MURCIA. Luis Gordillo (Sevilla, 1934) es una de las referencias indiscutibles de la pintura española del último medio siglo. Su trabajo ha recorrido, década tras década desde los años sesenta del siglo pasado, todos los avatares que ha vivido la contemporaneidad en España. Sin duda, es uno de los autores más admirados y respetados. Su obra se ha presentado de muchas maneras en este tiempo y se ha analizado desde incontables puntos de vista, pero nunca antes había afrontado un proyecto a tres con otros dos pintores, en este caso Miki Leal (Sevilla, 1974) y Rubén Guerrero (Sevilla, 1976), asumiendo este nivel de complicidad.
La propuesta que se plantea ahora para el Centro Párraga no es una exposición colectiva al uso, no es eso lo que se pretende. Más bien, debería interpretarse como un encuentro afortunado entre tres personas que se conocen y aprecian. Partiendo desde el compromiso con la pintura, la idea es adentrarse por determinadas zonas que se entrecruzan en el proceso de trabajo, un itinerario que ha ido superponiendo capas y compartiendo situaciones hasta generar después de varios meses una serie de piezas afines.
En esta muestra podremos encontrar tres obras principales realizadas en conjunto, algo nuevo en la prolongada trayectoria de Gordillo. Cada uno de estos TRÍPLEXS, que no trípticos, funcionan como una creación homogénea donde interactúan los distintos estilos de cada artista. No se trata de que se responsabilicen sólo de una parte como si fuese una especie de cadáver exquisito sui géneris, sino más bien de concebir un trabajo común entendiendo las diferencias y buscando equilibrios en la complementariedad, más si acaso por fricción que por adhesión.
El objetivo es que el cuadro funcione de manera global y al mismo tiempo se perciba la personalidad de cada uno. Además de estas pinturas de gran formato, se mostrarán en diálogo diferentes lienzos, dibujos y otro tipo de obras inéditas de cada autor. En su mayoría, todas producidas en el último año.
Si Gordillo es uno de los cimientos incuestionables del arte contemporáneo del sur, Miki Leal y Rubén Guerrero son considerados hoy los dos jóvenes pintores sevillanos con más proyección y reconocimiento de nuestro país.
Para Luis Gordillo, TRÍPLEX supone un ejercicio de implicación y conexión con la gente joven. Para Rubén Guerrero y Miki Leal, una oportunidad única para aprender, intercambiar pareceres y observar los modos de cocción y madurar la obra de uno de nuestros maestros. La argamasa que los une mezcla convicción, aptitud y dedicación. Además de la camaradería del oficio, existe también en esta muestra algo de sentido de pertenencia a un lugar común que trasciende la pintura, algo particular que tiene que ver con Sevilla y su capacidad para comprender este lenguaje.
Es difícil encontrar otro sitio donde algo tan complicado de especificar se entienda tan bien sin que haya que dar excesivas explicaciones. Con esta intersección generacional, de alguna manera, se cierra un círculo vinculado a la ciudad y su progresivo avance en la modernidad. Existe implícito, también, un cierto latido de relevo y continuación. Con Miki y Rubén se amplía la copa de un frondoso árbol meridional con infinidad de ramas y un sólido tronco, una de cuyas raíces principales precisamente parte de Luis Gordillo. Bajo esa sombra hoy extensa, se cobija mucha gente.
El argumento de esta exposición poco o nada se aproxima a lo narrativo; no se cuenta ninguna historia ni existe un tema que sirva de pretexto para acabar precisando un relato, ya sea de una manera u otra. Tampoco es una cuestión de estilo, cada uno de ellos pinta de forma distinta y posee una identidad bien definida. Sin duda, sus carreras van por caminos diferentes y así debe ser. Evidentemente, ni tan siquiera están en un nivel comparable de madurez: Luis lleva ventaja a todo el mundo y es casi inalcanzable por edad y trayectoria. La compatibilidad se establece porque comparten idioma y territorio. Se comunican con el mismo medio; salvando las distancias, sus preocupaciones son semejantes a la hora de afrontar un cuadro, aunque luego cada uno lo resuelva acorde con su carácter y su modo de entender el trabajo.
En este proyecto la pintura se asume como un hecho sustancial. No funciona como recreación o representación, se acepta en su condición de realidad autónoma capaz de tomar el máximo protagonismo y provocar fricciones dialécticas. Al acercar campos semánticos dispares, se produce una nueva energía más densa y con una pulsión más vibrante. Si por separado sus obras desprenden un carisma especial que las hace reconocibles, ese atractivo se potencia aquí al constituir una situación extraordinaria que actúa primero de estímulo y luego, en sala, de contexto.