MURCIA. Las hijas de la criada (Planeta, 2023) es la novela con la que la periodista y escritora Sonsoles Ónega se hizo el año pasado con el Premio Planeta. Una historia mágica y realista en la que narra la vida de mujeres que se rebelan contra su propio destino en busca de la verdad en la Galicia de principios del siglo XX. Doña Inés, matriarca de la saga y fiel esposa de don Gustavo, deberá sobrevivir al desamor, al abandono y a las luchas de poder. La autora charla con Plaza.
La novela parte de una búsqueda de la verdad. Parece que no lo podías evitar. ¿Es esa una fusión de tus dos profesiones?
Sí, hay algo de tic u obsesión periodística en mis novelas. Hay una búsqueda de la verdad constante. Por un lado, mi ‘yo’ periodístico se nota a la hora de documentarme con todo el rigor posible sobre los momentos históricos en los que sitúo los libros. Por otro lado, le cojo prestado a Umberto Eco eso de que, en estos tiempos tan mentirosos en los que vivimos, la única verdad está en la ficción. Nadie cuestiona la existencia de Don Quijote o Mafalda, por ejemplo. Me pareció hermosísimo porque, al final, hacemos de la ficción las únicas verdades inapelables que nadie discute con argumentarios para combatir.
Me parce algo muy bonito y muy certero. En estos tiempos en los que no sabes muy bien a qué atenerte ni quién atesora la verdad absoluta, si es que alguien la atesora, los libros nos dan la seguridad de que los personajes han existido, al menos, en la cabeza del creador y, en tanto que él los hace verosímiles para los lectores, pues, también en la cabeza del lector.
Ya que citas a Umberto Eco, te pregunto por otra cita suya que empleó recientemente Pedro Sánchez sobre el concepto de la maquinaria del fango. Cómo periodista y escritora con cierta influencia, ¿hasta qué punto te sientes aludida?
Si se citó el fango como el ingrediente con el que trabajan los medios de comunicación, pues no puedo estar más en desacuerdo. Al menos, los tradicionales. Otra cosa es que haya mucho fango en las redes sociales con nombres que no corresponden a nadie. Ahí hay mucho fango, indudablemente. Es la asignatura pendiente de las redes sociales, especialmente de X, que es la más politizada. Hay que poder identificar a quien escribe bulos. Sin embargo, yo me resisto a pensar que hay fango en los medios de comunicación tradicionales e identificables, que responden a criterios periodísticos, pero también empresariales, indudablemente, que tampoco nos vamos a caer ahora del guindo.
Teniendo en cuenta la función de los medios en la democracia y la libertad, ¿consideras peligroso que extienda una mancha de la desconfianza global?
Cuando se pone el ventilador para poner en el mismo saco a todos, se emplean operaciones muy sencillas que calan en el ciudadano y acaban confundiéndolo todo. Es fácil demonizar a los medios de comunicación haciendo creer que todos son iguales, que todos son la misma mierda y, desde luego, ante eso, los periodistas nos tenemos que levantar. No todos son lo mismo. No todos son la misma mierda y sí todos, en principio, siguen haciendo un periodismo lo más digno posible.
Indudablemente han pasado muchas cosas en el sector en los últimos años. Ha habido una crisis empresarial y publicitaria con un montón de razones que han hecho que los medios de comunicación sean un poco más débiles, pero, de ahí a ser maquinarias de difusión de fango, eso me niego a aceptarlo. Por otro lado, también al ciudadano hay que exigirle un poco de incredulidad. Es decir, en un plano muy doméstico, por ejemplo, me paso el día diciéndole a mi madre que las cosas que recibe por WhatsApp son mentira. La duda es muy sana, no así la desconfianza, y el ciudadano tiene que dudar.
Yo me he formado en una generación de periodistas en la que nos obligaban a leer al menos dos medios de distinto signo para conocer dos versiones posibles y contrastar así opiniones. El periodista siempre ha dudado y ha hecho la siguiente pregunta. Siempre ha necesitado contrastar las informaciones al menos tres veces. Esa escuela se sigue ejerciendo en los medios tradicionales y es la que marca la diferencia con el “periodista ciudadano” que no conoce las reglas básicas del oficio. De acuerdo, nosotros no operamos a corazón abierto, pero sí tenemos una pequeña labor importante a la hora de hacer sociedades mejor informadas y, por tanto, más libres. Y ahí al ciudadano hay que exigirle ese plus de trabajo y de tiempo para que no se confunda con cualquier cosa.
¿Se podría decir que las protagonistas de la novela luchan contra un gran bulo?
Entorno a Doña Inés, que es la matriarca en esta historia, corrieron muchos bulos sobre lo que quería hacer o sobre por qué se interesaba en un negocio o en otro. Había pequeños bulos de andar por casa que ella combatió en los tiempos en los que le tocó vivir en los que había un escrutinio constante de los hombres. Pensaban que había llegado para robar el producto, por eso le atribuyo esa frase que dice “mar hay para todos; déjenme que yo también meta mis manos en el negocio de la conserva”. El bulo como tal no estaba establecido entonces, pero bulos siempre ha habido: chismes, cotilleos, la mala intención a la hora de deslizar un comentario que puede hacer daño… O sea, que sí. Bulos del siglo XIX y principios del XX.
El caso es que la audiencia te respalda y el sector literario te reconoce con un galardón tan relevante como el Premio Planeta. Sin embargo, no todo ha sido un camino de rosas. Ha habido críticas despiadadas…
Ha habido de todo, sí, pero no ha sido un camino de rosas solo por eso, sino porque me ha costado abrirme hueco en el mundo literario. Mis primeras novelas, hoy descatalogadas, creo que debían tener una tirada de cien o doscientos ejemplares. Colecciono noes de editoriales a las que no les interesaban mis textos.
Lo interesante de todo esto es no renunciar a hacerlo porque el éxito no debe ser el fin último de lo que hacemos. En mi caso, nunca lo ha sido. Cuando era reportera de calle, pensaba que ese era mi mejor presente. Siempre he pensado que, lo que hacía, si me hacía feliz, era suficiente, así que ahora no soy más feliz que cuando estaba en la calle, te lo aseguro. Ahora hago otra cosa distinta, pero eso no me hace más feliz.
Respecto a las críticas, creo que la exposición te vacuna frente al dolor que provocan algunas de esas críticas injustificadas. Y digo injustificadas cuando responden a intereses difícilmente identificables. Gracias a Dios, solo cuento una. Todo lo demás es bienvenido porque aprendo de los comentarios que se me han hecho en los distintos formatos, tanto cara a cara como en las críticas en espacios literarios. No se puede gustar a todo el mundo y eso es algo que yo comprendo perfectamente porque me dedico a ello. Si lo pretendiera, enloquecería.
Visto ya con relativa perspectiva, ¿cómo ha afectado a tu vida profesional y personal lograr este premio?
Mi vida profesional la he hecho más trepidante. Ha habido días que he llegado muy apurada al programa de televisión, que ha salido adelante solo gracias al gran equipo que hay detrás. También he podido saber algo que no conocía y es que mi resistencia tiene límite. Me he cansado mucho y he pensado que no podría seguir, porque tu vida personal sí que sigue y a veces se cruzan sucesos que te obligan a estar. No puedes tener a todo el mundo a tu servicio porque tú estés viajando. Por eso también he aprendido a decir no a muchas cosas, aunque sea con pesar.