CRÓNICAS DE UNA REGIÓN MISTERIOSA 

Oficios malditos: Los Acabadores

22/01/2023 - 

MURCIA. A lo largo de los siglos XVI al XIX existían en nuestra región, del mismo modo que en otros puntos de España y del Arco del Mediterráneo, una serie de labores a los que nadie deseaba dedicarse. Bien por la superstición y el oscurantismo que existían sobre ellos, bien por el rechazo social que producían eran oficios a los que ningún niño o adulto deseaba dedicarse en ningún momento de su vida. Algunos de ellos los hemos conservado en los textos económicos y administrativos de ciudades y concejos, como es el caso de los verdugos; otros, en cambio, han sido fosilizados en la tradición oral al encontrarse rodeados de elementos muy cercanos a la brujería o hechicería; tal es el caso de Los Acabadores, personas que estaban a caballo entre el mundo de los vivos y de los muertos y cuya misión era acompañar hasta las puertas del abismo a la persona que estaba a punto de morir y por cuya vida nada se podía hacer, ya fuese por accidente o por enfermedad. En el libro Murcia, Región Sobrenatural trato este asunto con mucha mayor profusión y, en el artículo de esta semana, vamos a recordar uno de los casos más llamativos de la Murcia del siglo XVIII.

Antecedentes

En el entorno de lo que hoy es la Plaza de Santa Catalina vivía una familia con cinco hijos. Dedicados a los encurtidos, la familia Pérez Ruano pasaba los días entre largas jornadas de trabajo y misa diaria. Con gran devoción incluso pagaban prebendas para adquirir el paraíso en la otra vida sin pasar por el purgatorio. Celosos de sus hijos los educaban en la Fe católica y se preocupaban mucho de protegerlos de cualquier enemigo ignoto de una sociedad recientemente industrializada. Sin ellos saberlo transmitían esas leyendas que sus padres y ancestros les habían inculcado para que no se alejaran mucho de los lugares conocidos y no salieran más allá de los límites de la ciudad en su tiempo libre. Se decía que "…te podías encontrar con el Tío Saín…" – del que hablaremos más extensamente en otras semanas – y que de hacerlo “…te secuestraría o te comería…".

Esta historia se centra en la figura de uno de sus hijos, Antonio, de poco más de diez años, quien, tal vez por despiste, se perdió por la zona de La Alberca del Río Segura. Fue encontrado muy malherido con mordeduras de can, quien le había contagiado la rabia. Si existe una forma terrible de morir es, entre otras, de esta enfermedad pues, a los espasmos, las convulsiones, la espuma por la boca, etc hay que añadir los gritos de dolor que "te llegan hasta el alma". Es en este contextos cuando la familia, tras consultar a médicos y sanadores en el peor de los casos; tras comprobar que nada se podía hacer por la vida de su hijo, tenían que decidir si dejaban actuar a la madre naturaleza y soportar los gritos de su hijo y los efectos de la rabia hasta el momento de la muerte, o bien llamar al Acabador.

La familia Pérez eligió esta segunda opción y estuvo esperando al acabador de la zona al menos unos seis días. Esto era muy normal ya que no había acabadores en todas las ciudades y en este caso se encontraba de camino desde Alhama de Murcia, tras haber atendido a "otro paciente". La identidad del acabador era secreta, aunque  en los documentos ha transcendido como Joaquín Hoyos Fajardo, de Ojós, considerado como un lector de libros prohibidos por la propia inquisición. Al llegar a la casa de los Pérez les pide que salgan todos de la habitación y pide un lugar de la casa para prepararse. Totalmente enlutado y antes de comenzar el proceso, saca un pequeño frasco con agua bendita y la bebe. Genera un pequeño fuego en base a ramas secas de romero y tomillo y escupe sobre él. Se produce un silencio y se encierra el sólo en la habitación próxima al enfermo Antonio, quien no para de llorar y gritar de dolor. En esa habitación bendice cada uno de los utensilios que va a necesitar, desde sus ropajes, hasta el pequeño martillo de madera con el que quitará la vida al pequeño. A continuación reza una pequeña oración para protegerse él mismo de todo lo que va a suceder a partir de entonces.

El Proceso

Entra a la habitación del niño Antonio y comienza a rezar a la Virgen María con el objeto de que guíe al alma del infante que en breve comenzará su viaje. Del mismo modo realiza una invocación para que se aproximen las almas de los familiares ya fallecidos del niño, pues deberán acogerlo en la otra vida nada más llegar a ella. Del mismo modo reza a Dios y al Espíritu Santo para que le dé fuerzas a él y perdonen el pecado mortal que va a acometer en unos instantes.

Habiendo realizado todo estos ritos se acerca al pequeño y le quita todos los objetos metálicos que pudiera tener en su cuerpo: anillos, cruces, o cualquier otro adorno de metal para que su alma entre limpia en el más allá; del mismo modo le coloca un ladrillo en los pies con la creencia de que de esa manera el peso del ladrillo hará que el cuerpo quede en la tierra, facilitando así que el alma salga del cuerpo. Es una imagen muy simbólica puesto que el ladrillo está hecho de tierra y el cuerpo a la tierra volverá una vez enterrado; la famosa frase de "en polvo te convertirás" posee en este momento una gran carga y un total sentido.

Hecho esto mira a los ojos al niño, lo tranquiliza y le da a beber una sustancia realizada con agua, cicuta y eneldo, en proporciones justas para adormecer al pequeño pero no matarlo, puesto que no se buscaba el envenenamiento. Una ver adormecido  lo ponía de costado dejando descubierta la nuca y con el martillo de madera que disponía y que había anteriormente bendecido, le asesta un golpe mortal en la nuca, acabando con la vida del pequeño. Una vez hecho esto, reza una última oración por el alma del niño y sale de la habitación, en donde todos sus familiares estaban esperando las palabras que estaban a punto de escuchar de boca del acabador: “¡Ya se ha ido!”.

Conclusiones

Desde luego este oficio es de los más enigmáticos al no dejar apenas rastro documental. Eran personas que debían demostrar estar tocados por la divinidad, que tenían el poder de invocar a las almas de los muertos y que gozaban de cierta santidad. Ello lo debían demostrar ante la misma inquisición, quien, a la postre, los contrataba en ocasiones incluso para acabar con la vida de algún reo, en acto de misericordia carcelaria. Formaban parte a veces de los trabajos relacionados con el Santo Oficio como médicos, portadores o verdugos, y, ante todo, nadie conocía su verdadera identidad pues no cobraban por este "trabajo" y su día a día transcurría con la "normalidad" propia de una urbe.

Un oficio entre ambos mundos que nos recuerda una sociedad llena de magia y superstición. Te sorprenderá saber, querido lector, que esta figura enlutada también ha podido ser documentada vía oral hasta bien entrado el siglo XX, entre los años 40 a 60 del siglo pasado, en entornos próximos a Jumilla, Molina de Segura, Murcia, Valle del Guadalentín en Lorca y Campo de Cartagena, por lo que estas historias que bien pueden parecer leyendas infantiles no son otra cosa que una asombrosa realidad.

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