MURCIA. La periodista y escritora Carme Chaparro publica Castigo, la segunda parte de una trilogía que inició con Delito y que tendrá muy pronto su tercera entrega, que ya está redactando. Le ha cogido el gusto al género del thriller, donde se mueve con agudeza proyectando tramas en las que no solo vuelca su experiencia profesional, con una larga trayectoria periodística en la que ha tenido que abordar casos muy truculentos, sino también algunas de las emociones más oscuras de su propio pasado, incluso de forma inconsciente. Aborda también uno de los elementos más delicados, como son los niños. “Nunca verás un entierro con tantas personas como el funeral de un niño”, sentencia la autora, con la que charlamos sobre su nuevo libro.
Le has cogido cariño al género del thriller…
Fue un poco por inercia. En los informativos, lamentablemente, la mayoría de las informaciones son duras, complicadas, y es un asunto que controlo.
¿Ahondar en este género lleva también a profundizar en los aspectos más oscuros de la vida de uno mismo? ¿Aporta eso algo a tu literatura?
Evidentemente, aporta, porque tú vas a buscar la emoción. Mis libros son thrillers, pero son, sobre todo, novelas de personajes. En mis libros se resuelve un caso, pero ese caso es la excusa para que aparezcan un montón de personajes con sus vivencias y con sus historias. Yo siempre tiro de mi emoción e intento imaginarme la emoción que sentiría alguien a quien le pasa eso. Que yo haya sufrido bullying o el acoso terrible durante más de diez años de una persona que ha sido condenada por ello, pues, evidentemente, influye. Esas fases en las que pasas del miedo a la rabia, o la duda, intento recuperarlas para plasmarlas en algunos personajes de las novelas.
¿Cómo se vive esa inquietud siendo una persona tan expuesta? ¿Te has tenido que enfrentar entonces a algún demonio o es agua pasada?
Soy muy celosa de mi vida privada en las redes sociales. Mis hijas nunca han salido y, cuando estoy en un sitio, nunca publico dónde estoy. Publico siempre cuando me he ido de los sitios. A veces tengo una firma de libros y, claro, eso hay que hay que sacarlo, pero tienes que aprender a vivir con ello. No puedes dejar que el miedo pueda contigo porque lo único que nosotros tenemos para nosotros mismos es nuestro tiempo. Lo único que no puedes recuperar es ese rato que pasa y no volverá.
Ya tengo 51 años y me acerco a otra etapa de mi vida. No podemos permitir que el rato que tenemos para nosotros, para leer, para estar en la cama descansando o para lo que sea, pues, que estemos rumiando sobre alguien. Que nos amargue la vida, que nos robe, porque al final son ladrones de tiempo. Ya no solo es la angustia que tienes, es que te roban el tiempo y no hay nada peor que alguien consiga robarte el tiempo. Me niego a que lo hagan.
¿Transformar los demonios en palabras te ha ayudado a superar esos episodios para evitar que te roben el tiempo?
Mucho, porque todos los personajes tienen algo de mí, pero a veces no me doy cuenta hasta que no los he escrito y los releo. Yo escribo muy rápido, a mí manera de periodista, muy a lo loco, una página y otra, para arriba para abajo del libro, sin orden. Luego lo releo y me doy cuenta de que ese personaje o esa emoción que estoy describiendo fui yo alguna vez. Incluso a veces descubro cosas que ni siquiera sabía que tenía, pero que son verdad, y me doy cuenta de que eso me pasa a mí.
Cuando tú a una emoción o un sufrimiento le pones un nombre, unos adjetivos y un verbo, pintas al monstruo. Le pones una cara. Es como cuando les dicen a los niños pequeños que pinten al monstruo que les da miedo, porque tienes que ponerle una cara. Entonces, yo veo al monstruo y ya sé que es mi monstruo. Puedo luchar contra él. Por eso a mí los libros me han servido como una terapia que no hubiera podido hacer de otra manera. Yo soy la reina de los dramas. Tengo unos dramas horrorosos en la cabeza y todo eso lo vuelco en los libros, que me sirven como una terapia personal para conocerme a mí misma, conocer mis miedos, saber qué es lo que se me pasa por la cabeza, etcétera.
Introduces algo que conoces muy de cerca, como es el mundo mediático televisivo, a través de la crónica negra o de sucesos… ¿Cómo valoras el contexto mediático actual?
El periodismo lo conozco muy bien y para mí es fácil escribir con personajes periodistas. En todas mis novelas siempre hay periodistas. Y, como en todo, pues hay bueno y malo. Los buenos periodistas de sucesos saben muchas cosas, porque tú tienes una fuente en un caso y te cuenta muchísimas cosas, pero no lo cuentas todo. Lo que no aporta información relevante sobre el caso, lo que no aporta algo que sirva para entender mejor lo que ha pasado o para comprender cómo se ha llegado hasta ese punto, lo único que da es morbo.
Cuando cuento algo, siempre pienso en las familias o en los seres queridos. Pienso cuánto daño les haremos contándolo. Es algo que me sale de manera automática; me viene a la cabeza. Hay cosas que hay que contar por narices, pero lo puedes contar con determinadas palabras y lo justo para ponerle contexto, pero ensañarse es infringir un dolor innecesario y ser mal periodista.
Además, cuando hay niños de por medio, todo es más delicado, si cabe, y eso ocurre en tu libro…
Evidentemente, no hay sufrimiento como el de los niños. Siempre lo pienso, y más desde que he sido madre. Una madre y un padre van a estar toda la vida preguntándose el tiempo que su hijo sufrió y las veces que habrán llamado a papá o mamá pidiendo ayuda, como te llama un niño por la noche cuando se ha despertado con una pesadilla. Entonces, ser madre o ser padre y no poder quitarte de la cabeza, no solo lo que sufrió tu hijo o tu hija, sino las veces que te llamó pensando que podrías ir y nunca fuiste, pues, eso a mí me rompe por la mitad.
Los casos que tienen que ver con niños o menores suelen ser los más mediáticos ¿Crees que se está teniendo eso en cuenta en el caso de la crónica negra y la televisión?
El niño no acaba de entender el mundo y tu deber como adulto es protegerlo. Nunca verás un entierro con tantas personas como el funeral de un niño, porque se ha ido muy pronto, pero también porque era alguien que no se había creado enemistades. Y no digo enemigos sino enemistades. Por eso los casos de los niños son especialmente traumáticos, porque en todas las familias hay niños y todo el mundo tiene amigos con hijos. Piensas que el niño está indefenso, que no entiende lo que está pasando y por qué esa persona le está haciendo daño. Tenemos ese instinto básico de proteger a la siguiente generación, sea nuestro hijo o no. Los casos de niños a nivel informativo son mucho más delicados, pero sí que es cierto que son los casos que más audiencia generan.
El hecho de introducir esa figura infantil en tu literatura, ¿buscaba también tocar un poquito más la fibra?
Esta novela surge por un informe que leí y tenía que ver con niños. Era un informe de un comité médico de Reino Unido que lleva décadas siguiendo a los niños rescatados de los orfanatos cuando todavía estaba ese telón de acero que separaba la URSS de Europa. Al caer, Europa empieza a conocer un poco lo que había detrás de ese telón. En Rumanía cae Nicolae Ceausescu y, entre muchas de las cosas que se descubrieron, está la imagen del horror de los orfanatos, lo que provoca una ola de solidaridad brutal desde Europa y Estados Unidos, para que esos niños vayan a una casa y sean adoptados por familias. En Reino Unido decidieron hacerles un seguimiento y ver cómo evolucionaban esos niños a lo largo de los años. Desde bebés hasta niños de diez o doce años, viendo cómo evolucionaban y si había alguna secuela en sus cuerpos o en sus mentes por aquello que pasaron. Se ha visto que sí que hay muchas secuelas en los cerebros de esos niños, aunque ni siquiera se acuerden de aquello, porque algunos eran bebés, tienen conexiones neuronales distintas y áreas del cerebro afectadas. El sufrimiento de un niño deja marca en el cerebro para siempre y, a partir de ahí, me dije que tenía escribir sobre eso. Por eso los protagonistas de esta historia son niños.