COMO AYER / OPINIÓN

Playas vírgenes a la vuelta de la esquina (con aromas a mar y a gasolina)

18/07/2020 - 

El pasado fin de semana se puso en marcha el novedoso autobús gratuito para acceder a las playas pinatarenses de La Llana y Torre Derribada, a un lado y otro del puerto de San Pedro, una vez que quede cubierto el aforo máximo de vehículos establecido.

Novedoso en el Parque Regional de las Salinas y Arenales, porque en otros espacios sensibles de nuestro litoral, la necesidad de hacer compatible con el uso turístico el cuidado del entorno obligó ya en su momento a adoptar este tipo de cautelas.

La presión humana sobre estos lugares ha ido creciendo conforme lo hacía el número de usuarios de los mismos, y por más que afirmáramos hace una semana que lo del veraneo era cosa bien antigua, lo cierto es que hasta hace relativamente poco tiempo ni eran tantos los que se lo permitían, ni siquiera en la modalidad domingueril, ni eran visitados por la marea humana absolutamente todos los rincones de la costa.

Y es en este punto donde se pueden traer a colación los recuerdos personales, porque fue mi familia, en los primeros años 70 del siglo pasado, usuaria casi exclusiva de la hoy aforada playa de La Llana. Un territorio virgen, un paraíso para el baño a la vuelta de unos pocos kilómetros, que podían ser cubiertos, sin gran esfuerzo, a golpe de pedal.

Existía entonces un desguace de barcos en la explanada que separaba la carretera de acceso desde el Pinatar al viejo puerto pesquero y el rudimentario embarcadero de madera que se adentraba en el mar a la altura de La Salinera, donde hoy se encuentra el acceso a la playa, propiamente dicha. Y de allí en adelante no había otra cosa que una interminable y desierta playa de dunas que se perdía de vista en dirección a Las Encañizadas y La Manga.

Fue pocos años más tarde de nuestro feliz hallazgo, en el mes de junio de 1974 (aunque pronto pasó a julio), cuando se instauró, en la zona más alejada del puerto, la prueba motociclista sobre arena denominada I Trofeo La Llana. Lo que hoy se nos antoja inconcebible, entonces se tuvo por estupendo acontecimiento de rango nacional.

Habilitado sobre las dunas un circuito de 1.200 metros marcado por neumáticos de camión, (suma y sigue), se estableció una cuota de inscripción de 350 pesetas, y se fijó un programa con tres pruebas: hasta 75 centímetros cúbicos; hasta 250; y a partir de 250, con sus correspondientes premios en metálico y trofeos para los cuatro primeros clasificados.

Daban los motociclistas 25 vueltas al circuito, y a la segunda edición, un año más tarde, concurrieron 80 esforzados concursantes, dispuestos a acreditar sus habilidades para rodar sobre arena de playa a base de quemar gasolina, aceite y goma, de mantener el equilibrio sobre tan irregular terreno y de armar, claro está, un ruido infernal en aquél oasis de paz.

Pero, como indicaba antes, eran otros tiempos y otras sensibilidades, y la prueba, en su edición de 1984, se anunciaba ya con la presencia de figuras internacionales como Arcarons, Toni y Jordi Elías, Colomina, Mas (que resultó vencedor) o Barragán. Sin embargo, fue la última, porque llegó la declaración de todo aquél espacio como reserva natural protegida, en 1985, y en 1992 la de Parque Regional, y se acabaron las carreras de motocross, tan singulares como inapropiadas.

Fue, precisamente, la prueba motociclista lo que despertó el interés por aquellas playas y el proyecto de habilitar un acceso para automóviles desde Lo Pagán por la Mota. La compañía explotadora de Las Salinas colocó por su cuenta una gran piedra (la recuerdo bien) en el Molino de la Ezequiela, que resultó inamovible pese al empeño de la Asociación de Propietarios de Lo Pagán por contar con un cómodo y rápido modo de llegar en coche hasta las playas del Mediterráneo.

En 1982 hasta se habló de números, y el alcalde de la época, en contacto con el Ministerio de Obras Públicas, se refirió a una obra que costaría 110 millones de pesetas, para trazar “una carretera de doble vía de circulación, que fuese desde El Molino hasta La Llana; con una anchura de cuatro metros, y todo el trayecto con alumbrado, para que quedase mejor”.

Lo cierto es que llegó la protección, más o menos efectiva, de lo que hoy se conoce como Parque de Las Salinas y Arenales y con ella se frustraron proyectos inquietantes y actividades poco adecuadas. En el verano de 1986, un grupo de estudiantes españoles y de otras nacionalidades estuvieron trabajando en la recuperación del Coto de las Salinas, Cuatro monitores enseñaron a dos grupos de una veintena de integrantes, uno por cada quincena agosteña, a limpiar el pinar del Cotorrillo, a podar palmeras y a retirar rastrojos.

También se dedicaron a la observación de la rica y diversa fauna de la zona. Y, desde luego, a la retirada de los 1.800 neumáticos abandonados que, hasta muy poco antes, habían dado forma al circuito donde se desarrolló la llamativa prueba motociclista de La Llana.

José Emilio Rubio es periodista