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Reconocimientos que no queden en humo

N.- Nominaciones, premios

25/02/2022 - 

MURCIA. Tras la celebración de los Globos de Oro, el Festival de Sundance y los premios Feroz en enero, oficialmente queda inaugurada la temporada de festivales y premios que mantendrá a la cinefilia mundial alerta de las nuevas tendencias durante el resto del año.

Si para los más sedientos por conocer las tendencias de nuestro cine, los Feroz sirven como aval para respaldar el talento cinematográfico y televisivo por parte de la crítica, también son la antesala para caldear, con o sin escepticismo, el dictamen de la Academia. En cualquier caso, la celebración de los Goya supondrá el broche al Año Berlanga y el homenaje a José Sacristán con el Goya de Honor, actor con una presencia importante en las películas del director valenciano y protagonista de films tan conocidos como La vaquilla (1985).

Berlanga será protagonista en unos reconocimientos que nacieron en 1987, casi al final de la carrera cinematográfica del director; no obstante fue la estrella en otras ediciones de los Goya. En la segunda edición de estos premios estuvo nominado a Mejor Guion Original por Moros y Cristianos (1987), pero la estatuilla acabó siendo para su partner-in-crime, Rafael Azcona, por El bosque animado. Hubo que esperar hasta 1994 para festejar. Aquella fue la única vez que se alzó con dos Goya —a Mejor Película y Mejor Dirección por Todos a la cárcel (1993)— en un año en el que competía con Julio Medem por La ardilla roja o Juanma Bajo Ulloa con La madre muerta, dos de los cineastas que en aquella década empezaban a despuntar, forjando una nueva generación de realizadores y una nueva forma de hacer cine en el país. También competiría con más veteranos con quienes disputaría el reconocimiento a Mejor Película: Vicente Aranda con Intruso y Mario Camus con Sombras en una batalla.

Aunque a Berlanga los reconocimientos nacionales le llegaron tarde, por el contexto y el riguroso control que giraba en torno al mundo del cine durante la dictadura franquista, su ironía mordaz y las ácidas sátiras sobre distintas situaciones sociopolíticas propiciaron que lograse mayor reconocimiento internacional que nacional. Se alzó con la Mención Especial en el Festival de Cannes de 1953 por Bienvenido Mr. Marshall. En el Festival de Venecia de 1956 se llevó el premio de la OCIC (Oficina Católica Internacional del Cine) a la película Calabuch; y en este mismo certamen, en 1963, El verdugo recibió el premio de la Crítica. Quizás sin esperarlo El verdugo sería la historia que más recorrido internacional tendría, pues fue la primera película española que se proyectó en la Academia de Hollywood y fue galardonada en 1965 con el Gran Premio del Humor Negro, concedido por la Academia Francesa del Humor, y con el Premio de la Crítica en el Festival de Moscú del mismo año. 

En 1961 Plácido fue nominada por la Academia de Hollywood para el Oscar como Mejor Película Extranjera. Títulos y reconocimientos no le faltaron, Montreal, Berlín, Karlovy Vary… la lista podría seguir, aunque quizás el beneplácito en casa le llegase tarde. 

Lo que probablemente el cineasta no se veía venir es que a partir de 2018, la cinematografía valenciana tendría sus propios trofeos —Premis de la Acadèmia de lAudiovisual Valencià—  y que, en 2021 serían bautizados como Premis Berlanga. Unos reconocimientos más jóvenes y libres que, en su cuarta edición celebrada el pasado noviembre galardonaron a Espíritu Sagrado de Chema García Ibarra como Mejor Largometraje de Ficción y a Claudia Pinto en Mejor Dirección por Las consecuencias. Un palmarés que empieza a ver los frutos de un esfuerzo por impulsar y visibilizar la industria de cine valenciana a través de ayudas, creación de film commissions y sinergias para incentivar la producción cinematográfica.

Del mismo modo que se espera que el Año Berlanga no quede en humo. La gala de los Goya en València pondrá el broche al homenaje que ha copado la agenda cultural y educativa de la Comunitat Valenciana durante estos meses. Y lo cerrará bajo el cuestionamiento sobre qué poso quedará del impulso extraordinario de estos meses en los que se ha acercado la figura del director a las generaciones más jóvenes a través de actividades escolares, eventos dirigidos a la industria, proyecciones, visitas guiadas, rutas, etc. 

La esperanza reside en que sirva de catapulta para acabar de lanzar políticas culturales fuertes y que todo lo que se ha remado en esta dirección no se disipe al acabar 2022. Que no sea solo el año en el que los Goya se celebraron en Les Arts. Que la necesidad de visibilizar el cine valenciano no quede en humo. 

*Artículo publicado originalmente en el número de febrero de 2022 de la Revista Plaza, previo a la Gala de Los Goya 2022

Tamaño natural (1974)

Tamaño natural es una de las películas más polémicas del realizador valenciano. Aborda la historia de Michel (interpretado por Michel Piccoli), un burgués parisino y casado que, por supuesto, no sufre apuros económicos y que podría llevar una vida imperturbable, pasando las tardes entre fiestas en sociedad y cócteles. Sin embargo, prefiere pasarlas encerrado en su apartamento con un maniquí articulado de medidas tan perfectas como cuestionables y artificiales. Ella tiene un diseño completamente inexpresivo, sin alma ni personalidad. No obstante, hacer de Tamaño natural una mera película sobre la cosificación de la mujer habría sido algo demasiado evidente y literal por parte de sus guionistas. Hilando fino, la película es la reflexión sobre la soledad y sobre la venida a menos de un tipo de masculinidad, donde Michel, a través de sus monólogos con el maniquí, desvela sus miserias y desesperación. Ni es erótica ni romántica, sino la historia de quien escapa de la soledad y fracasa.

Para Luis García Berlanga rodar esta película fue un desafío pues él mismo no se sentía capaz de hacer una película cerrada en sí misma, con un guion centrado en Michel, con un soliloquio que bien estaría más cerca del cine de Antonioni que del propio valenciano. Sin personajes corales —a excepción del final—, dirigir Tamaño natural asustaba a Berlanga tanto como le tentaba. Casi tanto como le asustaban las mujeres; porque más allá del debate entre el autor y la obra, hay una parte del personaje de Michel que teme a las mujeres y es por eso una película en cierto modo misógina, porque Michel cree ser víctima de las mujeres cuando realmente es víctima de sí mismo. 

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