MURCIA. Quizá por la influencia de haber chupado unas quince horas sobre Waco en cosa de dos semanas, un debate que se produjo en las redes sociales me dejó pensativo. De un tiempo a esta parte, es habitual en cuentas de derecha y de extrema derecha recurren a discursos bajo la fórmula del regreso al pasado edénico. Ha habido diversas formas de presentar esta idea. Antes de las elecciones, la más hilarante es la que apelaba a los años 80 como una época mejor que la actual. Ahí se buscaba un componente puramente emocional de nostalgia y tontería. Otras veces, se habla de la desindustrialización como si hubiese sido una elección y no una consecuencia de las características que le dio a ese sector económico crecer al abrigo de una dictadura.
De hecho, esta semana leí a uno relacionar natalidad con la llegada de la democracia y las migraciones del pueblo a la ciudad. El hombre se lamentaba porque creía que antes éramos más felices. Entiendo que viviendo en el agro, más cerca de la naturaleza, con las mujeres pariendo más y menos vecinos diferentes. Todos el domingo a la misma hora en misa, todos la misma semana en los toros, todos el mismo día en las fiestas. Me hizo gracia porque, en primer lugar, las consecuencias de la despoblación rural de tanta magnitud como la que sufrió España, tuvieron su origen en las reformas agrarias y esas ideas peligrosas que nos enfrentaban y que no se llevaron a cabo gracias al golpe genocida del 18 de julio. En segundo lugar, porque creo que la situación en los pueblos está ahora bastante mejor que entre finales de los 50 y los 80, esa supuesta época dorada que se nos quiere vender con sentimentalismos muy poco ilustrados.
Entre una cosa y lo de Waco, que me había despertado curiosidad por la América profunda del fanatismo religioso y demás, me dio por volver a leer Shiloh, un libro de Bobbie Ann Mason, una escritora estadounidense que creo que solo tiene una obra más traducida al castellano, Campo de batalla (Alfaguara, 1990), y una biografía de Elvis. Shiloh es una colección de relatos publicada en 1982 en Estados Unidos y en 1987 en España por Anagrama. Si por algo me llamó la atención cuando lo leí en su día era porque no tenía nada de exagerado, estrafalario o extremo. Eran relatos sobre Kentucky, pero sin crímenes, tráfico de drogas, etc... Solo historias breve de gente ordinaria. Un género mucho más complicado que seguir los pasos de delincuentes o detectives, a mi modo de ver. También admiré la redacción aséptica, con un sentido del humor sutil y sin juicios morales.
La portada de la edición española es un cuadro de Edward Hopper, Eleven AM. En un primer vistazo, cuando vi el libro en un estante de segunda mano, pensé que la mujer estaba mirando por la ventana mientras estaba sentada en la taza del WC. No es descabellado, yo en mi pueblo puedo hacerlo, curiosidades de la arquitectura. Pero no, aquí, según los expertos y críticos de arte, Hopper tal vez quería mostrar la sexualidad femenina encerrada en el hogar. Ciertamente, es un buen símbolo de aquella época que añoran algunos en la que la mujer estaba encerrada en la cocina y el hombre, en el bar.