Desde hace tiempo, en nuestro país parece que tenemos alergia al error. Nos incomoda equivocarnos y, peor aún, incomoda señalar esos errores. Ahora incluso algunos sugieren que corregir exámenes con tinta roja genera ansiedad. ¿En serio hemos llegado a esto? ¿Vamos a empezar a suavizar hasta los colores para no incomodar a nadie?
Algunos orientadores escolares son de la opinión que corregir con el bolígrafo rojo crea tensión emocional en los estudiantes. Según ellos, deberíamos usar colores más suaves y resaltar solo lo positivo. Es decir, enfocarnos en los aciertos y no tanto en los errores. Claro que suena amable, casi celestial. Pero, ¿qué estamos consiguiendo con ello? Una generación que no sabe afrontar el error, ya que el error existe para aprender, no para huir de él.
En la Biblia, Proverbios 15:32 dice: “Quien no acepta la corrección se hace daño a sí mismo; quien la acepta, gana en entendimiento”. Por su parte, el maestro y escritor Antoni Dalmases lo resumía con una gran claridad: "No aceptar la corrección es ser salvaje", cargando duramente contra lo que considera un delirio psicopedagógico. Pues darnos cuenta de nuestros errores, entenderlos y asumirlos es el primer acto de responsabilidad que hacemos en la vida. La psicología y el coaching lo demuestran con suma claridad, que el primer paso para cambiar algo en nuestra vida es tomar conciencia de ello. Y no puedes tomar conciencia si nadie te señala el error.
La vida real no suaviza los colores; la vida real es exigente, es difícil, y tiene colores tan fuertes como necesarios"
Me pregunto: si el color rojo es tan agresivo, ¿deberíamos entonces cambiar también el color de los semáforos? Quizá un rosa suave para no traumatizar a nadie al volante. Por desgracia, la vida real no suaviza los colores. La vida real es exigente, es difícil, y tiene colores tan fuertes como necesarios. El problema es que estamos creando jóvenes frágiles, incapaces de soportar una mínima frustración. Jóvenes con un ego desmesurado, porque nadie ha querido señalarles sus equivocaciones. Y en cuanto salgan al mundo real, descubrirán que los que fueron exigentes con ellos eran precisamente los que más les estaban ayudando a crecer. Todos recordamos con afecto a esos maestros y profesores que nos marcaban con rojo, que no pasaban por alto un fallo ni una falta de ortografía. Ellos no tenían miedo al rojo, al contrario, lo usaban con orgullo, destacando cada error para que lo pudiéramos corregir. Esos docentes no lo hacían para humillarnos o para desmotivarnos. Lo hacían para que entendiéramos dónde estaba nuestro error y pudiéramos corregirlo. Nos estaban enseñando algo vital: que aprender es, sobre todo, saber reconocer lo que no sabemos hacer bien. Esa conciencia clara de nuestras limitaciones es la base para crecer y para fortalecer nuestro carácter. Y hoy les estamos profundamente agradecidos, porque gracias a ellos aprendimos que el error es solo el primer paso hacia el acierto.
Seamos honestos: en nuestra vida diaria cometemos errores constantemente. Equivocarnos forma parte de lo que somos. Sin embargo, si no aprendemos a gestionar bien esas situaciones desde pequeños, lo pasaremos realmente mal cuando seamos adultos. Porque cuando no estamos preparados para asumir el error, lo que nos espera es frustración, ansiedad y parálisis frente a los desafíos. Pensemos en grandes figuras del deporte como Rafa Nadal, alguien admirado precisamente porque supo hacer frente a sus errores y aprender de cada derrota. Nadal nunca rehuyó las críticas ni las excusas fáciles cuando perdió. Al contrario, siempre buscó en cada derrota un aprendizaje, una oportunidad de mejora. Por eso hoy es considerado uno de los deportistas más admirados y ejemplares del mundo.
Enseñar es preparar para la vida, es ayudar a que los jóvenes crezcan fuertes emocionalmente, capaces de enfrentar los golpes y levantarse. Si quitamos toda exigencia, si eliminamos los errores para que nadie sufra, lo que realmente hacemos es negarles la oportunidad de aprender y madurar. Necesitamos más bolígrafos rojos, más maestros y maestras que corrijan y señalen claramente qué está mal, pero, sobre todo, necesitamos enseñar a nuestros jóvenes que equivocarse no es algo terrible, sino algo humano y necesario para avanzar.
Educar no es evitar la frustración, es enseñar a manejarla. No podemos convertir a nuestros estudiantes en adultos sobreprotegidos incapaces de enfrentarse al mínimo desafío. Al contrario, debemos formar personas capaces de resistir y superar situaciones complejas. Estoy convencido de que solo una educación exigente, comprometida con la excelencia y que no teme al error puede realmente preparar a las personas que esta sociedad va a necesitar en el futuro. También necesitamos profesores y profesoras valientes que enseñen, con humanidad y amabilidad, a sus alumnos que el error no es una derrota, sino una oportunidad para aprender y mejorar. Necesitamos asumir los errores, destacarlos claramente y aprender de ellos. Así es como se forma el carácter, así es como realmente se prepara a alguien para tener una vida plena.
Dr. Pedro Juan Martín Castejón
Miembro del Consejo Directivo de Marketing y Comercialización (CGE)
Profesor de Marketing en la Universidad de Murcia y ENAE Business School