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Esto también va de ética

Cuando se niega el rescate a la asignatura de Ética, el Gobierno español promueve su plan contra las noticias falsas. Sin menospreciar la necesidad y el alcance de este tipo de medidas, la contradicción de recortar en Filosofía y apretar en vigilancia informativa resulta un equilibrio tan difícil como lo es detectar el fraude científico

18/11/2020 - 

MURCIA. Si hay una muletilla que resuena desde que estallara la crisis del coronavirus hace ocho meses, “más importante que nunca” es la que se lleva la palma. La fórmula suele sazonar a toda debilidad o necesidad pendientes que arrastraba ya la era prepandemia. La expresión sirve tanto para la vacuna contra la gripe o la transición energética como para el consenso de los miembros del Botànic, la comida para llevar o los servicios a domicilio. Y más importante que nunca, después de una semana marcada por el anuncio de la vacuna anticovid que ha convertido en profeta a Bill Gates, es la ética en la ciencia. 

Así lo proponía a finales de octubre el Comité de Ética del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que preside el genetista y divulgador Lluís Montoliu, activo promotor en redes sociales de las candidaturas fallidas a los laureles del Nobel del alicantino Francis Mojica por su decisiva contribución al corta-pega genético CRISPR, haciendo un llamamiento a que a los científicos afronten su trabajo con responsabilidad ética e integridad, en particular en todo lo relacionado con la covid-19. 

Aunque a algunos solo les sugiera los límites de la inteligencia artificial y los algoritmos aplicados a la cuenta bancaria, la combinación ética e investigación ha nutrido a lo largo de la historia buena parte de los debates de la ciencia y su literatura colindante. Ya lo decía un tótem del existencialismo científico como Karl Jaspers, la ciencia es el primer escalón de la filosofía. De vivir la actual pandemia, el psiquiatra y filósofo alemán sacaría a los paladines de la nueva normalidad su teoría acerca de las situaciones límite, para apaciguarles con que el coronavirus da un sentido auténtico a nuestra existencia, que solo se nos revela en períodos de muy profundas conmociones, como la enfermedad o la muerte.

Aunque Jaspers la describiera como una visión metódica obligatoriamente cierta y universal y cuyo espíritu debe ser el querer conocer de manera fiable sobre la base de una investigación y una crítica imparciales, la ciencia no es inmune al fraude ni a las malas conductas. Por eso, la advertencia del Comité de Ética del CSIC es tan importante como la definición que otorga al comportamiento íntegro y responsable de quienes participan en el quehacer científico: aquel presidido por principios éticos y el cual debe informar de todas las etapas y dimensiones de la actividad científica; con tolerancia cero al engaño, al plagio, al robo o a la invención o exageración de resultados o conclusiones para obtener injustamente privilegios científicos o notoriedad. 

En el tiempo de los megadatos, pocas publicaciones se atreven todavía a cuantificar el fraude científico. Aquí tenemos la paradoja. El engaño científico es un problema sin cifras exactas. Sin embargo, se sabe que, en las últimas décadas, la ciencia, esa gran puerta del progreso, sufre cada vez más engaños. Desde las vacunas que causan autismo a la falsa clonación de embriones humanos, de todo hay en la hemeroteca. 

“El fraude científico se multiplica por 10 desde 1975” era en 2012 el titular de Materia, de su época de portal web independiente, en referencia a un análisis sobre estudios retractados en biomedicina, que desmontó que la mayor parte se debieran a errores, cuando en realidad eran resultado de engaños intencionados. Como el dinero falso, cuanto mejor está hecho, el fraude científico es más difícil de detectar, declaraba uno de los autores del estudio, el inmunólogo Arturo Casadevall, de la Universidad Yeshiva (EE. UU.), que recordaba en el artículo otra gran verdad: las detecciones sólo suceden por casualidad o cuando hay un soplo, pero no hay recursos suficientes para detectar todo el problema. Otra carencia que sumaría es crear recursos para prevenirlo. Ahí es donde la apuesta de los legisladores en materia educativa puntúa, y mucho. 

De menor trascendencia mediática y social que el anuncio de la presunta primera vacuna eficaz contra la covid-19, ha sido la noticia de la caída de Filosofía en Secundaria con la enésima nueva ley educativa. La LOMLOE de la ministra Isabel Celáa se traduce, entre otras calamidades, en que los estudiantes que opten por la Formación Profesional no habrán tocado un solo libro de Filosofía en diez años de permanencia en el sistema educativo. La unanimidad histórica del Congreso en 2018 para recuperar el ciclo formativo en Filosofía minado por la Ley Wert se ha evaporado, y la actual Comisión de Educación ha eliminado la asignatura de Ética en 4º de la ESO. 

Foto: KIKE TABERNER

Volvemos al eterno y falso dilema de lo útil y prioritario en las aulas. Como recuerda el colectivo Estudiantado en Defensa de la Ética, hace falta promover la reflexión crítica y la formación integral del alumnado. Y aquí la muletilla no será mencionada en vano. Es más importante que nunca recuperar la asignatura para incentivar la reflexión y la comprensión de valores éticos para que los alumnos los asuman en sus vidas. Esos alumnos son a los que la pandemia ha pillado en plena adolescencia. Aparte del cóctel explosivo de confusión y euforia propias de la edad, esos adolescentes, despojados de herramientas educativas esenciales para formular las mejores preguntas, deben enfrentarse a una realidad radicalmente cambiante en la que sus mayores no encuentran respuestas.

Cuando se niega el rescate a la ética, el gobierno español promueve su plan contra las noticias falsas, en consonancia con la sugerencia de la Organización Mundial de la Salud, que instaba hace unas semanas a las administraciones públicas a potenciar acciones para evitar la pandemia de bulos azotan los tiempos del coronavirus. Sin menospreciar la necesidad y el alcance de este tipo de medidas, la contradicción de recortar en Filosofía y apretar en vigilancia informativa resulta un equilibrio tan difícil como lo es detectar el fraude científico. 

Todo desemboca en el mismo delta, la confianza, la de la ciudadanía en las instituciones (también la ciencia), y a la inversa. Los desafíos de la ciencia dedicada a paliar la pandemia suscitan grandes cuestiones éticas como en qué condiciones se trabaja para los tratamientos contra la covid y qué riesgos pueden comportar, quiénes recibirán primero las vacunas o qué implicaciones tiene un pasaporte de inmunidad. Porque, como dice el Comité de Ética del CSIC, de esta crisis global sanitaria saldremos de la mano de la ciencia, pero no de cualquier manera.

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