos y la factura del aire acondicionado. Más que nada, porque el derecho internacional aún no ha sabido definir sin resquicios legales a quién pertenece la Luna. Y hay quien anda vendiendo títulos inmobiliarios y forrándose con el catastro lunar. Imaginen las posibilidades del planeta rojo. Así que, en plena pandemia, con la libertad de expresión en un fichero de los que rotulaba a mano María Moliner para su diccionario, con la corrupción sentenciada en cualquier país que no sea España y con el Barça hecho un lavadero de fango como los de la fiebre del oro, uno abre los oídos para reconocer el último vals y cree encontrar una rendija de aire fresco. Al fin y al cabo, no siempre tenemos la oportunidad de adentrarnos en terreno virgen. Y casi ninguno de los marcianos de las películas venían de Marte, siquiera.
Pero no. Esta es la misma noticia que podía leerse en la gaceta de Venecia que ojeaba cada mañana Marco Polo durante el desayuno. O el rumor más extendido de palacio en 1493, con Isabel y Fernando al tanto de las últimas novedades. O la mayor preocupación de algún primer ministro del Imperio Británico. Ya se hacen a la idea. La humanidad es un colectivo por civilizar al que le hace falta que le digan lo que no puede hacer. Por escrito, a ser posible. Así que urge que el espacio exterior se reparta como la Antártida para que la ONU no tenga que excusarse otra vez de lo que nunca ha sido capaz de hacer. Poner orden entre la chavalería inquieta y controlar al acosador que pretende robarnos las zapatillas a guantazos. La única diferencia con el resto de conquistas protagonizadas por el ser humano a lo largo de su historia es que, esta vez, no parece que vayamos a encontrar alguna civilización que someter hasta el genocidio. Y que no habrá necesidad de que un aventurero como Joseph Conrad describa el corazón de las tinieblas extraterrestre, porque ya está redactado en las Crónicas marcianas de Ray Bradbury.
Aún tardaremos en saltar de baobab en baobab como el Principito. Pero ya nos estamos preocupando en asignar el terreno en que vamos a plantar la rosa y en calcular a la baja el salario por hora que corresponde a su cuidado. Y mientras, conseguimos que los periódicos parezcan el diario de Cromagnon en este año de la marmota. Cada vez lo veo más claro. La única manera de vivir tranquilos cuando por fin podamos trasladarnos hacia las colonias exteriores será quedarnos en la Tierra a fabricar autómatas como el JF Sebastian de Blade Runner. Los elegidos seguirán ardiendo en sus naves más allá de Orión. Eso sí, no podremos decir que no estábamos advertidos.