Siempre los ha habido y los habrá, buenos y malos, malos y buenos, clasificados como tales a partir de convenciones sociales de duradera permanencia: no es ése el asunto en esta discusión. Lo que nuestro tiempo está resaltando con gran eficacia es la presencia de colectivos de ‘buenos’ que se consideran como tales sin el menor atisbo de duda por más que irrumpan en los terrenos del desprecio hacia el prójimo, la aplicación de la maldad y la explotación consciente de la corrupción. Todo ello sin que surjan fisuras en sus convicciones morales que perturben la pétrea solidez de sus convicciones: ellos son los ‘buenos’ y punto.
En nombre de ese monopolio definitorio de lo correcto y excluyente de lo demás, los ‘buenos’ han penetrado en la vida pública del siglo XXI. Los encontramos en EEUU y en la mayor parte de los países europeos. Y no son los únicos lugares. Los observamos mientras crean partidos políticos, desarrollan organizaciones sociales y penetran en entidades religiosas. Les vemos disfrutar de amplia presencia en redes sociales y medios de comunicación ad-hoc dotados de generosa y oscura financiación.
¿Qué es lo que caracteriza al ‘bueno’? De entrada, se convence o es convencido de que sus creencias se elevan reciamente sobre las opuestas. Unas creencias que abarcan diversos perfiles ajustados a la diferenciación que se ha producido entre los ciudadanos, especialmente en las sociedades más avanzadas y complejas. Puede ser una concepción reduccionista de la libertad que sólo contempla su vertiente individual sin interesarse por los efectos que el ejercicio de una libertad propia ilimitada acarrea al resto de la sociedad. Puede ser la creencia en algún tipo de deidad, humana o inmaterial, indudablemente superior a cualquier otra. O la adhesión fanática a una forma de vida, una ideología política o una cosmovisión específica. El ‘bueno’ también se encuentra entre los fanáticos de un mercado virgen de fallos intrínsecos, que abjura de las regulaciones, y entre quienes niegan hechos científicos categóricamente acreditados.
Sea cual sea su elección, el ‘bueno’ se juzga dueño de la verdad absoluta, de la única Verdad; la duda es, de hecho, un rasgo de debilidad, una tentación de la maldad porque el ‘bueno’ no puede ni debe dudar: en el ADN de su pensamiento intolerante sólo arraiga el dogma y únicamente tiene cabida la doctrina que extiende y aporta justificación a la Verdad que profesa. Una doctrina construida sobre sentencias y reglas autojustificatorias, aisladas de cualquier tipo de crítica o revisión.
En el camino que conduce a la imperativa extensión de su credo, el ‘bueno’ no vacila ante los obstáculos que se le oponen. Su presencia la atribuye a la maldad ajena conducida por todo tipo de enemigos. Como tales, cualquier respuesta para neutralizarlos se encuentra permitida porque el ‘bueno’ asume que todo medio se encuentra justificado por la superioridad sin límites de su Verdad. Calumniar, robar, corromper, engañar, escandalizar, desacreditar, atormentar, despedir, despreciar, chantajear… El ‘bueno’ admite la práctica de la crueldad, la aniquilación moral del ‘malo’, el despojamiento de su dignidad, el despiece de su humanidad. Ese ‘malo’ merece ser silenciado, abochornado, ridiculizado. En cambio, el ‘bueno’, no está sometido al arrepentimiento por ninguna de sus acciones: le protege del escrúpulo el sectarismo del grupo al que pertenece y la visceralidad de su propia forma de pensar y reaccionar ante el discrepante.
Resulta frecuente entre los ‘buenos’ que recurran a alianzas temporales con aquellos que, desde fuera, pueden contribuir a reforzar su avance. El dinero, el prestigio personal, las promesas profesionales y el encumbramiento institucional constituyen otras tantas formas de atraer a su sistema gravitatorio un conjunto de individuos con iniciativas, ideas y opiniones que conciten verosimilitud a la Verdad sostenida, reforzando su incontestabilidad. De este modo, expertos, intelectuales, académicos y científicos, cuidadosamente escrutados y seleccionados, se aglutinan a modo de cinturón protector del ideario ‘bueno’, cuando no como avanzadilla y ariete de éste contra las críticas externas.
En particular, los ‘buenos’ pervierten los métodos democráticos, si bien se cuidan de mantener una pátina de apariencia que oculta los atropellos, intimidaciones e infamias cometidas. El ‘bueno’ de esta narración no considera la democracia como un sistema dirigido a servir rectamente a los ciudadanos, detentadores finales del poder, sino como un grupo de reglas que regulan el acceso a éste. Un poder que no es tributario de la voluntad de servir sino de la voluntad de mandar. De la voluntad de coaccionar y marginar a quien se muestra contrario o indiferente frente a la Verdad. De la voluntad de instalar y proteger los tronos de la impunidad, la prepotencia y la arbitrariedad.
Bajando de lo general a lo particular, ésta es la siembra que puede cosecharse si los resultados de las próximas elecciones europeas aúpan a los representantes de los ‘buenos’. Son, por ello, las elecciones más importantes desde que comenzaron a celebrarse los comicios europeos. Los ‘buenos’ de Europa quieren convencernos de que estaremos mejor regresando a una Unión degradada por la renacionalización de las políticas comunes. Por la axiomática superioridad de los Estados sobre las decisiones de las instituciones comunes. Por el retroceso a una Europa sin alma, inhibida ante los asuntos sociales, de baja calidad democrática, agresiva y ausente de una definición compartida de autonomía propia que se sustente sobre la creciente soberanía de la Unión. Ante estas consecuencias y las que puedan proceder de otros lugares en los que avanzan los ‘buenos’, no estará de más declararse solemne y orgullosamente ‘malo’ cuando, en junio, pongan las urnas.