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reflexionando en frío  / OPINIÓN

Todos conocemos a un corrupto

Foto: MARGA FERRER
8/01/2023 - 

Tendemos a percibir la corrupción como algo lejano, ajeno a nuestros instintos. Somos caballeros blancos inmaculados incapaces de vulnerar la ética; están los chorizos y luego nosotros. Damos gracias al universo, a Dios, de no ser como esos vendidos que caen en la tentación. Sin embargo, cuando se da la oportunidad, casi sin quererlo, sin ser conscientes de estar sobrepasando los límites de la integridad, cometemos la misma infamia que le hemos criticado a los demás. Leí el otro día una curiosa carta al director en El Mundo en la que un hombre se sorprendía ante la decencia de la gente que le devolvió intacta su cartera con todo el dinero. Me llamó poderosamente la atención porque soy de los que piensa que el calado moral de las personas se mide en los pequeños gestos de cada día. Te indignas porque un famoso defraude a Hacienda pero tú eres el primero que haces apaños en negro; protestas ante la endogamia en determinadas instituciones pero en cuanto tienes la oportunidad buscas que un colega enchufe a tu hijo Ni-Ni.

Ha saltado el caso Azud en el que el juez investiga una presunta financiación ilegal del PSPV y Carlos Mazón se está desgañitando condenando las especulaciones. Me gustaría saber cómo actuaría el Partido Popular si tuviera una Caja B; ah, espera, que la ha tenido: fue cuando El Mundo publicó en 2013 aquella famosa portada en el que salían en unos papeles contables un tal M. Rajoy. Y por no hablar del curioso cinismo con el que se comporta el PP en Azud teniendo en cuenta que la causa también está investigando presuntas mordidas durante el mandato en Valencia de Rita Barberá a cargo de su vicealcalde Alfonso Grau. De eso mejor no hablar, ¿verdad? 

Tengo la sensación de que las sospechas y la corrupción van por barrios; si eres de los míos hago la vista gorda; si eres de los otros voy a por ti a machete. Los dirigentes políticos deberían condenar toda presunta implicación de otros en hechos ilícitos sean de las siglas que sean; hacer lo contrario te deslegitima para ejercer de adalid de la honradez. Los corruptos no están solo en el PP o en el PSOE, están en ambos partidos porque no es cosa de siglas, sino que unas personas con malos fines usan plataformas políticas para lucrarse; lo que marca la diferencia es la actitud de las formaciones ante esas manzanas podridas, apartándolas o protegiéndolas.

Tengo la sensación, desgraciadamente, de que no somos todo lo rectos que deberíamos ser en el baremo ético de nuestros dirigentes. Mientras en otros países algunos políticos han llegado a dimitir de su cargo por llegar tarde a un pleno, aquí cubrimos con un tupido velo nuestros ojos ante claras expresiones de infamia a su deber de servicio público. Resulta preocupante que los ciudadanos no nos movilicemos ante la modificación del delito de malversación que dejará eximidos de cárcel a aquellos que no se hayan enriquecido pero sí hayan hecho un uso indebido del dinero de todos. Condenamos la corrupción dineraria, evidentemente, sólo así se explica la histórica fuga de votos del PP a Ciudadanos en 2015. Sin embargo, a veces da la impresión de que damos un cheque en blanco a los que nos gobiernan. No somos exigentes, dejamos que hagan con nuestros impuestos y nuestras instituciones lo que quieran; si el ex primer ministro británico Boris Johnson se vio obligado a dimitir ante la presión ciudadana y de su partido por montar una fiesta en Downing Street en pleno confinamiento, Pedro Sánchez usa los recursos del Estado para su propio beneficio y aquí estamos todavía protestando porque Luis Enrique no convocó a Sergio Ramos al Mundial.

Otra cosa que me preocupa es la barra libre de transfuguismo que se pegan los políticos sin que reciban ningún tipo de castigo por parte de la ciudadanía. ¿De verdad se puede confiar en una persona y en sus promesas cuando se ha cambiado de partido renunciando a los principios en los que creía? Lo digo, por ejemplo, por Santiago Román, alcalde de Sant Joan, que tras haber cambiado más de chaqueta que el presentador de la gala de año nuevo y traicionar al Partido Popular en 2015 y haberle criticado hasta la saciedad, vuelve a casa por Navidad a lomos del Caballo de Troya de una presunta coalición. No deberíamos dejar que gente así tuviese ningún tipo de responsabilidad. Es paradójico que existiendo una ley anti-transfuguismo haya individuos cambiando de partido a su antojo. Estuvo acertado José Mota en su especial de nochevieja en el que hablaba en una de las secuencias de un 'método Cholo' -en referencia al entrenador del Atlético de Madrid- en el que los políticos debían ir partido a partido para enriquecerse; "tránsfuga, tránsfuga, tránsfuga, arengaba el entrenador al dirigente en cuestión mientras este se iba de un lado a otro sin remordimiento".

Los que me dan más miedo que los chaqueteros son los enchufados, esos estómagos agradecidos que si un alma caritativa no se hubiese apiadado de ellos estarían con una mano delante y una detrás; ineptos que se meten en política para medrar.  El otro día decía Francesc de Carreras en una entrevista que los que hoy en día están en un partido político buscan conseguir un cargo. A pesar de que considero injusta esa generalización, no hay duda de que las formaciones políticas son las mayores agencias de colocación. Esta semana se ha publicado que Miquel Iceta contrató a la hija de un dirigente del PSC para el ministerio de Cultura y que la vicepresidencia de Vox en Castilla y León, ocupada por Vox, ha gastado 1,6 millones en gastos de personal. Lo de Iceta no me sorprende, un servidor vivió de cerca esa endogamia en Ciudadanos, y respecto a lo de Vox, nada nuevo bajo el sol, tambíen en la formación de Albert Rivera enchufaron hasta al apuntador en los diferentes organismos de las comunidades autónomas en las que gobernaban; no faltaba nadie sin su carguito. Al final te das cuenta de que hasta los que venían a cambiar las cosas han terminado succionados por la rueda que querían parar.

Es labor de la sociedad civil y de los medios de comunicación exigir a la clase política que esté a la altura, aunque para ello, a lo mejor tengamos que hacer un ejercicio de saber lo que es la ética. Pagar borracheras con dinero público es corrupción; servirse de la política en lugar de servir a los ciudadanos es corrupción; contratar a ineptos por puro amiguismo o clientelismo es corrupción. Todo uso interesado o desleal del dinero público representa un atentado contra la normalidad de las instituciones.    

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