Enric Juliana se acuerda mucho de los mapas en sus artículos, es partidario de no perder nunca el norte en cartografía política a la hora de analizar las situaciones. En España llevamos tiempo con la brújula averiada dando vueltas en el mismo sentido topándonos de bruces con los mismos puntos de referencia. Escuchaba una tertulia televisiva posterior a los resultados electorales de las europeas y había un extraño consenso entre los tertulianos: todos coincidían en que la derecha había ganado de forma holgada las elecciones, que la suma de las formaciones conservadoras vapulearon a las izquierdas. Estaban midiendo el escrutinio con el viejo patrón oro con el que se pesaba el obsoleto equilibrio de fuerzas. Son muchos los que siguen sin asumir el cambio de paradigma que aglutina a todos los partidos periféricos en el lado zurdo de la partida; sólo así se explica el matrimonio electoral entre Coalición Canaria y el PNV. Analizando los resultados con el prisma actual, aglutinando la ambivalencia de la correlación de fuerzas, no hay tanto margen entre los porcentajes finales; los socios de Sánchez siguen sumando más escaños que los demás.
No alcanzo a entender qué celebran en el Partido Popular. Ensimismados por el embrujo de la circunscripción única de los comicios del pasado domingo ya se ven vencedores en una hipotética repetición electoral. No comprendo esas ventilaciones porque no sólo no han comido terreno a Vox, sino que tras la cita europea ha surgido otra opción más a su derecha: Se acabó la Fiesta. La formación de Alvise Pérez dista mucho de ser flor de un día y tras superar el escuálido umbral comunitario tiene opciones serias de conseguir representación en las siguientes elecciones generales; posible incursión nacional que dividirá todavía más el voto de la derecha bajo los parámetros de la ley D'Hont. La fiesta sólo acaba de empezar. Celebración que durará un largo tiempo en Ferraz, saben que el resultado bruselense no es extrapolable en términos directos a los votos que se cosechen en las generales, saben que el socialismo gobernará en la Comisión y que Teresa Ribera mantiene intactas sus opciones de ser gerifalte europea. El PSOE sale casi ileso de la votación transnacional pese a la aprobación de la ley de amnistía y el capricho del destino demoscópico ha hecho crecer otra cabeza a la hidra de la extrema derecha.
Mientras los recuerdos de un gobierno conservador empiezan a oler a naftalina, no por las en ocasiones disparatadas ideas de Vox, sino porque un gobierno del PP a nivel nacional será un relato de un tiempo pasado que fue mejor para su recuerdo húmedo, ellos humedecen sus labios con cerveza celebrando los pírricos resultados en Bruselas. Un allegado me escribió la noche electoral y mientras me aseguraba que había votado a la izquierda para aplacar a la extrema derecha, me confesaba que de tener un gato le pondría de nombre Alvise por los servicios prestados a la causa progresista. Precisamente Alberto Núñez Feijóo y compañía se niegan a poner el cascabel al gato de que es lo que piensa hacer para gobernar. No me dejo de acordar de una frase escrita por Salvador Sostres en la que decía que siempre que le entraba prisas a la derecha por gobernar no salía del purgatorio de la oposición. Asistimos incesantemente a los continuos rictus ansiosos del PP por hacerse con el Ejecutivo. Por más presión que mete parece que no le termina de llegar, es incapaz, como me confesó Jaime Mayor Oreja en el podcast, de conformar un proyecto para España; si los populares tuviesen un plan su liderazgo resaltaría por encima de todos y no habría nacido ningún hijo bastardo.
A diferencia de la derecha, con el gatillazo de Izquierda Española, el PSOE se asegura el control de sus flancos ideológicos mientras las excitaciones por hacerse con el poder de PP y Vox mantendrán a raya el centro a la par que termina de socavar a Sumar (Podemos se ha salvado gracias al sistema electoral específico de las comunitarias). Mientras Pedro Sánchez va afianzando el progresismo hacia su lado, Alberto Núñez Feijóo ha agitado la reunificación con sus agitadamente esperpénticas campañas electorales.
Que no les extrañe que el presidente del Gobierno aproveche la buena salud del monstruo conservador para adelantar elecciones a principios de 2025. Aprovecharía el auge de Alvise Pérez dándole tiempo para conformar una candidatura con opciones para las generales y daría el golpe de gracia a Carles Puigdemont a sabiendas de que la amnistía no se aplicará por los jueces y Europa la va a echar para atrás.
La próxima carta de Pedro Sánchez será para Alvise.