Bajo el sol del Parque Ribalta la vida transcurre de otra manera. Los primeros destellos del día iluminan los pasos reumáticos de Pancho que ayer caminaba mosqueado por los trajines navideños que rompían el silencio de este gran espacio verde convertido en un pequeño parque de atracciones. Paseamos al ritmo lento que imprime nuestras articulaciones, de vez en cuando un paso ligero, un quiebro para olfatear un seto de hojas verdes, un detenerse para marcar territorio. Y poco más.
El centro de la ciudad ha sido tomado por la temática navideña. Ornamentación de comercios, de calles, de mercadillos, iluminación masiva y concentrada en estos barrios, abarrotados de gente que bulle en torno a la algarabía navideña. Sobre todo, las niñas y los niños que este pasado fin de semana soportaron sin protestar las largas colas para entregar sus cartas de deseos al Cartero Real, esa avanzadilla de los Reyes Magos de enero. Mi nieto Biel no rechistó esperando su turno. En una mano sostenía la carta, con pocos deseos, la verdad, para él y su hermano Guillem. Algo de Spiderman y un Mickey Mouse que gatea. Y poco más.
La emoción en la mirada de mi pequeño era pura vitamina anímica. Observaba a su padre, mi hijo mayor, y sigo recordando aquellas colas de su infancia para entregar la carta, toda llena de escenarios y personajes Playmobil, al Cartero de sus majestades de Oriente. Las mismas emociones. Absortos en un sueño, serios y nerviosos. Mi nieto Biel cumplió con la entrega de su pequeña carta y una sonrisa inmensa se dibujó bajo la bufanda que le rodeaba el cuello.
Seguimos caminando entre la gente para visitar el otro espacio de los deseos infantiles, la casa de Papa Noel, de Santa, como le llaman los vecinos latinoamericanos. Demasiados espacios para los sueños infantiles. La Plaza Mayor cobijaba estos dos escenarios pero, claro, el residente del Polo Norte no se encontraba en su refugio, no podía competir con el enviado especial de los Reyes Magos.
Mi nieto aferraba su mano a la mía, manejando a su manera una especie de tortuga ninja pesada, flexible, con un relleno de arena que la convierte en un arma letal. Se llama Vicent, la tortuga ninja, nada de nombres italianos, y es el último juguete favorito de Biel que siempre sale de casa con un juguete, bien la mega tortuga, un master del universo o una pareja de los cuatro Gegants de Morella.
Mientras paseamos por la ciudad, por el centro, Biel caminaba con la satisfacción de la misión cumplida tras varios días esperando el momento de entregar la misiva para el campamento de los magos de Oriente. Nos cruzamos con gente cargada de regalos, de idas y venidas de sueños ciudadanos, de entrar y salir en los céntricos comercios, buscando oportunidades, liquidaciones por cierre, falsas rebajas anticipadísimas, embullados por el ambiente y atrapados por el feroz capitalismo. El centro estaba abarrotado, el resto de la ciudad, no.
La Navidad ya nos ha capturado sin remedio. Bajo el sol es más llevadero, pero al caer la tarde el exceso lumínico, el fulgor de tanta ornamentación de colores centelleantes y, por encima de todo, el ruido de tanto villancico repetitivo resulta insoportable. Estas semanas son distintas para cada persona. Yo solo tengo un día, una noche de celebración. El resto me sobra. A muchas y a muchos nos repele tanto alboroto, tanta trampa sentimental que atenta profusamente contra las soledades que habitan en demasiados hogares. Hay siempre un exceso de gramos de tristeza estos días.
Este mes es maldito para quienes han sufrido la reciente y catastrófica Dana y lo han perdido todo. En estos casos el espíritu navideño cojea dolorosamente. No hay fechas felices para quienes han tenido que huir de su país, de su tierra, para quienes sobreviven bajo las bombas en Gaza, Líbano, en Cisjordania, para quienes no tienen un plato de comida al día, para esas niñas y niños sin futuro, para esos niños soldados, esos pequeños desgarrados por el hambre. No hay cartas de deseos, ni sueños, porque los destellos que ven surcar sus cielos no son la estrella fugaz que guía a los Reyes Magos a Belén, y que colgamos en nuestros belenes. Ese destello es una bomba que va a caer sobre las casas y las vidas de los niños.
Buena semana. Buena suerte.