MURCIA. Hace unos años una importante empresa lanzó una campaña publicitaria con el lema con el que he titulado este artículo. Se trataba, muy certeramente, de estimular el ansia de compra de sus productos apelando al ego, al yo rampante que campea en nuestra sociedad. Se trataba, en mi opinión, de que el que lo leyera pensase algo así como "yo no voy a ser menos que otros que están consumiendo esos productos".
A los que aprendimos empíricamente que los puestos más elevados, de mayor responsabilidad, estaban reservados para los mejores, es decir, para los más preparados por sus estudios, su aprendizaje, o los trabajos desarrollados, no podemos dejar de sorprendernos con la falta de humildad que exhiben muchos para ocupar determinados puestos. A todos nos vendrán numerosos ejemplos a la cabeza, como el caso paradigmático de nuestros políticos, algunos sentados en un escaño en el Congreso de los Diputados, incluso en el Consejo de Ministros. Basta escucharlos en sus intervenciones para constatar sus limitaciones.
"Como decía mi abuela: la ignorancia es muy atrevida"
Y yo me pregunto: ¿Cómo es posible una valoración tan elevada de las propias capacidades? ¿Acaso no son conscientes de su escasa o nula formación y falta de idoneidad para el puesto? ¿Por qué tienen esa percepción vanidosa, narcisista y ególatra de ellos mismos?
Estas preguntas pueden tener una rápida respuesta: la ambición de poder y dinero. Pero para mí que, además, falla la autopercepción que tenemos de nosotros mismos, de nuestra valía comparada con la de los demás.
Dicen que la inteligencia es el don que mejor repartió Dios entre los hombres, porque nadie piensa que le falte. Además, aquellos que más carecen de ella son, precisamente por su estulticia, son los que se tienen por más sabios y capaces. Como decía mi abuela: la ignorancia es muy atrevida.
Lejos quedaron, afortunadamente, aquellas aulas en las que sólo se transmitía conocimiento y la memoria era el valor supremo, con la derivada de la baja autoestima entre aquellos que se alejaban del canon del empollón. Sin embargo, hoy, el péndulo ha oscilado al lado contrario y el igualitarismo se ha impuesto en la docencia (no dejar a nadie atrás) y ha traído de la mano una menor exigencia en todos los niveles del sistema educativo, con el resultado de que la meritocracia (los méritos personales priman) ha sido sustituida por la, llamémosle, mediocrecracia (todos somos iguales, mediocres).
Así mismo, en el ámbito laboral, había algo que hoy suena como pasado de moda: la maestría. Tuvieses o no estudios, antes de que se te considerase apto para ejercer una profesión, debías superar un período junto con profesionales que, en el día a día de su trabajo, te enseñaban con su ejemplo y sus consejos. Nada más lejos de la realidad actual en la que cualquier título o titulillo hace creer al que lo ostenta que ya está capacitado para ejercer una profesión, como si la experiencia no fuese la que realmente pone en valor los conocimientos adquiridos previamente.
Actualmente nos encontramos con una plétora de titulados formados, o mejor dicho, deformados, en un sistema educativo basado en la cultura del poco esfuerzo y falso igualitarismo, en el que muchos se creen "divinos de la muerte", aunque carezcan de los recursos mentales y las aptitudes mínimas para el ejercicio de cualquier profesión.
Por otra parte, para mí que el relativismo imperante en nuestra sociedad ha calado hondo y, al cuestionar las verdades objetivas, induce a que cada cual puede tener su verdad (su mentira), provocando la pérdida de los valores superiores. Y puesto que todo tiene el mismo valor, que nada es mejor objetivamente, traducido al ámbito que nos ocupa, yo soy tan bueno como cualquiera para desempeñar cualquier puesto de trabajo.
Curiosamente, este subidón generalizado de autoestima se produce al mismo tiempo que asistimos a una disminución del cociente intelectual medio en los últimos años y a un menor nivel formativo. Tal vez la clave esté en estas relaciones inversas, por aquello de que nuestra valía no es absoluta, sino que está referenciada a la de los que nos rodean. Y en el mundo actual, en el que se repite hasta la saciedad la palabra "excelencia", ésta escasea como nunca.
En fin, que mucha gente, demasiada, sobre todo entre las últimas generaciones, aunque no es un mal exclusivo de los jóvenes, se sobrevalora para ocupar este o aquel puesto de trabajo, sin confrontar sinceramente sus capacidades con las necesidades del puesto.
Nadie se ve incapaz para ocupar un buen puesto, faltaría más. Porque yo lo valgo.