Esta es la serie que convirtió a la virginal niña de El piano, Anna Paquin, en un símbolo sexual. También era una reflexión sobre la integración, la diversidad y eso que hoy conocemos como discursos de odio
MURCIA. En el mundo en el que vamos a sumergirnos durante estas dos páginas, pasa lo mismo que en el popular meme: vanpiro esiten. Pero, aquí, los vampiros no se conforman con existir, también se encuentran en pleno proceso de integración en nuestra sociedad. Gracias a un elaborado de sangre sintética conseguido por científicos japoneses, los vampiros ya no necesitan matar a los humanos para alimentarse. Su sustento vital se ha comercializado bajo el nombre de Tru Blood y cualquier muerto viviente puede nutrirse de él. Dicho así, todo parece muy sencillo, pero en la práctica es más complicado. Muchos humanos están recelosos por convivir con una especie que, si pudiera, seguiría chupándoles la sangre. Y también hay un grupo de vampiros que opina que, siendo ellos una raza superior, no tendrían por qué equipararse a esos seres debiluchos y tristes. Además, ¿por qué conformarse con vivir de un sucedáneo cuando la sangre real está tan sabrosa? Ese es el contexto en el que se desarrolla la trama de True Blood, estrenada en 2008.
El escenario de la serie es el pueblo de Bon Temps, situado en la parte sur del estado de Luisiana. Allí vive Sookie Stackhause (Anna Paquin), camarera con poderes telepáticos. Porque, llegados a este punto, hay que decir que aquí también hay hombres lobo, hadas y seres que cambian de forma. Sookie trabaja en el bar de su amigo Sam Merlotte (Sam Tremmol) que, además de ser hostelero, puede metamorfosearse en un animal. Sam se siente atraído por Sookie, pero en su camino se interpondrá un vampiro de 173 años, Bill Compton (Stephen Moyer), que ha decidido establecerse en la mansión que su familia construyó en el pueblo. Estos y otros personajes fueron creados por la escritora Charlaine Harris en la novela Muerto hasta el anochecer, publicada en 2001, inicio de una saga conocida como The Southern Vampire Mysteries. El productor y guionista Alan Ball comenzó a leer el libro mientras esperaba en la consulta de su dentista. La compró por tener algo para hacer tiempo hasta que le llamara el médico, pero ya no pudo soltarla hasta que la terminó. Ese fue el origen de True Blood, una serie que pasó como una apisonadora por encima de un montón de tabúes.
Lo sobrenatural era fundamental en las tramas, pero el sexo estaba íntimamente ligado al deseo de sangre y a la interrelación entre humanos y vampiros. Había temas que apelaban a la religión y la fe, y también a las adicciones, porque si un humano bebía Tru Blood, el efecto que le producía era el mismo que una droga alucinógena. Fue tan así, que políticos conservadores como Ted Cruz la criticaron sin dudar. Y cuando HBO propuso a la republicana Sarah Palin que hiciera un pequeño papel en la última temporada de la serie, esta se negó indignada, alegando que no tenían bastante con ofender a las mujeres republicanas que ahora querían burlarse de una en concreto.
Los protagonistas de la serie, Paquin, Moyer y Alexander Skarsgard, que interpretaba al vampiro Eric Northman, formaron un triángulo erótico en la ficción que trascendió a la pantalla. Rolling Stone les dedicó una portada en la que los tres aparecían desnudos y cubiertos de sangre, exhibiendo su magnetismo sexual. Aquella portada que, por supuesto, generó controversia, sintetizaba perfectamente el alma de la serie. Y aunque el eje amoroso de la historia es de carácter heterosexual, la serie estaba cargada de un poderoso simbolismo. Si sustituimos a los vampiros por el colectivo LGTB, todo cuadra. Una sociedad temerosa de aceptar a criaturas a las que teme. Un colectivo que cuenta con facciones que opinan que intentar imitar el modo de vida heterosexual es absurdo. Para la autora de las novelas, este tema era algo que tenía en la mente desde el principio. Una vez estrenada la serie, Ball —homosexual— intentó quitarle importancia a ese paralelismo, porque hubo quien vio poco aleccionador que el mundo gay se identificara con personajes que, en muchos casos, no dejaban de ser monstruos. Pero, tal como decía uno de los textos promocionales de la serie, en el mundo de True Blood, los vampiros habían salido del ataúd.
Charlaine Harris comentó en una ocasión que lo que más le interesaba de la historia era los humanos relacionándose con vampiros. Anna Paquin debió verlo muy claro, porque su agente insistió para que Ball le hiciera una prueba para el papel de Sookie. Ball pensaba que el perfil dramático de Paquin —había ganado un Oscar por El piano a los doce años— estaba a años luz de aquel papel. Eso mismo opinaba la actriz, que quería interpretar un personaje radicalmente distinto a lo que había hecho hasta entonces. Paquin acabó casándose con Moyer, con el que tuvo dos hijos. Como dijo el actor Chris Bauer, que interpretaba al sheriff Andy Bellefleur, True Blood mostraba a dos especies distintas, pero de aspecto similar, que intentan entenderse.
HBO nunca tuvo miedo a las escenas con desnudo. También propició los desnudos frontales masculinos, algo que Alan Ball cultivó en A dos metros bajo tierra. En True Blood, Alexander Skarsgard se negó a llevar, tal como mandaban las normas, un calcetín que cubriera sus genitales. «Si estás desnudo, entonces hay que estar desnudo». La escena se convirtió en un potente cliffhanger que cerró la sexta temporada de la serie.
Duración: Siete temporadas, emitidas entre septiembre de 2008 y agosto de 2014. En España se estrenó en diciembre de 2008 en Canal+.
Premios: Anna Paquin ganó el premio a la mejor actriz de ficción televisiva en 2008.
La curiosidad: Alan Ball había ganado un Oscar por el guion de American Beauty y venía de crear A dos metros bajo tierra para HBO.
¿Cómo verla?: En HBO y Netflix.
La bola de cristal fue un espacio revolucionario en todos los sentidos, una fantasía cultural que marcó a toda una generación, con sus proclamas antisistema y su humor gamberro, sus videoclips y sus críticas a cualquier tipo de autoridad, ya fuese política o mediática