MURCIA. El escritor y dramaturgo Roberto Santiago, conocido por su popular exitosa saga infantil Los Futbolísimos, se lanzó a la novela negra con Ana, que fue traducida a varios idiomas y se convirtió en la serie de televisión bajo el título de Ana Tramel, estrenada en TVE y Netflix. Ahora irrumpe de nuevo en el mismo género con La rebelión de los buenos, una novela negra con trasfondo moral que aborda un tema poco tratado en la ficción, como es el de la industria farmacéutica. "En cualquier caso, estamos hablando de lo más importante que tiene el ser humano, que es la salud, y hemos dejado eso en manos de empresas privadas que son gigantescas", afirma el autor. Este libro, publicado en junio de este mismo año, ya le ha valido el Premio Fernando Lara 2023.
— La rebelión de los buenos empieza con una frase de Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, solo es necesario que los buenos no hagan nada”. Con esa frase anticipas un poco el sentido de la trama…
— Es una frase contundente que a mí me ha iluminado durante el camino de la escritura. Muchas veces, no se trata tanto de que los malos no ganen, sino de presentar batalla. A veces, los malos ganan solo porque no se da esa batalla. Porque los buenos, muchas veces, estamos tan ocupados de resolver las cosas urgentes del día a día que dejamos las importantes para quién sabe cuándo. Dejamos cosas importantes sin presentar batalla y, en este caso, hablo de un tema tan importante como es la salud. Hay muchas batallas importantes que no se llegan a librar y, por eso, quise poner esa frase tan contundente, porque ilumina la historia y a mí me ha ayudado mucho a la hora de escribir.
— ¿Es aplicable esa frase a lo que estamos viviendo ahora en el panorama internacional? La invasión de Rusia en Ucrania, el ataque terrorista de Hamas a Israel… ¿Quiénes crees que son los buenos y qué podrían hacer?
— A ver, esto es un temazo. Efectivamente, en una novela como La rebelión de los buenos, lo primero que se pregunta el lector es quiénes son los buenos. Esto es complicado aplicarlo al día a día en la vida en la que nos estamos inmersos, en esta sociedad en la que todo va tan deprisa, con unas redes sociales cuyos mensajes son tan cortos y contundentes que no caben los matices… En el 99% de los casos, los buenos no son tan buenos y los malos son tan malos. No se pueden resumir en una frase unos conflictos como los que estamos viviendo: estos son los buenos y estos son los malos. No, porque en todos los bandos y en todas las partes existe gente muy buena y existe gente que, por desgracia, hace cosas terribles. De ninguna manera. Me niego.
"No puede ser que, un minuto después de la explosión en el hospital de Gaza, todo el mundo esté colgando fotos y dando opiniones"
Claro que las redes han traído cosas buenísimas, como la inmediatez y la velocidad de la información, pero también han traído cosas malísimas como la simplificación de todo a unos niveles en los que parece que todo debe ser blanco o negro. Me niego. Primero, para tratar de crear un estado de opinión y manipular la opinión pública, eso por supuesto, pero es que otras veces ni siquiera es por eso. Es por la necesidad de dar una opinión ya, un minuto después de que ocurra algo. No puede ser que, un minuto después de la explosión en el hospital de Gaza, todo el mundo esté colgando fotos y dando opiniones. No tiene sentido ni tiene humanidad. Y creo que ni siquiera hay detrás una teoría, sino que se nos empuja a todos en esta vorágine de decir y opinar ya, porque si no, después, tu opinión ya no vale; habrá otro tema más importante sobre el que opinar.
— ¿Hay buenos que no están en ninguno de los bandos y que deben hacer algo?
— Ojalá tuviera yo la solución, pero lo que creo que no se debería hacer es posicionarnos en un bando o en otro. Eso es un error. Creo que aquí solo hay un bando y es el da la humanidad, el de las personas. Ya está. No hay más bandos. De eso hablo en La rebelión de los buenos, de que nos rebelemos contra esa necesidad de posicionarnos. Tenemos un sistema en Europa, en Occidente, que a mí me encanta, pero que también tiene muchas grietas y tenemos que rebelarnos, pero no hace falta, no es necesario, tener que tomar partido por un bando o por otro. Cuando estalla una guerra, el drama es tan grande y terrible que solo hay un bando, que es el de las personas. Gobiernos de un lado u otro, terroristas, industria armamentística… es que todo eso es escalofriante. Todo eso sí que es algo que se debe de denunciar.
— Al final, los más perjudicados siempre son los mismos: civiles, gente normal. La novela también aborda una lucha entre la gente normal y unas élites poderosas, en este caso con el negocio de las empresas farmacéuticas, que en la vida real podría ser otra guerra relativamente encubierta y con miles de víctimas…
— Hay muchísimas víctimas todos los días por los daños colaterales de cientos de negocios con medicamentos de las multinacionales farmacéuticas. A veces son víctimas que tienen algún efecto secundario de un medicamento que no ha pasado los controles suficientes, pero otras veces es algo mucho más grave. En cualquier caso, estamos hablando de lo más importante que tiene el ser humano, que es la salud. Y hemos dejado eso en manos de empresas privadas que son gigantescas.
"Hemos dejado lo más importante del ser humano, que es la salud, en manos de empresas privadas que son gigantescas"
Son multinacionales que, claro que han hecho grandes cosas importantes para que la sociedad haya avanzado y que la humanidad sea mejor, grandes descubrimientos, pero también tienen un objetivo muy lícito, que es obtener mayores beneficios. Sin embargo, una cosa es que sea lícito y otra cosa es que sea ético y moral, cuando estamos hablando de salud. Todos los sistemas de control que hay, que son muchísimos, son también insuficientes. Debería haber muchísimos más controles. No es lo mismo vender sillas que medicamentos. Es que no es lo mismo. Sé que son muchos los controles que hay y eso es precisamente lo que enarbolan las multinacionales cuando dicen que están sometidas a rigurosísimos controles, pero todos los días, en Europa, hay demandas y querellas de víctimas por ciertos usos y abusos. Todos los días.
— Hemos tenido ese debate muy presente durante la pandemia a propósito de las vacunas...
— Yo empecé a escribir el libro en 2017, mucho antes de que se iniciara la pandemia y, cuando llegó, me quedé helado. Estaba haciendo una novela sobre las industrias farmacéuticas y, de repente, llega un virus mundial. De pronto, cuando llegaron las vacunas paré la escritura, porque tuve mis dudas y, solo unos meses después, cuando ya se empezó a ver la luz en la pandemia, retomé la escritura.
En la novela no se habla de la covid-19 porque transcurre entre 2018 y 2019. De hecho, la historia acaba en noviembre de 2029, el día en que llegó la primera noticia de Wuhan sobre que había un virus del que todavía no se conocía el origen. Con lo cual, los personajes no tienen ni idea de lo que les viene encima y, sin embargo, el lector sí. El lector piensa que los protagonistas están luchando una gran epopeya, pero que los protagonistas todavía no saben lo que les va a hacer encima.
— ¿Qué dudas te surgieron para que tuvieras que parar?
— En primer lugar, dudas éticas. Es decir, cuando llegó algo tan bestia como fue la pandemia, que nos hizo encerrarnos en casa, pues, pensé que quizá no tenía sentido que hiciera una novela sobre las industrias farmacéuticas. Por otro lado, porque tampoco sabía si íbamos a sobrevivir a esto. Tampoco sabía de qué manera y no sabía qué papel iban a jugar ahí las farmacéuticas. Entonces, paré y pensé en cómo enfocarlo.
Unos meses después, pensé que era muy oportuno hablar de esto, del papel general que juegan en la sociedad estas industrias y, además, pensé que el libro debía cumplir también un papel que yo creo que la novela negra cumple siempre, desde que nació hace cien años, que es el de la denuncia social. Porque debe enganchar al lector, pero también debe tener denuncia social. La literatura debe llevarnos a hacernos preguntas. En este caso, si el sistema de salud está bien planteado. Porque el sistema somos todos y cada uno. No es un ente extraño, sino que lo podemos cambiar y mejorar. Con este libro aporto mi diminuto granito de arena en ese sentido, para que se hable sobre el tema.
— No es nuevo, pero sí es escaso en el ámbito de la literatura abordar el sector farmacéutico. ¿Qué te llevó a elegir ese contexto?
— Sí, hay poquísima ficción sobre el mundo de las farmacéuticas. Hay algo más de ensayo y, por supuesto, de investigación periodística, pero, a nivel de literatura de ficción, hay muy poca. En este caso, fue por un buen amigo periodista, que me pasó un informe sobre la cantidad creciente de denuncias y querellas contra las industrias farmacéuticas. Pero lo que me llamó la atención de ese informe fue que el 90% no llegaban nunca a ejecutarse porque había acuerdos económicos extrajudiciales o porque, si había sentencias, los abogados de las multinacionales las enterraban en recursos y recursos que duraban años y años. El informe ponía muchos ejemplos y, como escritor, quise saber más de esto. Para mí escribir es eso: saber más y aprender más. Ahí me lancé.
— ¿Cómo ha sido ese proceso de documentación o investigación para dar verosimilitud a la trama?
— Para hablar en una novela, tienes que saber muy bien qué terreno pisas y, lógicamente, eso lo aprendes leyendo mucho, pero también con mucho trabajo de campo. Trabajo periodístico y casi de detective. Tuve conversaciones con muchísima gente que han trabajado con la industria farmacéutica. Gente de a pie: investigadores, científicos, de la Administración, pero nunca con los grandes dueños o accionistas, porque esas puertas siempre las encontré cerradas. Pero sí hice muchas entrevistas con mucha gente y no deja de sorprenderme la generosidad de la gente, que me habría su corazón para contarme muchas cosas.
No soy periodista y, por lo tanto, en La rebelión de los buenos he cambiado absolutamente todos los nombres y lugares, pero, aunque es ficción, todo está basado en hechos reales. Datos reales que yo he conocido de primera mano durante los más de cinco años que he estado documentándome antes de ponerme a escribir la novela. Además, de evitar una demanda o querella, que quizá es algo que pueda estar en el subconsciente, el hecho de cambiar todos los nombres y hacerlo todo ficticio es porque yo lo que he hecho toda mi vida es escribir ficción. Es lo que yo sé hacer y lo que me sale de manera natural . Igual que al periodista le saldría hacer una serie de artículos o reportajes, a mí lo que me nace es escribir ficción. Desde el principio, lo tenía clarísimo. Es un punto de vista desde el que creo que puedo aportar más porque creo que es lo que mejor sé hacer.
— ¿Ha sido complicado dar forma también esa batalla judicial?
— Pues, tampoco soy abogado, así que esa parte judicial me ha llevado mucho trabajo de campo. En la Audiencia Provincial de Madrid ya me conocían perfectamente. Entraba y saludaba a todos. A parte de ver juicios con jurado, que tampoco hay tantos, pero que los hay, también he hablado con abogados de oficio, fiscales, jueces, etcétera. Y, de nuevo, he visto la generosidad de la gente, que te cuentan su punto de vista. Yo invito a todo el mundo a que vaya a ver un juicio, igual que vas al cine o vas al teatro. Ahí ves el conflicto humano y es tremendo. Es el espectáculo del ser humano para lo bueno y para lo malo.