MURCIA. Al presentar una de las canciones del concierto íntimo sobre el que se estructura Una noche con David Johansen (el título original es mucho más seductor, aunque esté en otro idioma: Personality Crisis: One Night Only), el que fuera cantante de New York Dolls afirma: “Nada retrocede tanto como el éxito”. Escuchamos la frase cuando al documental de Martin Scorsese y David Tedeschi le queda poco para finalizar. Antes hemos visto al músico reflexionar sobre algunos de los temas que le han acompañado a lo largo de su vida. Entre ellos, la ambigüedad de la que hacían gala los New York Dolls, el reclamo de una banda cuya filosofía quedaba conjurada a través de la irreverencia de su aspecto. Ellos colaboraron activamente a desplazar la masculinidad tradicional en la música pop. Lo más interesante de aquel fenómeno llamado glam y nacido en 1972 fue que la gran mayoría de sus representantes eran hombres heterosexuales cultivando su lado femenino hasta la exageración.
Johansen, uno de sus practicantes más notorios, explica el uso que hacían de lo camp diciendo que entonces, si no tenías dinero y querías parecer una estrella del rock sofisticada, la única opción era comprar ropa de mujer en tiendas de segunda mano. Hombres heterosexuales casi travestidos, “la mentira que cuenta la verdad”. Un grupo de tipos que se hacían llamar las Muñecas de Nueva York. Morrissey, invitado de honor en el documental, explica la fascinación instantánea que sintió al ver a la banda en la televisión británica en 1973: “Fueron una visión especial. La gente olvida lo oscura que era la vida en aquella época en la vida y el en pop. No había ninguna sensación de peligro en la música. Pero yo era ridículamente obsesivo y para mí este era el grupo, este fue el punto de inflexión”. En la España de Franco, la misma que ahora acude indignada a Ferraz a escenificar linchamientos, la portada del primer álbum de grupo fue censurada. La foto de aquellos cinco hombres maquillados y vestidos como peponas desapareció. Qué fácil resulta ofender a quienes viven para sentirse ofendidos.
David Johansen ha tenido muchas vidas artísticas. Los Dolls eran un caos, demasiado brutos para besar el éxito, a pesar de que la fama fue uno de sus objetivos iniciales, puesto que, como dice Morrissey, casi todas sus canciones eran éxitos en potencia. Tras la debacle de los Dolls, el cantante inició una carrera en solitario que tampoco logró auparle como la estrella que pudo haber sido. Harto de hacer giras, propuso al club Tamps, que le quedaba muy cerca de su casa en Nueva York, tocar allí cada lunes.
Así fue como nació el alias de Buster Poindexter y se convirtió en un cantante de piano bar, golfo y bebedor, que lo mismo interpretaba a Sinatra que a los Animals. También salió en Los fantasmas atacan al jefe y otras películas de los ochenta y noventa, aunque, según cuenta en una de las presentaciones que hace en Una noche..., su gran oportunidad pudo haber llegado cuando Milos Forman lo escogió como protagonista de la versión cinematográfica de Hair que rodó en 1978 La euforia se esfumó unos días después, cuando el compositor del musical le acusó de no saber cantar. Nada huye tan fácilmente de nosotros como el éxito.
Cuando se cansó de interpretar estándares, optó por recuperar canciones recopiladas por el musicólogo Harry Smith. Después le llamó Morrissey y le preguntó si le gustaría cantar en el Royal Albert Hall de Londres, el teatro donde actuó su admirada Maria Callas. Johansen aceptó sin dudarlo. Pero había condición para que esto se llevara a cabo: tenía que reunir a los Dolls. “Busqué por todos los fumaderos de opio de Chinatown y al final lo conseguí”, bromea en el documental. Los Dolls revivieron, giraron y volvieron a grabar discos. Jerry Nolan y Johnny Thunders ya habían fallecido; poco después también se irían Arthur Kane y Syl Sylvain. Actualmente, Johansen es el único miembro del grupo que sigue vivo. Esta película quiere explicarnos quién es David Johansen por medio de declaraciones nuevas y viejas, imágenes de archivo y ese concierto celebrado hace cuatro años que es casi un conjuro. Cuando cuenta sus historias desde el pequeño escenario del Hotel Carlyle, vemos a un tipo que persiguió el éxito pero que solamente pudo alcanzarlo cuando el éxito se dejó. Y luego, Johansen se vengó y se apartó de él para hacer lo que le viniera en gana. Ahora hace su podcast, Mansion of Fun y actúa cuando le apetece.
En una de esas viejas entrevistas televisivas, un entrevistador le pregunta qué es para él la vida. Para explicarse, Johansen recurre a “Maimed happiness”, una canción reciente de los Dolls. La vida es felicidad mutilada, dice la letra de la canción. Parte de esa felicidad pervive en las canciones que el artista interpreta en el Carlyle, con viejos y viejas camaradas entre el público, como Penny Arcade, Debbie Harry o el productor Hal Willner, que falleció unos meses después a causa de la covid. La actuación se registró el 20 de enero, poco antes de que la pandemia paralizara al mundo. Johansen venía colaborando con él desde mediados de los ochenta, participando en los discos que solía organizar el productor.
Álbumes en los que la obra de un artista es reinterpretada por un selecto número de participantes. Johansen estuvo en los dedicados a las músicas de Walt Disney, Harold Arlen y Marc Bolan, donde hacía “Bang a Gong” al estilo Buster Poindexter. Johansen ha vivido lo suficiente como para saber que es muy afortunado por seguir aquí. Cuando canta en el Carlyle ostenta el desparpajo propio de alguien que a los veinte años ya rompía tabúes. También despliega la fragilidad del superviviente. Hizo lo que quería hacer y eso fue importante para muchas personas. Su nombre ya está escrito en los libros y en las páginas virtuales de internet. Cuando está frente a la cámara -es su hija adoptiva, la cineasta Leah Hennessey, quien le hace las preguntas- vemos a un tipo que exhibe sus arrugas con orgullo. Habla desde su casa, un lugar sin atisbos de lujo, un sitio donde lo que cuenta es lo que es y no lo que podría haber sido. Eso es lo que más importa cuando el éxito retrocede.