Recientemente, con motivo de la última alerta meteorológica, que pronosticaba unos 50 litros/m2 en la comarca del Mar Menor y Cartagena, se produjo un hecho curioso en algunos foros muy concretos de ese Gran Espectáculo del Mundo en el que se han convertido las mal llamadas redes sociales, al tildarnos de ‘histéricos’ a los vecinos de Los Alcázares, tras mostrar nuestro temor por la citada alerta.
La única atenuante ante este prototipo de comentarios, muy típicos (y tópicos) de la libertad que se mal disfruta en las citadas redes (lo de sociales me lo guardo), es que estas personas no residen en Los Alcázares y, por tanto, desconocen la traumática situación por la que la población en general, incluso los que disponen de su segunda residencia, estamos pasando desde aquella fecha mítica del 18 de diciembre de 2016. Una fecha inolvidable, para la reciente historia de nuestro pueblo, en la que sufrimos la primera de las grandes y devastadoras inundaciones, y de las que hemos llegado a contabilizar (en mayor o menor grado de intensidad) hasta cinco en el periodo de un año.
Aunque ya lo he puesto de manifiesto en otras ocasiones, me veo en la obligación de insistir sobre la situación de abandono en la que nos encontramos la mayoría de los alcazareños, fruto de la inacción y el ninguneo al que nos tiene acostumbrados la clase política que rige en las distintas administraciones. Aunque, en honor a la verdad, he de manifestar que, en esta definición, no incluyo a nuestros responsables municipales, quienes han demostrado (al menos a mí me lo parece) una total dedicación en la búsqueda de soluciones y un cierto distanciamiento de los posicionamientos políticos, incluidos los que pudieran incumbir a las formaciones políticas que los sustentan. Algo que les honra en unos momentos en los que, la crispación política por la que está transcurriendo nuestra sociedad, se presta a profesar la disciplina de partido y a que, estos, impongan determinados dictados autocráticos, propios de la partidocracia que estamos viviendo.
Es cierto, y aquí lo refiero de forma patente, que se están haciendo unas obras de canalización de aguas pluviales y de escorrentías, que tratan de minimizar los efectos catastróficos de las grandes avenidas que, últimamente, nos inundan de forma –cada vez- más asidua. Pero debemos conocer que son obras paliativas y que no solucionan el problema de raíz, ya que la causa, todos lo conocemos, está muchos kilómetros campo arriba, en los orígenes de la cuenca vertiente que provee los caudales que vienen a desembocar en el Mar Menor.
La intensa transformación que ha sufrido el campo (y no culpo a los agricultores) ha propiciado un cambio sustancial en la orografía de miles de hectáreas que –en muchos casos- ha variado la superficie y los cauces naturales por los que discurrían las aguas, en momentos de lluvias torrenciales. Ahora, con tan solo 60 litros de lluvia, es posible generar una avenida de agua, cuya descarga se podría estar produciendo en Fuente Álamo, y sus efectos devastadores los sufriríamos en Los Alcázares.
Además, abundo en lo de ‘paliativos’, dado que lo que se conseguiría con estas obras (que no es poco) es el desvío de esas aguas en su confluencia con Los Alcázares, redireccionándolas, por otros cauces menos dañinos pero que irían –igualmente- a parar al Mar Menor, plagadas de lodos, plásticos y numerosos enseres procedentes de los arrastres.
Los Alcázares ha sido, de siempre, cuenca receptora de las aguas provenientes de Carrascoy y aledaños y hemos conocido distintos episodios con avenidas importantes, eso sí, debidamente canalizadas a través de las distintas ramblas que jalonan nuestro pueblo. Pero lo que no habíamos sufrido es la inundación de la práctica totalidad de las calles y vías urbanas y el inmenso desastre ocasionado en las viviendas y negocios, que han arruinado, en muchos casos, el porvenir de muchos vecinos que se han planteado su desarraigo. Además del enorme daño medioambiental que se le está haciendo al Mar Menor, quien está recibiendo cientos de hectómetros de agua embarrada, cuando –anteriormente- la que se vertía por las ramblas era limpia y sin arrastres.
Por todo esto, a todos aquellos que de forma inconsciente utilizan las redes para verter sus ocurrencias más peregrinas y a través de las cuales nos califican de histéricos, les digo que si por histérico se entiende a una persona que ha sufrido dos gravísimas inundaciones (donde lo ha perdido todo o casi todo) y mantiene un cierto temor cada vez que se anuncia una alerta… pues sí, somos histéricos.
Quien no ha vivido en sus carnes la traumática situación en la que nos hemos visto envueltos miles de ciudadanos no puede comprender el grado de impotencia y los momentos de ansiedad que se generan cada vez que desde Protección Civil recibimos la correspondiente notificación de prevención que hace que los vecinos tengamos que colocar los “tablachos”. Unos artilugios preventivos que se han convertido en símbolo e icono del cabreo de todo un pueblo, que asume con resignación, pero con rabia, la pasividad con la que nos tratan quienes tienen la responsabilidad de aplicar soluciones.
La fotografía que ilustra este artículo es la de una pancarta que se puede ver en las fachadas de numerosos hogares de Los Alcázares, y es una prueba más del clamor silencioso de miles de vecinos que seguimos esperando una respuesta a un problema que lleva ya demasiados años sin visos de solución. Los alcazareños no queremos más inundaciones, demandamos soluciones. Pues eso.
Jesús Galindo es técnico en gestión turística