MURCIA. El miedo ha moldeado los relatos de ficción desde los orígenes del cine y la literatura. Siempre ha estado ahí. Sin embargo, desde hace unos años observamos un especial interés en las escritoras y cineastas por analizar la psicología de la mujer contemporánea a través de sus miedos. Se trata de un terror diferente; uno que viene de dentro, y de muy atrás. Miedos atávicos, primitivos, transmitidos de generación a generación a través de la cultura y la educación patriarcal. Miedos ingrávidos y casi invisibles, porque los llevamos pegados desde que somos niñas como una segunda piel. Es el temor a la violencia física que puede ejercer potencialmente cualquier hombre sobre nosotras, pero también al deseo, al propio cuerpo, a la familia, a la maternidad, al cuestionamiento social.
Esos miedos están muy presentes en la obra de Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978), ganadora del Premio Tusquets Editores de Novela 2023. Nada que decir, tercera novela de la autora sevillana, viene precedida de Dejarse flequillo (Amor de madre, 2016) y la anteriormente citada Yo, mentira (Tránsito, 2021). Es el retrato psicológico de una mujer en crisis, por momentos desquiciada, que decide huir de un matrimonio estable y una familia supuestamente idílica para salir a explorar su propio deseo. Salta sin red, atraída por lo prohibido, cautivada por lo que se supone que no le conviene, y en ese camino hacia no sabe dónde se topa con decepciones y frustraciones, pero también con situaciones excitantes. Metida ya en la cuarentena, ella es también una madre que sabe que ya no es la misma mujer de antes, así que no le queda más remedio que averiguar qué tipo de mujer quiere ser ahora.
“Cuando los relatos los contaban los hombres, las mujeres siempre éramos el objeto del terror. Cuántas series y thrillers comienzan con el descubrimiento del cadáver de una mujer, a ser posible bella. Es cuando las mujeres tomamos la palabra en la literatura, o cuando al menos empezamos a tener más relevancia en ese terreno, cuando empiezan a proliferar los relatos de miedo contados desde la perspectiva de quien lo sufre. Y no siempre son miedos a los monstruos o a un psicópata. Desde que somos niñas vivimos bajo la amenaza, con la sospecha detrás de cada esquina -apunta Hidalgo, en conversación con Plaza-. Yo tengo 46 años y en mi grupo de amigas nos seguimos avisando cuando llegamos a casa para comunicar que estamos bien. Los hombres no se ven a sí mismos como objetos susceptibles de violencia. Además de eso, están los otros miedos: a no ser suficiente, a no encajar… Por eso me interesa escribir historias en las que existen grandes conflictos, pero que tienen que ver con el modo en que la protagonista se relaciona con su cuerpo, con su maternidad, con su sexualidad, con su pareja o con su entorno social. No me interesa tanto el personaje de la heroína que persigue grandes objetivos y se enfrenta a grandes antagonistas o impedimentos”.
Ese terror que viene de dentro está muy relacionado con el deseo. O más bien con la dificultad de identificarlo. “Las mujeres de mi generación hemos sido educadas con relatos de ficción en los que, cuando una mujer se apodera de su deseo, siempre acaba mal. O es una perdida, o se la etiqueta como objeto usable y desechable. Creo que entre las chicas más jóvenes existe un relato diferente del deseo femenino, pero a muchas mujeres de mi edad, cuando llegamos a la madurez, nos toca hacernos cargo e investigar sobre nuestro propio deseo. Es un camino con mucha prueba y error, con muchas decepciones, con muchas inseguridades, pero es un camino que creo que hay que hacer.
Los personajes femeninos de Silvia Hidalgo son mujeres contemporáneas, modernas, urbanitas, con recursos intelectuales… pero eso no basta. La crisis de la protagonista de Nada que decir se desencadena cuando se da cuenta de que vive en una prisión sin rejas y decide romperlo todo, aunque eso lleve aparejado dolor, inseguridades y una desorientación vital que la lleva a encapricharse por un “hombre tumor” que no le promete nada, pero le da lo justo y necesario para alimentar una obsesión enfermiza.
“Creo que hemos sido capaces de avanzar muy rápido intelectualmente en el discurso feminista, lo hemos absorbido muy rápido en los últimos años a nivel de ideas y lenguaje. Pero emocionalmente vamos más lentas. Todavía somos esas niñas criadas en la idea Disney de la mujer ideal que puede con todo sin abandonar nunca sus quehaceres principales: la casa, la maternidad, los cuidados de los mayores. Por eso, las feministas intelectuales de mi generación nos juzgamos mucho a nosotras mismas cuando nos descubrimos en comportamientos emocionales que todavía son muy patriarcales. Aunque sea una cosa tan tonta como no ser capaz de dejar de teñirse las canas. Lo positivo es que yo creo que al final, poco a poco, el discurso va calando y cada vez lo tenemos más interiorizado”.
En el libro, la protagonista se mete en una relación tóxica con un hombre que no la trata especialmente bien. “Pero en el fondo ella está utilizando a este amante como excusa para salir de su matrimonio”, señala la autora. “Nos han vendido mucho la imagen de la felicidad y el concepto de confort, pero hay que escuchar a tu propia naturaleza. A lo mejor, tu lugar de confort es incómodo para el resto de la sociedad, por la razón que sea. Mi protagonista se siente impostora de la vida en la familia que ha construido. A veces, nos matamos por perseguir un ideal de felicidad, y cuando llegamos a conseguirlo nos damos cuenta de que no te sientes ni mínimamente satisfecha”.
Nos preguntamos por qué hay un tono generalizado de enfado y hartazgo tanto en esta novela como en la anterior. Un tipo de reacción que no se le suele perdonar a las mujeres, ni en el trabajo, ni en el amor, ni en la familia. “Una mujer enfadada siempre se ha entendido como una mujer con muy mala educación. Si nos mostramos enfadadas se nos tacha de iracundas o histéricas. Sin embargo, un hombre insultando con la cabeza fuera del coche en un atasco o un jefe cabreado gritando es algo a lo que estamos muy acostumbrados. En la misma situación, a una mujer se nos dice enseguida: “Relájate, tranquila”. Siempre se ha asociado a la mujer con la tristeza, que es un estado de inacción, pero yo reivindico el derecho al enfado que te impulsa a moverte y hacer algo para salir de la situación que no te gusta”.
A Hidalgo, que además de ingeniera informática y escritora es una gran cinéfila, le gusta la idea de ver alguna de sus novelas en la pantalla grande. “Mis novelas son muy intimistas, pero creo que podrían adaptarse (de hecho, he escrito un guión sobre Yo, mentira). ¿Algún director o directora en mente? “Tengo muchos referentes, como Celia Rico, Mar Coll, Pilar Palomero… Hay ahora mismo una generación de cineastas increíble en España”.