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tribuna libre / OPINIÓN

Políticos borrachos y la cuestión de Crimea

Foto: Roni Rekomaa/Lehtikuva/dpa
25/08/2022 - 

MURCIA. Cierta interpretación de las imágenes de la primera ministra finlandesa pasándoselo bien con sus amigos, o bailando con un rapero, ha sido que ha tomado la decisión de meter a su país en la OTAN porque es una adúltera, alcohólica y drogadicta. Esta idea se ha podido expresar de forma más o menos directa o indirecta, inocentemente o fingiéndose imbécil, pero es lo que se ha querido trasladar. Concretamente, desde Moscú y a través de sus redes de colaboradores voluntarios e involuntarios de extrema derecha y de extrema izquierda. Evidentemente, nadie en plena posesión de sus facultades mentales y medianamente informado puede tragarse semejante idea, pero los extremismos no se nutren de esos perfiles.

Da igual que en Finlandia, si hay alguna polémica, esté relacionada con la disponibilidad de la primera ministra para asuntos de urgencia. Podría ser, opinan en sus medios, el hundimiento de un ferry, cualquier tragedia, o una invasión como la que desencadenó Rusia en Ucrania la madrugada del pasado 24 de febrero. Por lo que no le echan en cara que beba con sus amigos, seguro, es por el ingreso en la OTAN, que fue respaldado en el Parlamento por 188 a 8 votos.

Sin embargo, a ese público tan especial que tiene la propaganda rusa y la extrema derecha y su posición supuestamente antagónica, el mensaje de que es ninfómana, cocainómana y alcohólica pretende dibujarle un Occidente decadente, entregado al vicio y la perdición, que cegado por la embriaguez acaba situándose del lado de la OTAN. Una línea reaccionaria que no desentonaría en el Congreso Nacional de Moralidad en Playas, Piscinas y Márgenes de Ríos que se celebró en Valencia en 1951.

Esta invectiva es bien curiosa, porque es ampliamente conocido que una de las causas de la invasión de Ucrania ha sido el problema de Crimea. ¿Qué hacía la rusísima Crimea en Ucrania en lugar de en Rusia?

Foto: Pavlo Gonchar/SOPA Images

Antes de que se produjera la agresión, los académicos especializados en este campo avisaban de que el interés de Moscú podría estar en ocupar una franja que le permitiera tener mejor acceso a la península, que se encontraba casi aislada, con problemas de suministro eléctrico y sin agua, pues se la habían cortado después de la anexión. Una conquista que se había iniciado en 2014 ante la indiferencia general más o menos encubierta.

La situación actual lo confirma, no se habría llegado a ella si hubiese habido determinación desde el principio con un atropello que contraviene el derecho internacional. La cuestión es que entre las muchas formas de no afrontar el problema de que un país se anexione el territorio de otro por la fuerza, porque no venía bien en ese momento, se justificaba con la explicación de que Crimea era Rusia de toda la vida y que si se encontraba en Ucrania era por accidente.

Como es conocido, Crimea fue incorporada al estado ucraniano dentro de la URSS por Nikita Jruschov. ¿Estaría borracho? Esa ha sido la forma llana de zanjar el tema. Sobre todo porque cuando se consagró ese regalo, cuando se independizó Rusia de la URSS en connivencia con el presidente ucraniano en 1991, el líder que capitaneó estos a primera vista incoherentes y absolutamente impredecibles pasos era Yeltsin, a quien le precede también la fama con la botella. Era natural, por tanto, que años después los rusos quisieran recuperar lo que era suyo y que habrían perdido por borracheras de unos y otros. Qué le vamos a hacer.  Los motivos de la segunda fase de la cesión son también de sobra conocidos, derrotar a Gorbachov y arrebatarle el poder. El precio a pagar fue la desintegración de la URSS, eso que ahora se intenta recomponer invocando que esos estados no tienen derecho a existir y que sus nacionalidades son inventos. Eso en cuanto a Yeltsin.

Lo de Jruschov, no obstante, es más difícil descifrarlo. Si acudimos a la biografía de William Taubman del líder soviético, veremos que antes incluso de llegar al poder, en 1944, ya le solicitó a Stalin que cediera Crimea porque Ucrania estaba en ruinas y merecía "algo a cambio". En sus propias memorias, para explicar el error de no haber dejado entrar a especialistas extranjeros a instalar una fábrica en Crimea, escribió que no había zonas prohibidas ni secretos militares en ese territorio. La única excepción, las bases de submarinos, pero eran "de muy poca importancia". Seguía: "En nuestra concepción estratégica no se asigna ningún papel significativo al Mar Negro, los militares se refieren a él con desdén como 'un charco'. Los misiles pasan sobre él y los aviones se entrecruzan desde todas las direcciones, sería virtualmente imposible para los barcos sobrevivir allí".

En un artículo publicado en un dossier del Wilson Center, se destacó que la entrega de Crimea se certificó con un texto "anodino" en las actas de la reunión del Soviet Supremo https://digitalarchive.wilsoncenter.org/document/119638. En documentos desclasificados años después tampoco trascendió nada relevante de la motivación. Era, simplemente, un "noble acto por parte del pueblo ruso" para conmemorar el 300 aniversario de la reunificación de Ucrania con Rusia, en referencia al Tratado de Pereyaslav de 1654, y "evidenciar la confianza y el amor ilimitados que el pueblo ruso siente hacia el pueblo ucraniano".

Putin, en el octavo aniversario de la anexión de Crimea. Foto: Kremlin/dpa

Es más, la decisión no se discutió. En Autopsy for an Empire, del historiador ruso Dmitri Volkogonov, se revela que el debate sobre la medida y su aprobación no llevó más de quince minutos, aunque Sebastopol, Odesa, Jersón y Nikolaev eran los símbolos del poder y la gloria del imperio ruso. En la ceremonia de entrega, Nikolái Shvérnik, presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS, dijo: "la transferencia de una región tan importante, rica en recursos minerales, con una industria desarrollada y valiosos activos terapéuticos naturales, solo podría hacerse en las condiciones de nuestro país socialista". Otro cercano colaborador de Jruschov, Otto Kuusinen, reconoció: "Solo en nuestro país es posible que un pueblo tan grande como el pueblo ruso entregue magnánimamente y sin vacilación alguna una de sus provincias más ricas a otro pueblo hermano". La noticia, sin embargo, pasó sin pena ni gloria en Ucrania.

Años después, con la desintegración de ese "magnánimo" estado socialista, empezó la polémica. En la revista académica Debatte, sobre Europa Central y del Este, se explicó en un artículo que la población rusa tampoco cuestionó nunca este "regalo" porque dentro de la URSS sentían Crimea como propia, pero la historia de que Jruschov estaba borracho, de comentario popular fue elevado a estrategia política cuando, en 1992, Aleksandr Rutskói, vicepresidente de Rusia, actualmente en el partido Patriotas de Rusia, pronunció allí un discurso en el que dijo: "en 1954, tal vez bajo la influencia de la resaca o de un golpe de calor, estos documentos fueron firmados, lo siento, pero esos documentos no niegan la historia de Crimea". Veinte años después, hemos tenido la respuesta que siguió a este planteamiento del gobierno ruso.

Del mismo modo, si hay que poner todo en claro, si perseveramos buscando en la Historia los motivos de la cesión, también encontramos respuestas, hipótesis de intenciones más prosaicas y menos fraternas. Volviendo al artículo del Wilson Center, en él Mark Kramer explica que, previamente, Stalin había deportado a los tártaros de Crimea. Esta población fue suplantada con rusos, de manera que la demografía de la península estaba ampliamente dominada por población rusa y la segunda minoría eran ucranianos, que no llegaban al 20%. De tal manera que la entrega de Crimea al estado ucraniano suponía una inyección de 860.000 rusos que se unirían a la numerosa minoría rusa que ya habitaba en él. Era una forma de fortalecer el control de Moscú sobre Kiev.

Vuelta la burra al trigo.

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