MURCIA. A Timothy Gallwey se le considera el padre del Coaching, pues en los años 70, como capitán del equipo de tenis de la Universidad de Harvard (EEUU) desarrolló una nueva metodología de entrenamiento por la que los jugadores lograban centrar su atención en golpear la pelota con la precisión habitual, eludiendo el flujo de pensamientos que suelen interferir tipo: "Si pierdo me expulsarán del equipo…" o "Estoy perdido, mi contrincante es muy superior a mí". En definitiva, obstáculos que uno mismo se impone y que llegan a bloquear el logro de sus propósitos. El éxito del método fue tal que rápidamente se aplicó a otros deportes, adaptándose incluso al mundo de la management y del desarrollo personal, y expandiéndose a Europa y Sudamérica. Hoy se ejerce coaching en casi todo los países de libre pensamiento, buscando favorecer el mayor bienestar posible de la persona en sus múltiples escenarios de comportamiento.
El exponencial crecimiento del coaching se debe a múltiples variables. En cuanto al usuario o cliente (Coachee) de este servicio, tanto en el deporte como en los demás ámbitos de aplicación (educativo, personal, ejecutivo-organizacional, etc.) el coaching aporta una innovadora manera de actuación comenzando por crear una relación contractual de simetría entre el usuario y el profesional facilitador, de modo que aquel, el cliente, asume la responsabilidad exclusiva y comprometida sobre los logros de mejora que previamente ha definido y se propone alcanzar.
Para ello acepta por escrito que se parte del posicionamiento en el aquí y ahora y su proyección hacia al futuro (no interesa el pasado salvo que ofrezca una oportunidad de aprendizaje); pone en marcha sus propios recursos personales para decidir lo que le conviene y ejercerlo con un chequeo sistemático de evolución (nadie le conoce mejor que él mismo); es su proceso de descubrimiento, comprensión y aprendizaje lo que provoca el cambio deseado, a la vez que incrementa su motivación, la confianza en sí mismo y la generación de nuevas expectativas de desarrollo transformador (se siente más dueño de sí).
En cuanto al profesional del coaching, el coach, se parte de la idea de que su rol es el de un "compañero de viaje" comprometido en facilitar la concienzuda introspección y toma de decisiones del coachee. Y para ello procura conocerse a sí mismo profundamente con tal de no contaminar el proceso madurativo del Coachee con sus propias limitaciones (distancia objetiva de rol); sabe mantener una posición de empatía neutra con la que estimular su tránsito sin marcarle un recorrido concreto ni enjuiciar (respeta su ritmo y se adapta a él); y vigila continuamente el discurrir del proceso de modo que cada decisión del coachee es conforme a lo que éste mismo desea y le aproxima a sus objetivos (espejo inteligente). Para ello bebe constantemente de las fuentes de la filosofía, la psicología y el management.
En cuanto al contexto social, el hecho de vivir en una sociedad tan compleja de protocolos relacionales, representaciones de poder y normativas de orden, unido al permanente estímulo hacia la satisfacción de inagotables necesidades ─las de siempre pero estéticamente rediseñadas; a la imperante incertidumbre económica y geopolítica que tanto airean los medios en sus noticias ─con frecuencia sospechosamente coincidentes en su valoración; y a las tan cuestionables decisiones de los dirigentes –oficio el de político de muy difícil desempeño, a la par que denostado por las vergonzosas muestras de camaleónica supervivencia partidista que se ofrecen, a menudo sin rubor─.
Por todo ello el umbral de tensión social y personal se eleva peligrosamente, sometiéndonos al continuo esfuerzo de adaptación que pone a prueba nuestros recursos de afrontamiento de esta realidad cotidiana. El mero hecho de proponernos alcanzar nuevas metas, aprovechar oportunidades, adquirir los bienes que prometen mayor bienestar, la misma superación personal, etc. son sin lugar a dudas un terreno muy abonado para acoger al "ofertante" del servicio de coaching como "tabla de salvación" y facilitador del bienestar, pese a que en la mayoría de casos deviene de oficios que nada tienen que ver con la Ciencia del comportamiento humano, ni se cuenta con una identificación de las Instituciones Educativa, Laboral y Económica que le otorgue el reconocimiento de profesión.
Sin embargo, el puzle de conceptos a modo de recetas con el que responder a las expectativas de los potenciales usuarios, en muchos casos aportadas por los cursos de una ingente cantidad de entidades privadas, e incluso de algunas universidades al albor del negocio, aunque bien formuladas y acertadamente comunicadas ocupan un espacio que hay quienes se empeñan en legitimar como alternativa a la Psicología, por la nula divulgación de la excelente práctica de este tipo de servicios que ésta viene desempeñando desde hace años, y por esto es que hasta no hace mucho se escuchaba: ¿cómo "acudir al psicólogo si no estoy loco"? Un argumento que gracias a los éxitos demostrados tienden a remitir.
Además, los psicólogos debemos posicionarnos en los mercados a fuerza de la incuestionable calidad de servicio que respalda el rigor de la Ciencia del Comportamiento, que nadie domina como nosotros, y en todo caso distanciarnos más si cabe del desempeño terapéutico que a todos por nuestra inoperancia informativa, se nos atribuye, y que desde las mismas instituciones colegiales se ha auspiciado casi en exclusiva hasta hace bien poco, muy dedicadas y con razón, a reivindicar su meritorio y más que acreditado quehacer, junto a la psiquiatría en el ámbito de la salud mental.
Es por otra parte entendible que, habiendo nacido el coaching en la cultura norteamericana tan orientada a la profesionalidad "líquida" –es fácil encontrar un Doctor en Filosofía impartiendo clases de Física Cuántica en una Universidad; de "primar los resultados sobre el proceso o su origen", especialmente si se logran éxitos –el management es muestra palpable de esa mentalidad tan pragmática; y de sufrir todos las constantes crisis económicas que desde finales del siglo pasado la globalización ha universalizado, muchos profesionales ajenos a la psicología han encontrado refugio en esta práctica a modo de "pseudo-psicólogos" para la que no se suele exigir titulación alguna, ni tan siquiera extra académica, ni membresía socialmente reconocida para ejercerla, aunque la hay suficientemente representativa con agrupaciones sostenidas por miles de miembros, que la constituyen a nivel internacional –la ICF, por ejemplo, la componen más de 26.000 acreditados.
Afortunadamente el cada vez más reconocido papel del psicólogo en nuestra sociedad y particularmente al utilizar en su habitual práctica de intervención en los ámbitos deportivo, educacional, organizacional-ejecutivo, social, sanitario y de desarrollo personal, algunos de los métodos que los autores de las distintas corrientes del Coaching han reformulado, optimizando así su sustancial desempeño y empujándole a posicionarse, como referente profesional del Coaching.
Dicho esto: ¿Acaso no es mayor garantía de servicio profesional hablar de psicología coaching para facilitar la auténtica mejorar del bienestar de las personas?