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Pilar G. Almansa: "España podría ser una potencia mundial en espectáculos de teatro en calle"

16/08/2020 - 

MURCIA. Encontramos a Pilar G. Almansa entre Mérida y Córdoba. La directora de teatro, productora, dramaturga y docente está disfrutando de unos días de vacaciones después de haber estrenado en el festival de teatro clásico La comedia de la cestita, una versión libre del texto original de Plauto. El de Mérida es uno de los eventos que, pese a todo, contra todo, ha mantenido el telón en lo alto. "Estuve hablando con Jesús Cimarro (director del festival) y me dijo, creo que con buen tino, que si no se hubieran celebrado los festivales de verano, entre ellos el de Mérida, seguramente los teatros estarían cerrados hasta 2021", sostiene. Septiembre, como tantos otros planes, se conjuga en futuro incierto. "Hay gente a la que no la va a matar el COVID, sino el desahucio", dictamina Almansa.

Por otra parte, en Mauthausen. La voz de mi abuelo, obra que dirigió y escribió la dramaturga -y que se pudo ver en Murcia a prinicpios de año-, se vale del testimonio real de Manuel Díaz, superviviente del campo de concentración nazi de Mauthausen, para articular un relato que cuenta en primera persona su propia nieta, la actriz Inma González. Y lo hace con un optimismo que, de la misma forma que contaba en su día La vida es bella, advierte sobre la necesidad de envolverse en el humor para sobrevivir. Con la supervivencia, precisamente, de las artes escénicas en el horizonte, arrancamos nuestra charla con Pilar G. Almansa.

-¿Qué retos tiene enfrentarse a un tema tan duro como el de los campos de concentración nazi y, al mismo tiempo, insuflarle cierto tono optimista, como sucede en MAUTHAUSEN. La voz de mi abuelo?
-Cuando afronté la obra, junto a Inma [González], teníamos varios retos. Originalmente, partíamos de la idea de que la obra fuera para una campaña escolar, para adolescentes. Mi objetivo, todo el rato, era ser muy precisa con los detalles: intentar transmitir muy bien en qué consistía ese día a día de un campo de concentración.

Y, paradójicamente, cuando te metes en esa cotidianidad, en ese día a día, el horror y la tragedia dejan de serlo tanto. "Me levanto, voy a la cantera, saco piedra, salgo de la cantera, me como una patata podrida, vuelvo a la cantera…". De cerca el horror no es tan horroroso. Creo que es más fácil ser positivo en el momento a momento. De hecho, creo —por lo que contaba el abuelo de Inma en las cintas a partir de las cuales nos documentamos— que la gente que cogía mucha perspectiva en Mauthausen, se hundía.

El reto, por tanto, era pegarse mucho a lo cotidiano para transmitirlo lo mejor posible. Y ahí es precisamente donde pudimos encontrar el humor. La obra no es un chiste sobre la guerra, sino sobre gente viviendo su vida, su día a día. La gente de los campos de refugiados no está llorando todo el día. No pueden. Y, si de repente alguien se escurre con una monda de plátano —por decir algo muy básico—, y estás en un campo de refugiados, te ríes igual que si no estuvieras allí.

-Tu obra Pacto de estado anticipó el 15M. ¿Trabajas en algo que nos pueda preparar para el incierto futuro que tenemos delante? ¿Algo que pueda ser premonitorio de lo que está por llegar?
-Pues… no me gusta hablar de las cosas cuando las estoy escribiendo. El concepto de distopía es algo que tengo bastante presente, aunque sea desde la comicidad —Pacto de estado era una farsa—. Hay algo sobre lo que llevo pensando un tiempo. No es una pandemia, pero reconozco que lo que ha sucedido me ha "pisado" un poco [ríe]. Pero insisto, no era una pandemia, que quede claro que no tengo una bola de cristal… pero sí iba en la línea del tema  catástrofes, de cómo podríamos vernos dentro de un par de décadas con respecto a lo que estamos viviendo ahora.

-La realidad supera la ficción.
-Ya te digo. Tengo una obra, que se llama Neocracia, que va sobre un referéndum por el cual se está intentando establecer que las redes sociales se conviertan en el cuarto poder. Desaparecerían las votaciones físicas y se haría todo mediante procesos digitales. En función de tu perfil social, tendrías una cuota de decisión local, autonómica, nacional…

Recuerdo que, en esta vorágine de elecciones que hemos tenido, se empezó a hablar sobre ello, sobre las elecciones digitales, porque en realidad es un gasto en papel mayúsculo. Y lo digo sin tapujos: estoy en contra de las elecciones digitales, porque la posibilidad de manipulación, que es de lo que hablo en la obra… es incontrolable. En físico, es mucho más difícil. En una de estas elecciones fui presidenta de mesa y manipular ahí es muy complicado: somos tantos contando; apoderados de un partido, de otro… Es un sistema complicadísimo, pero más garantista.

Cuando empezaron a decir lo de las elecciones digitales [ríe], yo estaba de: "No, no, no vayáis por ahí…", porque, como vayamos por ese camino, no digo que la democracia se perdiera, pero desde mi punto de vista la ciudadanía no tendría mecanismos de control. 

-¿Por qué te interesan las distopías?
-Me parecen interesantes por varios motivos. Me parece que, en general, la ciencia ficción es el género más político que existe porque es el que único que te permite hacer una reflexión sobre la sociedad en conjunto. El "sí mágico" de Stanislavsky para el actor, su método de interpretación, dice algo así: "¿Y si mi padre hubiera muerto a manos de mi tío y luego mi tío se hubiera casado con mi madre?". Ese es el "sí mágico"; y, en las distopías o en la ciencia ficción, es un "sí mágico" de la sociedad entera. "¿Y si las redes sociales se convirtieran en…?". Y empiezas a pensar en todas las implicaciones que eso entraña. Es un género con una carga política muy potente. Y creo, además, que en el mundo en el que estamos, tan rápido, nos hace falta mucha ciencia ficción para pensar hacia donde nos llevan los caminos que estamos tomando. La ciencia ficción puede funcionar como un predictor de la ciencia, como en el caso de Julio Verne; o como un predictor social, como lo que te acabo de decir.

A mí Gattaca, por ejemplo, me encanta: ¿a dónde nos lleva la eugenesia? A una división de clases desde la propia genética. Me parece que la ciencia ficción o la distopía es interesante por esto, y también porque es el único género, en mi opinión, que apela al espectador contemporáneo. La épica y la tragedia ahora mismo solo se pueden encontrar ahí, en la ciencia ficción. Por eso me gusta.

-En un artículo explorabas si la precariedad es una chispa para la creatividad o un lastre para la experimentación. Ahora, parece indudable, va a haber una gran precarización del sector. ¿Hacia qué lado crees que se va a inclinar la balanza?
-La respuesta completamente sincera es que no lo sé. La aventurada y osada es que creo que esta pandemia ha sido un revulsivo. Yo he visto comportamientos que no había visto nunca dentro el sector. Voluntades que no había visto jamás. Donde creo que necesitamos innovar en escénicas es en formatos.

En la primera crisis de 2008, se intentó reducir el riesgo de la falta de público. Para ello, se multiplicaron la cantidad de espectáculos ofrecidos y se redujo el aforo. Había espacios donde había lleno durante semanas; pero porque el aforo era quizá de 30 personas. Creo que ese modelo ya lo hemos explorado y a nivel artístico puede ser de interés en muchos aspectos. Sin embargo, a nivel económico no nos conduce a la supervivencia.

Las escénicas tienen que ponerse a mirar formatos, modelos; a descubrir cómo nos relacionamos con el espectador. La necesidad de la copresencia: las ganas de vivir eventos y acontecimientos juntos tras haber estado encerrados, por ejemplo. Tenemos que pensar sobre todo esto. ¿Ocurrirá? No lo sé. Hay una serie de agentes culturales que son los que tienen la sartén por el mango y son los que tienen que dar un paso al frente para que esto ocurra, para que esto tenga soporte y visibilidad y pueda tener recorrido. Pero creo que sí, que hay que buscar en el formato.

-Lo que pasa es que suele haber reticencia al cambio. Y esas producciones, quizá más independientes, que quieran apostar por innovar o hacer nuevos formatos puede que no lo tengan precisamente fácil en el escenario que se vislumbra ahora…
-Posiblemente lo tengan más difícil. Cuando hablo de formato, hablo de una forma de presentación. Si cojo y me siento en un espectáculo donde el público está en grada, me da igual ver una de Angélica Liddell que una ópera. El formato es el mismo: llego, me siento y lo que ocurre está delante. Ese formato ya lo conocemos: tenemos que romperlo. Y explorar otros. Y no para para matar el formato anterior, sino para encontrar otros.

¿El sector es conservador? Creo que sí. Y los recursos no van destinados a la misma gente, pero sí al mismo tipo de producto. A ver si ahora, con la pandemia, que parece que todo el mundo está más receptivo, se pueden abrir determinadas puertas y se puede innovar en este sentido.

-Imagino que también va en la línea de tu obra Banqueros vs. Zombis, un espectáculo de realidad mixta con dramaturgia interactiva que dirigiste. ¿Van por aquí esos nuevos formatos?
-Sí, es una de las líneas que hay que trabajar: cómo se puede trabajar la interactividad, la inmersividad… cómo podemos incluir la tecnología dentro de todo esto. Es complicado, porque la tecnología tiene un coste que no suele ser asumible por las escénicas, pero se pueden hacer muchas otras cosas, no solo a ese nivel, sino también por ejemplo en cuanto a espacios.

Yo viví en Londres —me da un poco de vértigo decirlo porque han pasado ya muchos años desde entonces—, pero allí, hace 20 años, no era difícil transformar lugares no teatrales en teatrales y hacer una obra, por ejemplo, en un edificio abandonado. Coges tu compañía, te vas a ese edificio que era una fábrica, y con la ayuda del ayuntamiento durante 9 meses exhibes en ese espacio. Y, cuando te vas, sigue siendo un edificio abandonado. Aquí, en España, tienes que generar espacio teatral, la dotación… Es verdad que no tuvimos la revolución industrial inglesa y quizá no tenemos esos sitios en el centro de la ciudad, pero igualmente se podrían hacer muchas actuaciones en la calle. España podría ser una potencia mundial en espectáculos de teatro, de circo, en calle por el clima. Todo el verano lleno de diversos tipos de espectáculos de calle.

Es cierto que conseguir un permiso para ello depende mucho de la ciudad y puede ser complicado, pero es un formato que podría ser muy interesante. Sin embargo, se está coartando, porque para eso tiene que haber una infraestructura administrativa y económica que comparta esa visión.

-Precisamente, tú eres pionera en el uso de tecnologías interactivas en teatro. Es una postura que no siempre se defiende por parte del sector, de hecho, muchas personas opinan que puede ser un peligro para la creación. ¿Qué crees que aporta a las artes escénicas? ¿Por qué, en tu caso, estás a favor?
-Creo que es interesante por varias cosas. Primero: el teatro es uno de los pocos medios artísticos que se puede permitir incluir nuevos medios sin perder su esencia. El teatro ha incluido todos los avances tecnológicos que han ocurrido en sus épocas: la implantación de conductos de gas para la iluminación; más adelante la electricidad; los audiovisuales… Y no hablo de los años 70: esto ya lo hizo Piscator en la segunda década del siglo pasado. El teatro ha ido incluyendo todas las innovaciones tecnológicas de su época.

Y ahora —tendría que estudiar un poco más para entender por qué—, parece que cuesta incluir las tecnologías interactivas en un sentido amplio, desde dispositivos móviles hasta gafas de realidad mixta. Cuesta. Evidentemente, hay un factor económico en el que hay que pensar, pero creo que es interesante por la dinámica del teatro: porque el teatro incluye.

La posibilidad de interactuar con el mensaje que estamos recibiendo es algo que ahora forma parte de nuestra vida cotidiana. Casi siempre ha sido unidireccional, pero ahora podemos interactuar. En programas como Operación Triunfo, donde participas para elegir al ganador; o juegos como el Fortnite, donde interactúas con otra gente que también está jugando. Si el teatro es un acto de comunicación no puede sustraerse, no puede desligarse, de las dinámicas de comunicación mainstream o predominantes de la época en la que se hace. Las tiene que incorporar. Vivimos en una época en la que tenemos redes sociales; participamos; expresamos nuestra opción; tenemos la capacidad de tener la atención dividida entre mantener una conversación y responder a un mensaje de WhatsApp. Somos bimediales: podemos estar en dos medios en un periodo corto de tiempo y mantener atenciones paralelas.

Eso el teatro lo tiene que poder incorporar para no perder el ritmo de lo que ocurre en la sociedad. Y hay que hacer un esfuerzo y ver que no se puede hacer de cualquier manera. Cuando mejor se está empastando la tecnología de emisión de imágenes con el escenario es ahora porque está desarrollada a un punto que permite proyectar sobre un sitio pequeño; porque hay color… Quizá nosotros en nuestra generación no consigamos empastarlo del todo, pero las que vienen sí creo que lo tendrán que hacer.

-Especialmente porque la edad media de asistencia al teatro es elevada. Y, si se quiere atraer a las nuevas generaciones, no resulta descabellado que haya que hablar en su mismo idioma y ajustarse a lo que sucede hoy en día, ¿no?
-Tal cual. Es lo que más me motiva de trabajar en esta línea. Me he hecho adulta y veo que la gente que va al teatro es la misma que asistía cuando yo era joven. Miras hacia un lado y hacia otro y te preguntas qué pasa. Porque algo está pasando aquí. Y, aunque yo no sea millennial, lo que me motiva para trabajar con las nuevas tecnologías es literalmente lo que acabas de decir. Literalmente.

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