MURCIA. Sucede frecuentemente en el uso del lenguaje, que el sentido más común que se da a una palabra secuestra, por decirlo así, las otras acepciones que pueda tener y que, en consecuencia, desaparecen del uso cotidiano. Pasa esto con el vocablo 'radical' que, en el contexto político y social, es empleado en sus acepciones de "partidario de reformas extremas" o "extremoso, tajante, intransigente", de manera que lo asociamos a algo, de algún modo, violento y de inspiración izquierdista (comportamientos similares en la derecha son denominados 'ultras'). Pero ¿qué pasaría si recuperásemos la primera acepción ("perteneciente o relativo a la raíz") y la aplicásemos en aquél contexto? Radical sería entonces la persona que va a la raíz, a lo fundamental o esencial, a lo que se hunde en la tierra y alimenta lo que se ve, al sentido último de una cosa…
"Si los dos pilares de la civilización se agitan, no queda otra que aferrarse a la cultura"
Vivimos unos tiempos convulsos y confusos, de zozobra y desorientación. Tiempos en los que se viene abajo, en palabras de Muñoz Molina, "todo lo que era sólido". Tiempos en los que parece que se tambalea eso que llamamos Civilización Occidental y no se vislumbran ideas ni líderes que muestren el camino a seguir para preservarla. Además, la pandemia ha venido a dar cobijo y excusa a propuestas que cuestionan ese modo de vida y sugieren dejarlo atrás, sin que veamos muy bien cuál es el futuro que ofrecen. ¿Cómo afrontar, entonces, esta situación?
Uno de los enfoques sociológicos sobre las civilizaciones nos dice que lo que las define es la conjunción de técnicas, valores y cultura en que se basan, y que les permite desarrollarse, competir y predominar sobre otras. Estamos viendo que las técnicas, las tecnologías, cambian con una rapidez inimaginable hace sólo unos años y que los valores colectivos que sustentan los comportamientos sociales, también lo hacen, inducidos muchas veces por esas mismas tecnologías (no otra cosa ha ocurrido con la intimidad y la privacidad, tras la aparición de las redes sociales). Si esos dos pilares de la civilización se agitan, no queda otra que aferrarse al tercero, a la cultura, para intentar conservar aquélla.
Antonio Gala escribió que hay dos tipos de cultura: la de lo aprendido por la educación, la información, la observación, las relaciones, la experiencia…, y la de la sangre, la de la historia grabada en nuestros genes, que contiene todo lo que han vivido nuestros antepasados. En estos tiempos en que la primera está cuestionada, los saberes se revisan y relativizan, las informaciones falsas conviven con las verdaderas, las certezas se llenan de incertidumbre, es a la segunda a la que tenemos que recurrir para transitar por esta era. No es casual que cultura sea, en su primera acepción, cultivo, y los cultivos lo son porque tienen raíces en la tierra, que los nutre y les permite desarrollarse y permanecer. Así que vayamos a la raíz, a lo fundamental y esencial, para resguardar lo que nos ha traído hasta aquí. Seamos radicales y, por tanto, conservadores.