CARTAGENA. Cuando hablamos de la posibilidad de que se rompa España no hay que imaginarse a ninguna banda de taladradores perforando el suelo patrio, ni tampoco a ninguna pandilla de zapadores levantando alambradas entre las distintas zonas de la piel de toro. Eso solo son bromas que gastan los que, queriendo romper España, ridiculizan esa idea para poder ejecutarla con mayor facilidad. En eso se parecen al diablo, cuya táctica favorita es hacernos creer que no existe, y a los sanchistas, cuya primera regla es negar la realidad del sanchismo.
Los contrarios a la unidad de España también suelen ridiculizar la idea de que sea una nación. Con esa intención anteponen el calificativo de "sacrosanta" a la palabra "unidad" y divulgan que la bandera española no es más que un trapo. Hijo de una genetista y de un inmunólogo que llegó a vicerrector, Guillermo Zapata, exconcejal de Ahora Madrid y miembro fundador de Ganemos Madrid, ha publicado un artículo cuyo título es suficientemente expresivo: "El típico agosto en que se rompe España". Aunque se define como guionista y español, ha obviado por completo la faceta simbólica de la cuestión.
"cada vez que algún político afirma que España no es ninguna nación, sino un Estado plurinacional, está rompiéndola conceptualmente"
Como es bien sabido, una de las características de los miembros de la especie Homo sapiens es que nacemos con la capacidad de aprender un potente lenguaje simbólico articulado. Bien podríamos llamarnos fabuladores, en el doble sentido de parlanchines y de poder imaginar mundos ficticios. Para los humanos, el lenguaje y lo simbólico son sumamente importantes. Por eso cuando Gerardo Pisarello retiró airadamente la bandera española del balcón del ayuntamiento de Barcelona estaba rompiendo simbólicamente España. Y cada vez que los hinchas del Barca separatistas ocultan con sus silbidos los sones del himno español están rompiendo simbólicamente España. Y cada vez que algún político de extrema izquierda afirma que España no es ninguna nación, sino un Estado plurinacional, está rompiéndola conceptualmente. Y, además, cometiendo un grave error fáctico.
En realidad, España es una nación que se formó a lo largo de un proceso histórico en el que se combinaron las uniones dinásticas con la lucha contra los musulmanes. De ahí el interés de los separatistas en negar la Reconquista y, más recientemente, incluso que hubiese nunca en la península una invasión islámica. Sin embargo, España no solo se constituyó como nación, sino que se dotó de su propio Estado antes que las demás naciones europeas. ¿O es que no escribió Maquiavelo que Fernando el Católico era el monarca de España? Y resulta que el dominio primario de Fernando comprendía Aragón y Cataluña, sendos territorios que formaron parte desde un principio de la nación española.
Y hay más indicios. El propio Rodríguez de la Borbolla, expresidente socialista de Andalucía, nos ha recordado la inscripción que figura en la cripta del Templete de Bramante en Roma: "Ferdinand, Hispan Rex/ Et Helisabe regina catholici/Post erectam/ An. M.DII" O sea, que, ya en 1502, Fernando era visto en el extranjero como rey de España e Isabel como reina católica. Pero es que unos años antes, en 1480, Fernando el Católico había fundado la "embajada de España ante la Santa Sede". Por cierto, la más antigua de su tipo en todas las naciones españolas. Nadie ignora la finura diplomática de la Iglesia católica, de modo que, si los cardenales aceptaron esa embajada, solo pudo ser porque reconocían a España como una nación. Desde 1622 se ubica en el Palacio de España de la Plaza de España de la ciudad de Roma, sendos nombres bien demostrativos. Al parecer, el alcalde de Roma también sabía que España era una nación.
Dirán algunos que mientras los atentados contra la unidad de España sean puramente simbólicos o conceptuales bien podemos soportarlos. Pero ese argumento olvida la dimensión performativa de las palabras: lo que no se nombra se extingue y lo que se nombra adquiere consistencia. Así que dejar de hablar de España y ponernos hablar del Estado plurinacional antes o después tenía que conducir a la ruptura efectiva de la nación. Una ruptura que está a punto de dar un salto con el acuerdo firmado entre el PSC e IRC para hacer presidente al socialista Illa.
"Si dispusiera de su propia Hacienda, ¿qué le faltaría a Cataluña para ser una nación independiente?"
Como ya he publicado, en ese acuerdo se habla de la nación catalana frente a la España plurinacional y, sobrepasando lo conceptual, se prevé que el Gobierno catalán recaude, supervise y gestione todos los impuestos adscritos a ese territorio. Se ha insistido mucho en el empobrecimiento que eso representaría para las demás regiones españolas, pero no se ha insistido lo suficiente en la ruptura material de la nación española que implica. Ya dispone Cataluña de su propia policía, que ha colaborado con el proyecto separatista tanto en el referéndum de 2017 como en la visita a Barcelona de Puigdemont. En ese aspecto, nunca fallan.
También está en marcha en Cataluña la inmersión lingüística total. Y los gobernantes catalanes están ampliando su red de embajadas. Si dispusiera de su propia Hacienda, ¿qué le faltaría a Cataluña para ser una nación independiente de España? Solo un sistema judicial exclusivo. Ya se ve que lo de la ruptura de España, pese a todas las bromas de los zapatas de turno, no tiene nada de fantasía paranoica, sino que es un proyecto que, muy avanzado en lo simbólico y conceptual, ya se ha iniciado en lo material.
Suele responsabilizarse de todo eso a los partidos separatistas, pero no es menor la responsabilidad del PSC. Próximamente la desmenuzaré y daré alguna pista sobre la reacción que los sectores españolistas del PSOE están preparando. ¿Moción de censura a Sánchez? Los detalles, en el siguiente Tibio.
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