Dice el crítico del Wall Street Journal que los pensadores de Harvard y compañía tienden a escribir ensayos sobre cómo deben vivir los demás, pero que ellos se cuidan mucho de seguir haciéndolo de forma tradicional. Kristen Ghodsee podría ser un ejemplo, pero las referencias históricas que recopila en sus libros los hacen muy entretenidos y enriquecedores, como ese proyecto búlgaro que cita de no dar título universitario a quien no dominara un trabajo manual
MURCIA. Pensamos que el mundo avanza y que la tecnología nos hace mejores seres humanos, pero en esta época que nos parecería de ciencia ficción no hace muchas décadas, estamos librando una gran batalla por uno de los recursos más preciados desde la Edad de Piedra: las mujeres.
Píntenlo como quieran, pero los ataques a las mujeres solteras bajo diferentes coartadas, por ejemplo, los gatos, solo demuestran que el control de la mujer importa, que es una herramienta política y económica; especialmente, económica, sostiene Kristen Ghodsee, autora de Utopías cotidianas. Si las mujeres hacen las tareas que supuestamente les son propias, como argumentan muchas cuentas en redes sociales, “por motivos científicos, por biología”, el gobierno ahorra buenos recursos en cuidados, dependencias, guarderías y muchas de sus obligaciones.
Luego puede que también haya un afán movilizador. Hay mucha gente que se siente insegura en esta época en la que por lo visto escasean las certezas. Bajo cierta educación, hay un perfil de varón que está sufriendo por la autonomía de las mujeres. Les causa malestar, ansiedad. Al igual que hemos visto unos regresos al patriotismo difíciles de prever en los años 80 y 90, y también religiosos, en este repliegue identitario la promesa de atar en corto a la mujer seduce a amplias capas de votantes, especialmente jóvenes, los más codiciados.
Siendo indulgentes, puede que el estrés económico, el miedo al mañana, el estrangulamiento social del crecimiento de la desigualdad, sea lo que genere estos estados neuróticos. Por lo pronto, Ghodsee ha publicado un ensayo que recoge alternativas de organización social que puedan aliviarlo. Su anterior trabajo, también lanzado por Capitán Swing, Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo, precisamente denunciaba el fenómeno de que, si bien la mujer no puede trabajar porque tiene que criar hijos si no puede permitirse guarderías, muchos hombres por sus bajos ingresos no podrían mantener una mujer si esta deja de trabajar, con lo que no son aptos para procrear. He ahí el drama. La tragedia americana, la de sus trabajadores concretamente.
Este libro emocionó mucho, por su título, a los que añoran el socialismo real sin haberlo conocido y sin haberse tomado la molestia de leer una línea seria sobre él, pero en realidad citaba los países socialistas donde el aborto no estaba permitido, la doble jornada para las mujeres era extenuante, el techo de cristal era de hormigón y la propaganda fomentaba roles de género tradicionales y tradicionalistas solo que con estrellitas rojas a los lados. Este último volumen, sin embargo, trasciende la utopía más famosa del siglo XX, reconvertida en dictaduras mafiosas y fascistas en el XXI, para entrar en otros ejemplos con los que cuestionar nuestro sistema de valores.
En el Wall Street Journal, cuando lo comentaban, se hacían eco de una columna publicada por David Brooks, del New York Times, en la que criticaba el modelo de familia estadounidense, la nuclear, porque “perder el apoyo de familias, grandes, interconectadas y extensas libera a los ricos, pero devasta a la clase trabajadora y los pobres”. En muchas ocasiones, cuando se echan números sobre las economías del sur y este de Europa, se comenta que sin los lazos familiares propios de estas culturas, la situación sería extremadamente delicada.
En Estados Unidos lo es. La regla más que la excepción, es que la familia nuclear se disuelva con la mayoría de edad de los hijos, que pasan a ver a los padres una vez al año. Si hay un divorcio, los padres se pueden quedar solos. La amistad no es tan preciada en ese país, es más superficial, y el capitalismo ha llegado a unos niveles de expansión sin control que en lo relativo a la Sanidad y la Educación crea verdaderos problemas. Los estudiantes, endeudados hasta las cejas para poder seguir sus estudios, sufren problemas de ansiedad y depresión antes siquiera de empezar su proyecto de vida.
Con este cuadro, Ghodsee amplía el foco y se pregunta qué ideas pueden ser útiles de las diferentes formas de organización social que ha habido en los últimos dos milenios. A veces, no hace falta irse tan lejos, leía recientemente el caso de la mujer alpujarreña, con menos tabúes sexuales que las del norte de España, que alcanzó cotas de igualdad inéditas. En este ensayo la autora sugiere que hay que mirar al pasado para replantearse el funcionamiento de nuestra esfera privada.
El objetivo es descargar a los adultos de responsabilidades y situarlas en el centro de la comunidad. Por ejemplo, que la crianza sea una labora compartida que trascienda la familia. Un ejemplo, las ideas de Charles Fourier, que consideraba que el hogar individual era una forma de alienar y hacer que las familias sean más egoístas y celosas y competidoras entre sí, por lo que defendía comunidades en las que todos los miembros compartieran las tareas domésticas.
Entra también en los terrenos de la autosuficiencia. Recuerda un programa que se puso en marcha en la Bulgaria comunista en el que, para obtener un título universitario, había que saber desempeñar, y haber ejercido, un oficio manual. Lo mismo que otros proyectos africanos de los años 60 donde se formaron granjas-escuela en sentido estricto, lugares de estudio, pero también de producción de alimentos. El universitario-campesino, el sueño de Mao, que se lo pregunten si no al actual presidente chino Xi Jinping, que pasó por centros educativos de ese tipo tras caer su padre en desgracia.
El problema es que en la sociedad occidental, las relaciones sociales se reducen cuando llegan los hijos y eso conduce al aislamiento. La vida se reduce muchas veces, opina, a acostar a los hijos y darse atracones en Netflix agotados, cuando otras formas de organización podrían crear redes colaborativas más amplias, lógicamente, rompiendo el patrón de la monogamia. En una de las utopías que cita, habla de los jóvenes que se casan con sus mejores amigos sin necesidad de una relación romántica, sentimental o sexual por medio, simplemente por conveniencia y funcionalidad.
El citado crítico del WSJ decía que este tipo de ensayos de profesores de universidad estadounidenses contienen buenos tratados sobre cómo deben vivir los demás, porque ellos viven como critican. Afortunadamente, a Ghodsee se le puede perdonar ese pecado porque sus libros son muy interesantes al estar plagados de citas y referencias bien escogidas. No es el caso, por ejemplo, de una Srinivasan, que en su ensayo El derecho al sexo, recibido acríticamente, por supuesto, por los snobs de los grandes medios, estaba muy cerca de apoyar las terapias de reconversión en su confusión entre deseo y elección sexual y el método empleado era la elucubración más peregrina. Con Ghodsee al menos se aprende.