MURCIA. Los desastres negligentes que se han cebado con las obras de arte vienen de muy antiguo, pero es en los últimos años, gracias a la inmediatez y propagación por las redes del material gráfico que lo atestigua cuando nos llegan con mayor frecuencia. Creíamos que con el Ecce Homo de la localidad aragonesa de Borja habíamos dado el triple salto mortal y el San Jorge de Estella era el punto y final, de una forma cadenciosa nos llega esta intervención, me niego a llamarla restauración, sobre una copia decimonónica de una Inmaculada de Murillo, perpetrada por una ignota mano, cerrando el penúltimo despropósito en tono mayor. Por si fuera poco, estas llamativas noticias que concitan la atención incluso de quienes el arte no llena sus vidas, van acompañadas de material gráfico que sería hilarante si no fuera porque nos hallamos ante un problema serio, que las hacen todo un reclamo para medios de comunicación de medio mundo, con lo que la imagen de los profesionales de este país que me consta, son de los mejores del mundo, queda completamente desvirtuada. De esa forma la restauración de la Anunciación de Fran Angelico queda ensombrecida por los Ecce Homo de turno. Es el signo de los tiempos.
Como se desprende del eco que se hacen de ello diversos medios internacionales (en este último caso hasta el New York Times ha valorado la noticia como digna de aparecer en sus páginas), parece que en otros países de nuestro entorno estos episodios brillan por su ausencia, por lo que podríamos arriesgarnos a pensar que son un fenómeno patrio como lo es la novela picaresca o la zarzuela. Si llegamos a esta conclusión convendría profundizar algo más y preguntarnos por la razón de ello. No soy muy partidario de definir a los individuos de una sociedad en base a un ADN heredado: “los españoles son así, los franceses son de esta forma, los alemanes son de esta otra…”. Me gusta más pensar que se trata de un tema educacional y, en definitiva, social.
Los medios tienen una cuota parte de responsabilidad en la educación de una sociedad. Resulta inevitable que quienes nos dedicamos profesionalmente a esto del arte y las antigüedades torzamos el gesto cuando leemos en las noticias de agencia términos como “restaurador” aplicado a casos de intervenciones carentes por completo de cualquier atisbo de profesionalidad o el de “anticuario” en noticias que tienen que ver con estafas por ventas irregulares de piezas falsas, o bien extraídas ilegalmente de zonas arqueológicas, lo que no quita que en alguna ocasión algún anticuario se haya visto envuelto en un asunto turbio como cualquier otro profesional de otros ámbitos. Pero al igual que un curandero que aplica técnicas de dudosa efectividad no se le debe atribuir la condición de médico, una persona carente de formación que desconoce los más elementales procedimientos de restauración de una obra no se le puede denominar restaurador, o aquel que irregularmente trapichea en mercados paralelos con piezas falsas, irregularmente obtenidas se le denomine anticuario cuando no reúne a penas medio requisito profesional para ello. No creo que sea justo para ambas profesiones que se les traiga a colación en estos desafortunados episodios nacionales. Debemos exigir más precisión. Cuando menos la misma que cuando nos hablan de futbol. Si el medio carece de un especialista en la materia en su plantilla conviene buscar el asesoramiento en profesionales externos o en asociaciones y colegios profesionales.
“No se conoce el nombre del coleccionista ni el valor de la obra…” abre un conocido diario de tirada nacional, envolviendo la tinta en misterio. Me pregunto cómo saben que se trata de un coleccionista de arte, porque… ¿Todo aquel que compra un cuadro es un coleccionista?. Su nombre, aunque el diario lo vele de misterio es irrelevante puesto que a buen seguro ni debe ser un coleccionista con un mínimo de criterio, por lo que luego diremos ni tratarse de un personaje conocido. Un coleccionista no suele adquirir copias modernas de célebres cuadros, además sabe que para una restauración ha de dirigirse a un profesional. Por tanto en esta “historia de la copia del Murillo arruinada”, ni el restaurador lo era ni el coleccionista tampoco.
En cuanto al “valor de la obra”, que parece que siempre es epicentro de muchas informaciones (el morbo del precio de las cosas), siento restar al asunto parte de su interés “dramático”: su precio es más que discreto al tratarse de una copia de Murillo del siglo XIX, muy populares por aquel entonces en los hogares burgueses. El valor aquí es realmente lo de menos. Lo que importa y nos debe preocupar es que en la España del siglo XXI una obra de arte, que hoy es una copia pero mañana puede ser una importante pieza original, puede acabar en las manos de peligrosos y temerarios advenedizos.
El buen coleccionista es un gran conocedor o bien busca asesoramiento tanto para adquirir obra como para restaurarla. Me contaba un compañero hace unos meses la cantidad de cuadros falsos que tuvo que descartar en la tasación de una colección familiar que le encargaron. Imaginen la decepción de los herederos del finado que pensaban recibir en forma de obras de arte un importante patrimonio. Su argumento es que su padre era muy aficionado y por tanto conocedor de los artistas y el arte que coleccionaba. Aunque la tendencia está cambiando a mejor, no es este un país en el que invirtamos en asesoramiento al nivel que se hace en otros. El conocimiento no está suficientemente valorado. Cuánto capital se dedica a formar toda una colección y qué poco a ponerse en manos de un profesional para que la colección reúna las garantías de autenticidad, y no sólo, porque una buena colección debe, además de ser intachable en cuanto a las atribuciones, hay que estudiar el estado de conservación de las obras sobre las que hay interés y otros aspectos que afectan a la valoración de las obras. Al contrario, ¡cómo se nota cuando una colección ha tenido detrás un coleccionista experto o bien un buen asesoramiento!.
Permítanme acabar con una llamada que no es más que una recomendación: el del arte es un mundo tan serio y necesitado de profesionalización como puede ser cualquier otro y una decisión de quien se cree lo que en realidad no es, puede ser fatal: una adquisición, una restauración, una venta, el reparto de unos bienes de un patrimonio familiar sin una valoración previa etc.
Igual que acuden al asesoramiento por profesionales y expertos de otros ámbitos (el jurídico sería el más evidente), y se ponen en sus manos, no duden en hacerlo en materia de arte y antigüedades. Pongan su patrimonio en manos de quienes mejor pueden recuperarlo, conservarlo o valorarlo y si deciden adquirir una obra de arte o iniciarse en el apasionante mundo del coleccionismo, sepan dónde adquirir las piezas y dónde no es tan buena idea hacerlo. En España hay magníficos expertos en las distintas disciplinas. Es una inversión que vale la pena.