MURCIA. Es posible que las grandes ciudades lleguen a ser algún día la mejor respuesta adaptativa a los grandes retos del futuro. No es el caso. De momento, sigue siendo una burbuja contaminante que no favorece nuestra salud, no mejora nuestra calidad de vida, e impide conocernos mejor y conocer el entorno del que formamos parte.
Es necesario que salgamos huyendo de la insoportable y hostil vida urbana durante el ferragosto murciano para que, por contraste, advirtamos lo que las ciudades nos impiden disfrutar durante todo el año. No hace falta hacer nada extraordinario, o quizás sí. Sólo, y nada menos, que dar una oportunidad a nuestros órganos sensoriales para que se liberen de la contaminación atmosférica, acústica, lumínica, visual y tecnológica y comiencen a redescubrir la naturaleza tal y como es. Con suerte, este esfuerzo, incluso puede darnos pistas para ayudarnos a redescubrirnos a nosotros mismos y conocer mejor nuestro papel en ese entorno.
No es una exageración, los aromas, por ejemplo, activan de manera inmediata nuestras emociones y apelan a las estructuras más antiguas de nuestro cerebro rememorando incluso recuerdos vinculados a experiencias olfativas. Piensen, si no, en algunos recuerdos de la infancia y se sorprenderán. Una de estas memorables experiencias veraniegas es la del disfrute de las plantas aromáticas de nuestra casa en el campo y en sus alrededores.
"El sentido del olfato se siente bien tratado en el campo"
Durante la cena en el patio trasero, el jazminero gigante que María poda y cuida con tanto esmero se manifiesta con toda su fuerza expresiva. Su inconfundible aroma compite en intensidad con su vecino y rival de parterre: el galán de noche. Poco puede hacer la hierbabuena para dejar constancia de su presencia. El sentido del olfato se siente bien tratado en el campo. Es uno de los que menos utilizamos y precisamente por ello, resulta fascinante su puesta en valor. Es posible que ya no lo necesitemos, como especie, para sobrevivir, pero, la magia de las cosas más "efímeras e inútiles" nos recompensa con creces el esfuerzo que invertimos en captar los matices y diferenciarlos. A pesar de la atrofia que arrastramos en nuestra vida urbana es posible y fácil disfrutar de los aromas a tomillo, romero, a lavanda, o a hinojo durante un paseo por los caminos de alrededor. El día que el cielo de agosto nos obsequia con alguna lluvia resulta especialmente estimulante saborear el fresco, dulce y suave aroma de la tierra mojada. Petricor, creo que le llama a este limpio y cautivador aroma la Academia del Perfume.
"resulta impresionante redescubrir el valor del silencio"
En mi caso, el sentido que más agradece que lo vuelva a valorar y apreciar es, sin duda, el del oído. Mi primera noche en el campo, en las estribaciones de Sierra Espuña, ha sido impactante. Alejado de los gritos de los viandantes a horas intempestivas, del machacón e insoportable reaggetón de algún vecino y del ruido de las máquinas de limpieza durante la madrugada, resulta impresionante redescubrir el valor del silencio. Sí, existe la bendita ausencia de ruido agresor y es posible disfrutar de él, si somos capaces de desconectarnos de cualquier aparato electrónico que nos impida saborearlo con toda intensidad.
Un relajante y breve paseo matinal me plantea el reto de identificar los cantos de algunos pájaros. Reconozco al mirlo, pero me resulta difícil reconocer a algunos otros, más allá del arrullo inconfundible de la tórtolas, el pu, pu pú de las abubillas, el canto lejano de algunos gallos perezosos o el ladrido desganado y de oficio de los perros al paso de los viandantes. La noche anterior sí que volví a apreciar el sonar rítmico y preciso del autillo y estuvimos especulando con una especie de maullido extraño que quisimos asociar a alguno de los escasos linces que, al parecer, ya deambulan por la sierra.
"El mayor disfrute de la vista, negado en las ciudades, es la contemplación del cielo estrellado"
El mayor disfrute de la vista, que nos es negado en las ciudades, es la contemplación del cielo estrellado. Vuelven a acudir a su cita anual las constelaciones más familiares: Escorpión, sobre la piedra del Almirez, la Osa Mayor y Menor en dirección hacia Mula, Casiopea sobre Pliego, el Boyero sobre Casas Nuevas y la Vía Láctea que aparece, misteriosa e imponente sobre nuestras cabezas, gracias a la escasa contaminación lumínica de la zona. Por las mañanas resulta difícil no emocionarse con los impresionantes perfiles montañosos que van apareciendo en el horizonte conforme se diluye la neblina. Identificar el número de los relajantes colores verdes que tapizan el valle de Pliego es un misterio que todavía no he resuelto. Dicen las enciclopedias que hay en torno a cien, pero estoy seguro que existen muchos más tonos y matices entre el verde glauco de los álamos y el verde intenso de los pinos.
Los sabores primitivos y auténticos del antiguo horno árabe son de lo más celebrado durante verano. La ausencia de prisas permite dedicar a cada proceso de elaboración el tiempo que necesita. El pan amasado en casa con la dirección de la experta Beatriz y la colaboración entusiasta de los más jóvenes es una de las joyas más apreciadas. Los asados de cordero, o los costillares cocinados durante largas horas, con un toque final de brasas son una obra maestra de Alberto y Fran, sin parangón alguno con las carnes arrebatadas de los restaurantes urbanos. Los arroces de Emilio han conseguido una perfección inigualable, sobre todo, el ritual del auténtico caldero y el arroz de Calasparra con verduras, dos de las obras maestras de nuestra cocina regional. Son sabores tradicionales y originales que redescubrimos y compartimos al respetar el ritmo de las cosas.
Quizás el más desprestigiado sentido y el que más conviene recuperar sea el del tacto. La pasada, pero reciente, pandemia nos alejó más unos de otros y nos dejó un contagio peor que el del virus, el de creer que el contacto con los demás es una amenaza. Afortunadamente, las vacaciones de agosto son la gran oportunidad para descontaminarnos y aproximar almas y cuerpos. Son ocasión de saludar a familiares y amigos con abrazos largos y besos sinceros, y de permitir que los niños se explayen y disfruten compartiendo y manipulando libremente la tierra y todos los objetos a su alcance para desarrollarse y ampliar sus horizontes urbanos gracias al contacto directo con la naturaleza. Salir de la burbuja urbana y recrearme con el disfrute de nuestros sentidos renovados es mi propósito estival y el deseo que comparto con mis apreciados lectores.