MURCIA. Si solo era un beso, 'a kiss is just a Kiss', la que se ha armado por un beso. O eso parece. Algo ha estallado en nuestra sociedad, que nos ha escandalizado de una forma u otra, pero, como suele ocurrir en España, desde posiciones encontradas. Desde los que restan importancia al beso, ”no era para tanto”, hasta los que han hecho de esta causa una caza de brujas del machirulo trasnochado y de paso se cuelgan las medallas de más feministas que nadie.
El feminismo ha sido utilizado para la confrontación política, y otra vez se escuchan las voces de los que aprovechan la ocasión para enarbolar una visión radical excluyente que entiende que hay una agresión sexual en todo acto contra una mujer, eliminando cualquier otra variable personal y social. Creadoras de una Inquisición persecutora de cualquier signo de patriarcado, y cuya consigna es llevar a la hoguera a cualquiera que se salte su manual de buenas prácticas.
Militantes de un feminismo radical, que solo maneja términos en clave de agresión y defensa, cuando victimiza y habla en nombre de las implicadas, que intenta es imponer un relato que reduce cualquier conducta inapropiada en un acto machista, que justifica la necesidad de una doctrina salvadora de la humanidad ignorante de su propio mal y trata con desprecio cualquier otro punto de vista, como el feminismo liberal. Al meter en el mismo saco un piropo sin gracia y una violación grupal se alimenta a la otra bestia, en el otro polo, el de los que, recelando de ese tono moralizante, arremeten contra todo lo que se etiquete como feminista, con lo que se pierde paulatinamente el consenso social alcanzado sobre la igualdad.
Y perdemos el norte de porque empezó todo. El revuelo empezó con un beso que más que de película romántica se parece al beso de la muerte de “El Padrino”. Un beso que no admite justificaciones que suenan a la canción de Manolo Escobar y la minifalda para ir a los toros, y que son excusas insostenibles: la euforia, algún tipo de relación o incluso la provocación que suponía por parte de la besada el haber abrazado al jefe que le daba la enhorabuena. Un beso, que nos debería avergonzar porque lo realizó un representante de una institución española abusando de su posición de poder, cuando su cargo le exige un decoro y un autocontrol que van unidos al mismo, y a su desorbitante sueldo.
"El feminismo ha sido utilizado para la confrontación política, y otra vez se escuchan las voces de los que aprovechan la ocasión para enarbolar una visión radical excluyente que entiende que hay una agresión sexual en todo acto contra una mujer, eliminando cualquier otra variable personal y social"
Un hecho puntual no constituye un acoso, pero la permisividad, la tolerancia ante las faltas de respeto, los abusos de poder son el caldo de cultivo para una sociedad donde los abusones imponen sus normas de manera habitual y consentida. Y luego nos sorprendemos los altos indicies de acoso escolar. Una sociedad que disculpa las conductas de los poderosos y sacrifica a los acosados, que no se exige conductas ejemplares a aquellos que ocupan cargos de responsabilidad y representación, que encumbra a mafiosos y culpabiliza al denunciante, donde predomina el nepotismo frente a la meritocracia, es una sociedad abocada al declive y la confrontación.
Por muchos fondos europeos que se inviertan en modernización, no habrá progreso hasta que la sociedad exija a los que tienen cualquier tipo de cargo un comportamiento acorde con el mismo, hasta que lo deseable sea el buen funcionamiento de las instituciones, públicas y privadas, donde más allá de reglamentos la paridad no encuentre barreras, donde no haya disculpa ni secreto para los que se saltan las colas de la vacunación, donde los tránsfugas chaqueteros no vivan del cuento y donde nadie aplauda a los que se tocan los huevos en un palco.
Dejemos que la vía penal, si ella quiere denunciar, dirima si hubo agresión sexual o no. Escandalicémonos de la corrupción de nuestras instituciones y de la indefensión ante las estructuras de poder donde manda la picaresca y el amiguismo. No permitamos que los denunciantes sean los aguafiestas. Que no todo valga. Que lo raro no sea el decoro, la disculpa o la dimisión. Porque a lo mejor, un beso no era solo un beso, era la gota que colma el vaso de las impunidades.
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