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Cuando Islandia politizó el apolítico festival de Eurovisión

El documental A Song Called Hated, disponible en Filmin, recuerda el gesto de insumisión, al apoyar al pueblo palestino, de los integrantes del grupo islandés Hatari durante el Festival de Eurovisión celebrado en Tel Aviv en 2019.

21/05/2021 - 

MURCIA. Más allá de la brillantina y las lentejuelas, habría sido una decepción que en el festival de Eurovisión del 2019, celebrado en Tel Aviv, no hubiéramos sido testigos de algún gesto polémico. La organización internacional de televisiones públicas, UER, había sido muy claro ante los países participantes. “Eurovisión debe mantenerse no politizado”, ordenaba el ejecutivo de la UER, Jon Ola Sand. Sin embargo, para países como Islandia, la política forma parte del día a día de sus ciudadanos. “La gente puede tener sus propias opiniones políticas y, cuando hablamos de artistas, creo que tienen un tipo especial de libertad a la hora de usar otro tipo de estrategias para comunicar estas opiniones”, defiende nada más y nada menos que la primera ministra Islandesa, Katrín Jakobsdóttir, en el documental A Song Called Hate (Una canción llamada odio), disponible en Filmin.

Islandia, un país de 350.000 habitantes, fue el primer país de Europa occidental en reconocer el Estado palestino, allá por el 2011. Para sus ciudadanos, celebrar Eurovisión en Israel era de por sí un asunto controvertido. “Si quieres ser apolítico, no celebres Eurovisión en un Estado que es culpable de apartheid. Es claramente una declaración política”, afirma Omar Barghouti, fundador de una organización islandesa que pidió el boicot a Eurovisión y recopiló para ello 30.000 firmas. 

Para participar en el concurso, los espectadores de Islandia seleccionaron al grupo que se acercaba más a ese sentimiento presente en buena parte de la población. La banda anticapitalista de música techno, Hatari (que significa ‘odiador’), presentó una canción llamada Hatriò mun sigra (El odio prevalecerá). “Si Eurovisión 2019 no es un asunto político entonces el partido Likud es una banda pop y Netanyahu es el cantante”, dijeron durante la gala de presentación. La audiencia islandesa les votó por amplia mayoría. El escándalo estaba servido. Unos artistas anti-Israel representarían a Islandia con el apoyo de su televisión pública y de su ciudadanía.

La organización insistió a la delegación islandesa que no se metieran en camisas de once varas. “Les hemos pedido que no hagan declaraciones políticas aquí”, explica Ola Sand. Lo único que pudieron explicar en las diversas entrevistas es que era importante transmitir el mensaje de que el odio estaba creciendo en Europa. “Nuestra canción es una distopía y una reflexión sobre el poder y la impotencia, la esperanza y la desesperación. Si no creamos la paz, el odio triunfará”, explicaron a la prensa.

Desde que llegaron a Tel Aviv, estuvieron en el punto de mira. Entre fuertes medidas de seguridad, los miembros de Hatari visitaron el distrito de Hebrón, Jerusalén Este y el campo de refugiados de Aida, con la intención de empaparse de realidad. En Aida encontraron un muro que enumera los nombres de los niños asesinados durante la masacre israelí.

Dificultades para su ejecución

Se pusieron en contacto con artistas tanto palestinos como israelíes. Conocieron al músico palestino, y activista LGTB, Bashad Murad, con el que grabaron una canción y un videoclip que, tiempo después, tras el escándalo, fue prohibido en Israel; visitaron el estudio del artista israelí Itay Zalait, que les animó a plantear algún tipo de rebeldía visual en su performance; recibieron ideas para ello del director de cine israelí, Naday Lapid. “Nunca he visto Eurovisión pero esta vez lo veré”, les dijo; además, una diseñadora de moda palestina, Reem Kawasmi, les prestó su colección de ropa y joyas inspiradas en el pueblo palestino, vestuario que después la organización les prohibió utilizar; y tanto el poeta palestino, Ahmad Yacoud, como el influyente profesor de universidad palestino, Url David, les felicitaron por la implicación.

Pero todavía no tenían claro cómo llevar a cabo la gesta. El festival se guardaba un as en la manga. Aunque los números musicales fueran en directo, la organización tenía grabada previamente la actuación para que en el caso de que ocurriera algo fuera de lo previsto, podrían cambiar la señal y exhibir el material grabado. De esa manera se aseguraban que nadie pudiera salirse de lo estipulado. Hatari se encontraba en una encrucijada. 

Una noche, charlando con Bashad Murad, cayeron en la cuenta de que la bandera palestina estaba prohibida en el festival desde que la madre del músico la ondeó en el festival celebrado en Finlandia nueve años antes. Analizaron el minuto a minuto de la gala y, dado que durante la actuación era inviable salirse del guion, decidieron mostrar las banderas durante el recuento de puntos. Miembros del equipo cruzaron la frontera para comprar de estraperlo las banderas, las escondieron dentro de su ropa interior y salieron a escena. Debieron ser los tres minutos más angustiosos para la organización del Festival. Pero no pasó nada y los técnicos de la gala respiraron aliviados. Sin embargo, cuando los presentadores hicieron recuento de la puntuación de Islandia, los miembros de Hatari mostraron las banderas palestinas. Se hizo el silencio. Después comenzaron los abucheos. Lo habían logrado. Doscientos millones de personas tenían en la retina la imagen de esa bandera. Ya nadie podía tapar el momento.

“Bien hecho, tío”, les dijo el intérprete español Miki en el camerino. Otros artistas y técnicos también se acercaron a felicitarlos. Pero el post-gala no fue fácil. Una de las bailarinas comenzó a recibir amenazas acompañadas con fotos de su hija pequeña por las redes sociales. Algunos miembros sufrieron entonces ataques de pánico, preocupados por su seguridad.

Finalmente salieron del país sin problemas añadidos. Meses después la organización penalizó a Islandia por aquello, pero afortunadamente no fue más allá. Una multa y ya está. “Lo que habéis hecho ha sido maravilloso”, les agradeció por teléfono el político palestino Mustafa Barghouti. “Ha tocado los corazones de todos los palestinos y de los israelíes que quieren la paz”. Una proeza necesaria que cobra mayor sentido en estos días de bombardeos indiscriminados y crueles asesinatos.

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