MURCIA. En primer lugar, debo pedir disculpas. Sensible por la opinión de algunos allegados sobre la falta de fluidez de alguno de mis artículos y el aburrimiento que le producen, se me ha ocurrido una fórmula ficticia y perversa de llamarles la atención con el objetivo de que al menos empiecen a leerlo.
La verdad es que no pretendo hablar de sexo entre otras cosas porque no tiene nada que ver con el desarrollo de este artículo y porque, además, soy muy pudoroso. Pero incluirlo en el título me ayudará, sin duda, a que algún o alguna caiga en la curiosidad de ver de qué se trata.
Centrándonos en el asunto, empezaremos con el tapering. La verdad es que los algoritmos sobre los que se basa la política monetaria de los bancos centrales entran dentro de ese exclusivo club de misterios junto a la ubicación del Santo Grial, lo que esconde el Área 51 de Nevada o cómo fue capaz de ganar la Liga el Atleti.
"Llevamos más de 13 años sin un equilibrio presupuestario y no dejan de crecer los gastos estructurales que no nos permiten alcanzar ese objetivo"
Del patrón oro, o del patrón cambio oro posterior, que basaban la política monetaria en las existencias reales de este precioso metal o en cotizaciones basadas en él no queda absolutamente nada. Hemos ido cambiando a sistemas más complejos y flexibles (quién sabe si descontrolados) que nos ha permitido un brutal desarrollo financiero y que busca el control de determinados efectos económicos. En las crisis del siglo XXI y, sobre todo, en la actual crisis provocada por la covid-19, el Banco Central Europeo se ha sumado a la heterodoxia monetaria usando la compra de deuda sin coste para mantener la fluidez y combatir los estragos que provocan en el desarrollo económico, el empleo y el consumo. Pero estas medidas de estímulo financiero no pueden ser eternas. Se deben usar en casos excepcionales y enmarcadas en políticas anticíclicas controladas. En las circunstancias actuales de fuerte crecimiento económico, aunque sin alcanzar los niveles previos a la crisis, es recomendable el uso del tapering o descenso paulatino y no brusco de estímulos monetarios. Los bancos centrales internacionales ya lo han anunciado. De momento es un hecho que van a reducir la compra de deuda pública. Está por ver cómo funcionarán a la hora de renovar la deuda ya comprada a su vencimiento.
Por otro lado, tenemos la galopante inflación que afecta a todo el mundo a causa, principalmente, del incremento de los suministros. Muchos se aferran a que va a ser transitorio, hasta que el mercado del gas vuelva a ajustar sus equilibrios. Pero que el efecto pueda ser más duradero de lo previsto o que el incremento de la demanda privada dé continuidad a esta alza no es descartable. Nos podemos encontrar con una tendencia mantenida en el tiempo que los bancos centrales deberán combatir con mayor recorte de estímulos monetarios. Nos podemos encontrar con un tapering más brusco de lo inicialmente pactado y deseable.
La restricción, más o menos brusca, de los estímulos monetarios, nos lleva inevitablemente al incremento de los tipos de interés. Al menos, a alejarnos, aunque sea suavemente, del oasis de los tipos cero (y a veces incluso negativos) de los que hemos disfrutado en estos últimos años. No será un cambio brusco, no creo que se disparen y lo normal es que se estabilicen en unos años en unos porcentajes bajos, pero positivos en al menos 1 ó 2 puntos.
Con estas expectativas, las políticas económicas de los países deben tomar nota. Enmarcado dentro de los “efectos colchón” que se buscan en las grandes crisis para mitigar sus consecuencias, podemos admitir cierto incremento de endeudamiento en momentos señalados por las circunstancias. Sin mayor ánimo de tirar la casa por la ventana, los ingresos fiscales bajan y los gastos sociales suben. Pero la deuda, más tarde o más temprano, hay que pagarla. Y la responsabilidad de dejar a otras generaciones el esfuerzo de hacerlo, debe pesarnos mucho.
El caso español es especialmente preocupante. Llevamos más de 13 años (y me temo que tardaremos otros tantos más) sin conseguir un equilibrio presupuestario y no dejan de crecer, presupuesto tras presupuesto, los gastos estructurales, principalmente sociales y de intereses, que no nos permiten alcanzar ese objetivo.
Por otro lado, en la parte de los ingresos de las Administraciones Públicas, debo hacer hincapié en que el esfuerzo fiscal (presión fiscal entre renta per cápita) en España es muy alto. Caben reformas que nos lleven a ajustar los distintos impuestos sin incrementar la presión fiscal y caben reformas que nos lleven a incrementar la presión solo si se incrementa la renta per cápita. Pero el incremento de presión con la renta estancada nos lleva a una pérdida de competitividad importante y una losa para nuestro crecimiento.
De forma burda, si imaginamos un nivel de endeudamiento de 1,5 billones de euros (como el que alcanzará España en breve) y un incremento del tipo de interés de esa deuda de 0,5%, estaríamos incrementando el capítulo de intereses en 7.500 millones de euros, bastante más que el Presupuesto anual de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia.
No podemos reducir nuestra deuda drásticamente para que nos afecte menos la subida de tipos, pero por lo menos, podemos realizar un esfuerzo planificado y riguroso para no incrementarla a partir, al menos, de 4 ó 5 años.
Es posible que en ese plazo, seamos capaces a través del crecimiento económico, el descenso del paro y la mejora de la competitividad de paliar el efecto del incremento del coste de los intereses de deuda con un descenso de los costes sociales y un incremento de la recaudación sin incrementar el esfuerzo fiscal.
Y es posible que en ese plazo, la Asociación contra el Insomnio me felicite y agradezca mi contribución a la ensoñación sin recurrir a productos químicos.
Quizá algún día arranque y hable de sexo…