Blackie Books edita esta obra sobre los monstruos (femeninos) y la monstruosidad que evidencia el porqué de gran parte de las representaciones mitológicas
MURCIA. Adoptan todo tipo de formas y hacen de cualquier oscuridad o ángulo muerto su guarida: una habitación especialmente fría de la casa que nuestra familia utiliza de despensa y que queda fuera de cualquier vigilancia a distancia, el espacio ultradimensional bajo nuestra cama, el pasillo cuando se apaga la luz, la parte de atrás del coche cuando conducimos solos de noche y caemos en ello, nuestra mesita en el instante en que queremos encender la luz de la lámpara, al otro lado de la ventana cuando no hay cortina que tape la visión del exterior, a nuestra espalda en una calle solitaria con eco o más allá de la cortina de la ducha, a un lado o al otro: los monstruos son entidades que nos acompañan desde que tenemos uso de razón, criaturas capaces de materializarse allá donde sean útiles para encarnar nuestros miedos más atávicos. Nos resultan tan familiares como terroríficos porque pueblan las historias que se nos cuentan desde las etapas más tempranas de nuestra vida: pueden ser dragones, troles, animales antropomorfos, brujoides caníbales, gigantes, seres demoniacos o críptidos de leyenda. Cumplen funciones que casi siempre tienen que ver con la moraleja o la advertencia. Son lo que puede sucederle a los temerarios y a los irresponsables, a quienes no hacen caso de lo que les dicen los mayores. El monstruo sobrenatural, bien distinto del monstruo real, juega un papel esencial en la mitología de cualquier cultura y época. Su esencia es tan elemental que no cabe duda de que aparecerían en lo que nos gruñíamos con mayor o menor pericia al calor de una hoguera cuando la Tierra era otra y nosotros también. Con el paso del tiempo es cierto que muchos monstruos han acabado siendo vistos desde otra perspectiva, una desde la cual su monstruosidad ya no resultaba tal, lo que les ha permitido ser comprendidos. Del mismo modo, han tomado el relevo monstruos del panorama actual. Esto no es pensamiento woke ni nada que se le parezca: es solo eso, perspectiva.
Hablamos, por ejemplo, de la icónica Medusa, cuyas representaciones más abyectas ni siquiera son conocidas por la mayoría (lucía barba, por ejemplo). Esto y mucho más nos lo cuenta Jess Zimmerman en Sirenas y otros monstruos. Mujeres mitológicas que desafían el poder masculino, que edita Blackie Books con traducción de Laura Ibáñez. Medusa acabó convertida en monstruo porque Poseidón la violó en un templo de Atenea, y la diosa, ofendida por semejantes hechos, decidió castigar a la víctima destruyendo su aspecto con mucha imaginación y para colmo, regalándole el don de convertir en piedra a cualquiera que la mirase. Ahí es nada. Pero ni mucho menos fue la única que pagó de forma injusta: tal y como explica Zimmerman, es bastante sencillo descubrir que la monstruosidad de las criaturas monstruosas femeninas de la mitología lo es en función del hombre y de su percepción de las mujeres. Las sirenas (aladas, muy diferentes a las que conocimos por Disney), son la tentación irresistible y la perdición. Algo parecido a los súcubos, una ingeniosa creación para justificar el adulterio, así como los íncubos eran fantásticos para encubrir violaciones (el violador no era tal, sino que había sido un demonio que había adoptado su forma). Habla Zimmerman de Escila en una de sus representaciones más grotescas (albergando una jauría de cánidos body horror con las fauces abiertas en su entrepierna) y evidentes, y queda patente qué resultaba monstruoso y cárnico al narrador del momento, porque este libro en realidad no es un bestiario, se parece mucho más a un diario fruto de una mirada introspectiva. En él, la autora invoca o invita a los monstruos para poner negro sobre blanco el canon de la monstruosidad en nuestras sociedades, en la de ella, la que hizo que se haya sentido abominable toda la vida, pese a, lógicamente, no serlo.
De lo aceptable a lo aborrecible hay francamente poco, explica la autora. Lo peor es que quienes quedan fuera de, en este caso, lo que son las mujeres, se ven relegadas a la categoría propia de un ser no humano. Las mujeres reales tienen curvas: ¿si no las tengo, pese poco o mucho, no soy una mujer real? ¿Qué soy entonces? Habla también Zimmerman de cómo ha sufrido por esta exclusión y las consecuencias que ha tenido y tiene para ella, y ofrece otros ejemplos, como la incomodidad que sienten algunas personas cuando una mujer con una discapacidad física (Zimmerman apunta a que las mujeres padecen estas situaciones en mayor medida que los hombres, o de un modo más paternalista y dañino) señala lo bueno que está un actor, o un conocido. Esa incomodidad es fruto de haber excluido a esa persona de la categoría que te habilita para ser deseable, y en segundo lugar, para desear. Es terrible, pero la secuencia se da en ese orden, porque es el otro quien te incluye o expulsa del club. A propósito de Escila: “La Eneida de Virgilio, más o menos de la misma época que Ovidio, no se anda con rodeos cuando menciona dónde tiene lugar este cambio: «Su parte superior tiene hasta las caderas | forma humana con el pecho de una hermosa muchacha; | la de abajo de pez, dragón marino de monstruoso cuerpo». De lo mismo hablaba el rey Lear de Shakespeare cuando decía que, en las mujeres, «hasta la cintura aún imperan los dioses, y debajo el demonio». Lear está hablando específicamente de las vaginas («allí es el infierno, las tinieblas, el sulfúreo antro, fuego, hirvientes calderas»; vale, tío, lo pillamos), pero este miedo se asocia a los genitales de cualquier mujer […]. El problema no son los genitales en sí, sino lo que implican: tienen olor, sabor, vello y van asociados a la excreción. Los genitales son una síntesis de todo lo que tienen los cuerpos de telúrico y mamífero, de todo lo que hace que las mujeres sean mamíferos y no objetos o ángeles […] Pero, cual obstáculo que entorpece la llegada a la meta, está la inconveniente naturaleza tangible de los cuerpos con los que presumiblemente se mantienen relaciones sexuales. El asco y el horror no surgen de los cuerpos per se, sino del abismo entre la realidad y la fantasía”.