MADRID. Vaya por delante una confesión de parte: sí, el cambio climático existe. No de ahora, que es cuando parecen haberlo descubierto los concienciados de todas las causas; no, desde hace millones de años, desde que finalizaron las glaciaciones y se extinguieron casi todos los dinosaurios,porque aún queda alguno por ahí suelto, disfrazado de activista del postureo y las actitudes testimoniales, por eso mismo inútiles.
Dicho lo cual, el festolín de la Cumbre que se ha montado en Madrid para los próximos diez días es, como casi siempre ocurre con las cosas que se celebran porque sí, en un ejercicio más de buenismo que de rigor, ya un fracaso. Porque, oiga, no están ni China, ni Brasil, ni India, ni Estados Unidos, ni Rusia, que son los países con mayores tasas de contaminación, emisiones perniciosas y todo eso que parece que se está cargando el planeta de todos de la noche a la mañana.
Tenemos, eso sí, mucha imagen, mucha foto, mucha postura testimonial (y por eso mismo inútil, insisto). De repente, porque es lo que pinta, lo que mola, lo que te hace salir en los medios, también dedicados al mismo postureo, tenemos a Rossy de Palma, incontestable autoridad internacional en la materia,contándonos que la cosa está muy malita, porque sube el nivel del mar y la arena desaparece, y a ver dónde aparca ella la pinocha. O a los hermanos Roca, que han diseñado el menú que Pedro Sánchez va a ofrecer a los mandatarios internacionales, con platos que se llaman cosas tan inspiradoras y apetitosas como "Agua clara y agua sucia", "Variedades invasivas en una migración botánica incontrolada" o "mares calientes, comer desequilibrio"; que seguro que son obras maestras de la gastronomía,pero te lo cuentan antes de sentarte a la mesa y sales corriendo a un McDonalds.
Sin olvidar al gran impostor de la conciencia ecológica, el que se tiró a la piscina de organizar este sarao a mayor gloria propia (hasta pretendía que el Rey no estuviera en España, mandándolo a la toma de posesión del presidente de Argentina), el que utiliza a discreción contaminantérrimos aviones oficiales para irse a un concierto, o un helicóptero grande para acudir a una boda.
Yo no sé si el innegable cambio climático va a marcar mi vida mañana, por ejemplo (salvo que se ponga a nevar y no pueda honrar a San Francisco Javier en su castillo -cuando escribo esto aún no ha nevado y cuando usted lo lea ya habré estado en Navarra); o durante el próximo mes; o en los cuatro años venideros. De lo que estoy seguro es de que lo que sí va a influirnos, y mucho, a todos los españoles es que el felón dedique más interés testimonial a aparecer como líder omnímodo de la ecología y salvador del planeta, en lugar de procurar (procurarse) un gobierno estable, fiable y serio para España. Que sí, que posiblemente sea la hora del planeta. O a lo mejor ya no, o aún no. Pero es la hora de España y ese zangolotino nos la contamina con el humo de pajas del cambio climático. Para, encima, ponernos ahora todos a esperar a la niñata esa a la que le hemos asesinado entre todos la infancia. Verás como, al final, la culpa es de Rajoy.