MURCIA. Se habla mucho de inteligencia emocional. No es un tema nuevo pero sí necesario, ahora más que nunca. La inteligencia es la capacidad de adaptarse al entorno, no sólo de modificarlo, sino de comprenderlo y vivir en armonía. El entorno es cambiante y la clave de una alta inteligencia es la habilidad para poder adaptarse a los vientos de cambio. Sin inteligencia, somos barcos a la deriva, a merced de las corrientes (culturales, ideológicas y económicas), sin mástil ni velas. Bajo esta perspectiva, no es más inteligente quien más suerte tiene, sino quien tiene mayores recursos personales para avanzar, aceptar la adversidad y seguir adelante.
"nada tranquiliza tanto la mente como plantear un propósito firme y bien definido"
Continuando con nuestra analogía, debemos enseñar a construir grandes velas que se puedan izar y arriar cuando el viento arrecie, porque la vida es navegar sobre olas de conocimiento e incertidumbre. De nada sirve dotar del tejido ya cosido, se ha de aprender a confeccionar las preguntas, porque sin ellas no hay motivación intrínseca para buscar las respuestas. En un mundo donde parece haber más soluciones que interrogantes, cada persona debe avanzar hasta capitanear su embarcación y dirigirse con el timón hasta un nuevo puerto, repleto de oportunidades.
Las implicaciones y beneficios de una buena orientación son ilimitadas. Desarrollar todo el potencial intelectual exige esfuerzo, resiliencia y perseverancia. Conocer las propias potencialidades, saber explotarlas y marcar un plan para ello también. Como diría Mary Shelley, nada tranquiliza tanto la mente como plantear un propósito firme y bien definido. Y esto no surge de la noche a la mañana, menos aún en personas inteligentes. Si fuera tan fácil, el tesoro a desenterrar aparecería marcado con una “x” en un mapa castigado por el devenir, empañado de una atmósfera salida de la mente de Robert Louis Stevenson. Y no es tan sencillo. Nunca lo fue.
Según el profesor de la Universidad de Harvard Howard Gardner, estamos ante el reto de desarrollar en nuestro alumnado hasta ocho tipos de inteligencia diferentes y bien definidas: lógico-matemática, musical, naturalista, lingüística, espacial, intrapersonal e interpersonal. El confinamiento ha puesto de relieve la necesidad de trabajar estas dos últimas, ya no sólo con el alumnado, sino con el profesorado y las familias. La inteligencia intrapersonal hace referencia a la capacidad para poder comprender y gestionar las propias emociones.
La inteligencia interpersonal focaliza estas habilidades en el exterior y es definida como la capacidad para comprender los sentimientos ajenos. Ambas conforman el término popularizado por Daniel Goleman: inteligencia emocional. Nadie dudaba de la utilidad de la ciencia y la tecnología para salir de esta emergencia sanitaria a escala global. Sin embargo, la herramienta que se puso en marcha para convivir en situación de confinamiento, mantener una actitud positiva ante las olas de covid, controlar un tsunami de emociones y mirar al horizonte con esperanza no fue sino la inteligencia emocional.
En todo este despliegue naval, la psicología, una de las ciencias más jóvenes, tiene entre sus funciones las de orientar y asesorar como una rosa de los vientos, una dorada brújula imantada o el analógico astrolabio, para enseñar a autodiseñar una hoja de ruta (un proyecto de vida). Sin la ayuda adecuada, únicamente nos aguardan "océanos de tiempo" para encontrarlo.
Dr. Juan Pedro Martínez Ramón
Colegio Oficial de Psicología de la Región de Murcia
Vocalía Psicología Educativa