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WOMEN TALKS: APRENDIENDO DE ELLAS / OPINIÓN

Villa Quietud

20/10/2024 - 

MURCIA. Villa Quietud era un pequeñísimo pueblo donde la vida pasaba sin sorpresas. Los gallos despertaban a las cinco de la mañana, las vacas paseaban por las calles con total libertad y las papas, claro está, eran las protagonistas de las comidas, las conversaciones y hasta de las bromas entre vecinos. Mateo, un joven de veintitantos años, había crecido rodeado de esos campos de papas. Su familia era conocida como 'Los Reyes de la Papa' en todo el pueblo y, aunque eso sonaba algo importante, la verdad era que las cosas no iban tan bien en la plantación. Mateo había escuchado rumores de que en la ciudad las papas se vendían a precios estratosféricos. Casi como si fueran gramos de oro. Eso le motivó para hacer algo que nadie antes en su familia ni lo había pensado: ir a la ciudad a trabajar. 

Una mañana, con la mochila llena de papas, como valedoras de su verdad, y con una sonrisa nerviosa, Mateo se subió al autobús que lo llevaría a la gran ciudad. A su lado, se sentó doña María, una vecina del pueblo que hacía ese trayecto muy a menudo, puesto que su trabajo ya estaba en la ciudad: camarera de cafetería. Mateo explicó a doña María su idea de vender las papas en la ciudad y comprobar lo mucho que valían. Y volver con un poco de dinero para el pueblo. 

—Quiero ver qué oportunidades hay por allá —respondió Mateo, aunque en el fondo no tenía ni idea de cómo funcionaba aquello de las oportunidades. 

Doña María soltó una sonora carcajada.

—Vender papas. ¡Mira, muchacho, en la ciudad lo que se vende es tiempo. El tiempo es oro allá. Te darás cuenta en cuanto pongas un pie. 

Mateo no entendió del todo las palabras de doña María, pero decidió no preocuparse demasiado. Pronto llegó a la ciudad. Era inmensa. Los edificios parecían gigantes que miraban con arrogancia. La gente corría de un lado a otro, como si todo el mundo estuviera persiguiendo un tren a punto de salir. 

Los primeros días, Mateo intentó vender sus papas. Se instaló en una esquina con un cartel que decía: "Las mejores papas del campo". Pero la gente apenas lo miraba. Los transeúntes estaban demasiados ocupados para detenerse hablar de papas o de cualquier otra cosa. La ciudad era un monstruo devorador de tiempo y, como bien le había dicho doña María, todo giraba en ese entorno. Mateo no se rindió. En vez de vender papas, decidió buscar trabajo en algo más rentable y acabó trabajando en la cocina de un pequeño restaurante donde casualmente las papas era un ingrediente muy demandado. En ese lugar conoció a Robert, el cocinero principal, un hombre bonachón que siempre tenía una historia para contar. 

Robert le enseñó a Mateo que las papas, aunque simples, podían transformarse en elegantes platos: puré con trufa, papas gratinadas con queso o papas al romero con salsa de vino. El joven quedó asombrado de cómo algo tan humilde podía convertirse en un exquisito manjar. Con el tiempo, Mateo aprendió el arte de la cocina y, curiosamente, su idea original no estaba tan equivocada. Se dio cuenta de que, aunque nadie compraba papas en las esquinas, la ciudad tenía una pasión oculta por ellas. Solo que, para venderlas, había que transformarlas. Unos meses después, Mateo regresó a Villa Quietud y trajo consigo recetas, ideas y una nueva visión. Junto con su familia, emprendió un negocio de productos gourmet a base de papas y pronto Villa Quietud fue famosa en la Región y Mateo aprendió el valor de descubrir.


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