Mónica Nombela: "Publicar 'A contratiempo' es un sueño cumplido"
Mónica Nombela: "Publicar 'A contratiempo' es un sueño cumplido"
Todos queremos creer en los cuentos, porque en ese mundo idílico los buenos, con los que obviamente nos identificamos, salen al final victoriosos y coronados como príncipes, tras sufrir varias vicisitudes. Los mensajes bienintencionados de fin de año y comienzos del presente que nos cruzamos van en su mayoría en esa línea naïf, dando por hecho que todo cambia mágicamente con el paso de la página en el calendario de un año a otro, o con la agenda a estrenar. Me reconozco cada vez más cascarrabias y más afín de mensajes del estilo de ese que ha circulado en estos días, que decía poco antes del cambio de año algo así como: “En Australia ya están en 2021 y dicen que es la misma mierda que el 2020”. Pues eso, no seamos niños, que sabemos hace tiempo que, si queremos ese teléfono último modelo, a quien le pasan la factura no es a un abuelo gordinflón de Laponia, sino a nuestra cuenta del banco.
Estamos hartitos, de esto no hay duda. Hartos de que este virus nos haya vuelto del revés y se haya apoderado de nuestras vidas, robándonos tantas cosas. Mi hermano Jose decía que lo peor es que nos ha robado la sonrisa, camuflada tras la mascarilla. Estamos de acuerdo, pero también nos ha robado el contacto físico, la libertad de movimientos y de reunión, el trabajo, el derecho a circular a la hora que nos dé la gana por la calle. Y, lo peor, nos ha robado a demasiadas personas que, de no haber sido por esta tragedia, seguirían aquí vivas y coleando.
Parece mentira, pero casi hace un año del momento en que se declaró la pandemia en nuestro país y el estado de alarma. Y el deseo más ferviente de muchos de nosotros es despertarnos y ver que aquello era mentira, que ha sido un mal sueño y la vida sigue como antes. Sin embargo, la realidad se impone con su habitual contundencia, haciéndonos bajar al suelo de golpe. A pesar de las recomendaciones, las cenas de Nochebuena han arrojado su consabido saldo de contagios. Veremos pronto el de las juergas de Fin de Año. Muchos viven en su mundo paralelo y hacen oídos sordos de los consejos oficiales y hasta del sentido común, juntándose a miles en el tardeo de Castaños, por poner un ejemplo. Es, insisto, un alivio ver normalidad en la calle, pero al propio tiempo asusta tanto pasotismo. Las fiestas ilegales se cuentan por centenares y creo que todos damos por descontado que el resultado de todo ello nos vendrá dentro de unos días. Agüita.
Hay con esto del cambio de año un exceso de euforia en muchas personas absolutamente injustificada. No debemos confiarnos ni bajar la guardia, porque esa confianza excesiva lleva a la imprudencia y de ahí a la fatalidad. Debemos tratar de ser más comedidos y sensatos y de estar preparados para el futuro, traiga lo que traiga, que no sabemos realmente lo que será. Ni ha sido todo nefasto en 2020 ni el 2021 viene con certificado de garantía de ser mejor.
Me quedo con el mensaje de esperanza de Ana Obregón para todos los españoles, más señora que nunca en su pena contenida por el fallecimiento de su hijo, hermosa y vibrante en las campanadas de Fin de Año. En su emotivo mensaje nos dijo que: “ Lo más importante en esta vida es dedicar tiempo y amor a las personas que quieres , porque cuando te vas es lo único que te llevas” y nos alentó diciendo que con esta pandemia se puede acabar.
Por mi parte, les cuento cómo he empezado el año: en un box de urgencias, escuchando las doce campanadas por los pelos con mi padre. Después de tener que quitar el coche de un parking de superficie desierto, a requerimiento del celoso vigilante que no atendió a razones de índole afectiva, ni siquiera siendo casi las 12 de la noche del 31 de diciembre, uno de esos que te tocan las pelotas en el peor momento con lo de que las normas son las normas, y correr cargada con varios bultos por el inacabable Hospital General, cagándome en todo, por fin un celador se apiadó de mí y me mostró el camino a las urgencias, adonde llegué al filo de las doce, vistazo rápido, tiene mejor color, “papá, que van a dar las doce”.
Y en ese preciso momento la radio vino a nuestro rescate y escuchamos las doce campanadas seguidas, como por un milagro. Yo ni me acordé de las uvas, que iban en la mochila envueltas en un papel de aluminio estilo currante. A quién demonios le van a importar los convencionalismos cuando se está jugando el pellejo. Dieron las uvas y no pasó nada, absolutamente nada diferente que en el minuto anterior. No me digan que no es una entrada de año por todo lo alto y, sin embargo, estoy feliz de haber tenido la oportunidad de vivirlo exactamente así. Y, como esta escena a lo película de Santiago Segura ha sido real como la vida misma y puede haber otras muchas a la altura para completar la cinta durante el año, les pido por favor que dejen de mandar vídeos horteras y escriban ustedes mismos mensajes personalizados a quien de verdad quieran. Más autenticidad, por favor, que ya lo deberíamos haber aprendido después de la zurra del confinamiento. Ojalá que este año nos pille mentalmente preparados para lo que nos pueda venir. Feliz 2021.
Mónica Nombela: "Publicar 'A contratiempo' es un sueño cumplido"