Miles de murcianos acompañan a su patrona en romería a su santuario (Fotos: Juanchi López)
Miles de murcianos acompañan a su patrona en romería a su santuario (Fotos: Juanchi López)
Miles de murcianos acompañan a su patrona en romería a su santuario (Fotos: Juanchi López)
MURCIA. Aún distraeremos a quienes estos ayeres leyeran con un paseo más por el Carmen, aprovechando el protagonismo que este barrio tiene en los planes de futuro próximo del Consistorio, pero también en lo que se refiere a las idas y venidas de la Virgen de la Fuensanta, que marcan el inicio y fin de la feria septembrina recién terminada (aunque ya es costumbre que los festejos taurinos se prolonguen hasta el próximo fin de semana).
Cuando la Virgen bajó por vez primera a Murcia en rogativa ad petendam pluviam, allá por el mes de enero del año 1694, obviando la oposición del obispo diocesano, pernoctó la imagen en la iglesia conventual de los Capuchinos, sita, como ya se comentó en su momento en estos escritos semanales, en la carmelitana alameda del mismo nombre.
Posteriormente a esa primera ocasión, la Virgen pasaba la noche, el día de su llegada, en las parroquias de San Juan Bautista o de San Pedro, de forma alternativa, y en la jornada siguiente se formaba la procesión oficial hasta la Catedral.
Finalmente, se suprimió este trámite y se situó la recepción oficial en la Iglesia del Carmen, encargada de recibir y despedir a la Patrona y lugar donde se forma el cortejo oficial, eclesiástico y civil, de recibimiento y se disuelve el mismo cuando la imagen regresa a su Santuario serrano.
"cuando se separó la imagen de la advocación de su pedestal, un fuerte terremoto agitó la población"
Pero a estas circunstancias históricas, que otorgan gran preponderancia a la parroquia y al barrio en su relación con la Fuensanta, se suma el hecho de que en su alameda principal, la que iba del puente al templo, se situó en el año 1743 un 'triunfo' en honor de la Virgen, que había sido designada como Patrona principal de la ciudad en 1731.
Esto del 'triunfo' se traduce en monumento, como apunta la octava acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: "Obra de arte que representa un triunfo romano y, en general, la que exalta la victoria de un personaje histórico, bíblico o mitológico, o alegóricamente, de una virtud cristiana".
Como muy bien explicó en su día, hace un siglo ahora, el cronista murciano José María Ibáñez, en sus siempre interesantes Rebuscos, no fue en aquellos años el de la Fuensanta el único 'triunfo' erigido en la ciudad, pues sólo tres años después se irguió, a la entrada del Malecón y en vecindad con el convento de los franciscanos, el dedicado a la Purísima (del que es heredero el alzado en 1954 en la plaza de Santa Catalina), y un tercero tuvo como emplazamiento el centro de la plaza del Esparto, que hoy llamamos de Romea, con la Virgen del Rosario en lo alto, a las puertas del convento dominico.
Eran, sin duda, las tres grandes devociones marianas de la ciudad, sin perjuicio de otras que podrían añadirse, como la de los Remedios, de la Merced; la del Carmen, de los carmelitas; y la Arrixaca, de San Agustín, hasta poco antes Patrona principal.
El triunfo carmelitano en honor de la Fuensanta fue una iniciativa tomada por el comisario de alamedas, Juan de Sandoval, a raíz de las nuevas plantaciones hechas en el Carmen, y la imagen, con su pedestal, fueron tallados por el escultor y retablista Nicolás de Rueda en piedra de Abanilla, con un coste de 5.006 reales, que excedió con creces el presupuesto inicial de 3.000, según refiere Ibáñez en sus Rebuscos.
Reinaba en España Felipe V, era corregidor Antonio de Heredia Bazán, a quien citaba hace una semana al escribir sobre la plaza de Camachos, y regía la diócesis el obispo Juan Mateo López.
Relataba Ibáñez, a título de anécdota, un hecho sucedido algo más de medio siglo después de alzarse el triunfo en la Alameda del Carmen, circunstancia que había conferido un cierto carácter religioso a aquél lugar de esparcimiento.
Sucedió que el corregidor Vicente Cano Altares, a pesar de ese apellido, quiso embellecer el paseo incorporando unas esculturas de cote clásico, y entre ellas una Venus. Se produjo cierta controversia, y hubo hasta denuncia de los hechos a la Inquisición, que daba por entonces sus últimos coletazos.
Se adujo en la denuncia que la colocación de las efigies "no era disimulable en ciudad no acostumbrada a tales espectáculos, sobre todo, en paseo público que empezaba, a Mediodía, con el Triunfo de Nuestra Señora de la Fuensanta". Indica Ibáñez que no se da conocimiento en los documentos de la época de que la denuncia prosperara, y que en ello debieron pesar los informes emitidos por artistas como Roque López y Joaquín Campos.
Pero de denunciar desnudos en un ámbito sacralizado por la presencia del Triunfo fuensantino a promover la supresión de estos mediaron poco más de dos décadas. Llegado el denominado Trienio Liberal, propiciado por la sublevación de Riego en Cabezas de San Juan (1820-23), aquella revolución arrojó a varias comunidades religiosas de sus conventos, cerró las dos Casas de Estudios más insignes de la ciudad (el Colegio de la Purísima y el Real Convento de Santo Domingo), suprimió el derecho de asilo, persiguió a notables personalidades eclesiásticas y ordenó la desaparición de los Triunfos.
Fue en enero de 1823 cuando el municipio, presidido por Agustín Braco Meseguer (casado, por cierto, con la única nieta de Salzillo, María Dolores López Salzillo) ordenó el derribo de "los pilares" (se evitó la mención expresa de los Triunfos para evitar en lo posible reacciones contrarias), alegando que eran contrarios al ornato público y que de su derribo se derivaban beneficios públicos y notorios. Las imágenes fueron a parar a las iglesias más próximas, que en el caso que nos ocupa no era otra que el Carmen.
Cuentan las actas de la Cofradía de la Purísima que cuando se separó la imagen de esta advocación de su pedestal, a la entrada del Malecón, un fuerte terremoto agitó la población, que fue sólo el primero de los que, por tres meses, azotaron las tierras de Murcia y Alicante.
Y fue esta circunstancia, seriamente agravada por el trágico sismo de marzo de 1829, que arrasó Torrevieja y Almoradí y causó cerca de 400 fallecidos, lo que hizo pensar a las gentes en la reparación pendiente del agravio cometido seis años atrás con el derribo de los Triunfos.
Visto el interés del pueblo, autoridades religiosas y civiles se mostraron proclives a la reposición de las imágenes, lo que se materializó en julio del mismo año, siendo bendecidas nuevamente y procediendo con gran solemnidad a su entronización con nutrida asistencia eclesiástica y municipal y a expensas de los vecinos.
Pero tuvo escaso recorrido la medida en aquella España convulsa del XIX, pues en septiembre de 1837, gobernando de nuevo los liberales, volvieron los Triunfos a ser objeto de debate político y desaparecieron de sus emplazamientos, esta vez para no volver. La Fuensanta pétrea de la alameda volvió a ser acogida en el Carmen, ocupando durante ocho décadas la capilla que fue antes de Santa Bárbara, y trasladada a la sacristía, ya en el siglo XX. Allí encontró su fin en los aciagos días de la Guerra Civil.
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