MURCIA. Sin ánimo de ahondar en el ecoalarmismo reinante, que ha tenido estos días en Madrid su epicentro con motivo de la Cumbre del Clima (COP25), es preciso añadir que, junto a la deriva neomarxista que traté en mi artículo anterior, la causa medioambiental de hoy está marcada también por un marcado posicionamiento maltusiano sobre el que habría que reflexionar y al que, por supuesto, corresponde criticar.
Resulta del todo paradójico que el discurso predominante del ecologismo actual, personificado por figuras mesiánicas como Greta Thunberg y de aparente novedad cuasi-revolucionaria, esté asentado sobre planteamientos de hace doscientos años. No cabe duda de que los postulados de Malthus se hallan en el trasfondo de argumentos como “la gente sufre, la gente muere, ecosistemas enteros están colapsando, estamos al inicio de una extinción masiva”, etc. Todo esto lo pronunció Greta en la Cumbre del Clima de Naciones Unidas de Nueva York hace unos meses; un mensaje idéntico al que están coreando una amplia mayoría de los participantes en la COP25. Todo ello va en línea con lo que Malthus escribió en su Ensayo sobre el principio de la población (1798), en el que señalaba que los alimentos crecerían más despacio que la población y que, si no se establecía algún tipo de control, la hambruna causaría estragos a nivel global. En el mismo sentido, Paul Ehrlich predijo hace medio siglo, en The population bomb (1968), que “en los años setenta, cientos de millones de personas morirían de hambre irremediablemente”. Como puede comprobarse, su puntería en la predicción es similar a la de Al Gore, cuando anunciaba el apocalipsis hace más de una década. Porque aquí seguimos, igual que él, quien se autodenomina el “mayor fan de Greta Thunberg” y, sorprendentemente, sha seguido siendo escuchado y hasta venerado estos días en Madrid.
Ahora bien, existe la posibilidad de que este tipo de pronósticos fatalistas haya fallado únicamente en cuanto al factor tiempo, por lo que procede velar por la sostenibilidad del medioambiente. Lo que no resulta de recibo es hacerlo desde una perspectiva antiliberal, marcada por un profundo intervencionismo, del que muchos se lucran: ya habría de ser evidente para todos que hay más gente que vive gracias a la alarma ecologista que personas dedicadas a paliar su crítica situación. Un empeño loable pero que no conviene acometer desde postulados maltusianos, al haber sido estos repetidamente refutados.
Pese a ello, la consideración de la especie humana como un parásito del planeta se halla muy extendida. No es casualidad que la película más taquillera hasta la fecha, Los Vengadores: Endgame, así como su predecesora de Marvel, traten de forma específica la cuestión de la sobrepoblación y la necesidad de controlarla (vía exterminio) para lograr la sostenibilidad a largo plazo.
En definitiva, el ecologismo actual presenta una deriva (o degeneración) muy preocupante, tanto por la ideología que lo fagocita (neomarxismo), como por unas presunciones de partida completamente erróneas (maltusianismo). Esta es la tónica dominante; el idioma y los usos que siguen quienes elaboran las políticas públicas y toman las decisiones por las que se rigen los Estados. O, al menos, una parte de estos, pues no olvidemos que hay amplias regiones del planeta que quieren alcanzar niveles de desarrollo económico y progreso social como el que existe en la Suecia natal de la famosa activista climática, como se encargó de señalar Putin hace unos meses. Luego, por supuesto, está China, que mira a los líderes mundiales reunidos en Madrid (con notables ausencias, todo sea dicho) y ríe. Quizá la Tragedia de los Comunes de Hardin afectará a todos más temprano que tarde, pero, mientras otros deliberan, China avanza.
Juan Ángel Soto es director de Civismo